Sábado, 1 de febrero de 2014 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Hay un boxeador en el medio del ring. Tiene una estrategia y la aplica. Pero en el ring hay otro boxeador que hace lo mismo en sentido contrario. Al que no le guste la violencia del box puede pensar en el ajedrez. Dos jugadores, dos estrategias. Cada uno se saca ventaja circunstancial y reacomoda su juego según los movimientos del otro. La política nunca es un juego de un solo jugador ni un movimiento en un único sentido. Y es más compleja aún que el ajedrez, porque los jugadores son muchos más que dos, pero las pujas decisivas se dan siempre entre dos, entre los dos que logran convocar la mayor cantidad de afinidades entre los demás jugadores. Los jugadores que no aceptan esos liderazgos opuestos, que se construyen a partir de capacidades y fuerzas legítimas, se quedan como sectas por fuera de esa puja. Pero el resultado de esa puja es lo que va conformando la historia con sus avances y retrocesos, es lo que va forjando la memoria histórica de los pueblos. El que no participa en esa puja tampoco lo hace en el desarrollo de esa conciencia histórica ni en los logros que se van obteniendo. Es decir, se queda por fuera de la historia.
La izquierda fue hegemónica en el movimiento obrero argentino hasta la llegada del peronismo. Cuando eligió alinearse en el antiperonismo perdió ese espacio y nunca pudo volver a ocuparlo. En los demás países latinoamericanos, en cambio, los movimientos populares y las centrales obreras tienen un sesgo de izquierda. Aquí no, porque la mayoría de la izquierda se equivocó de lugar. Fue peor que quedarse a un costado porque eligió el lugar que era visualizado por los trabajadores como el de sus enemigos. Consciente de esa equivocación histórica, Scalabrini Ortiz le sugirió alguna vez a Hernández Arregui la creación de un partido comunista peronista o que formara parte de la corriente nacional y popular que lideraba el peronismo y en la que ellos se habían alineado. La mayoría de los actuales gobiernos populares de signo izquierdista en América latina son aliados del gobierno peronista actual frente a las posiciones de los países centrales. Hay una sincronía en las acciones, aunque no en las identidades. Pero lo que importa son las acciones que les dan contenido a las identidades.
En las últimas ediciones del semanario inglés The Economist y del diario norteamericano The New York Times se redoblaron los ataques contra los gobiernos de Argentina y Venezuela, y la Casa Blanca emitió un comunicado muy duro contra la reunión de la Celac en Cuba. En relación con la economía argentina, ambas publicaciones se refieren a la devaluación del peso y anuncian “el fin de la fiesta kirchnerista”, que según ellos sólo habría sido posible gracias a los precios de la soja.
Los dos artículos anuncian por enésima vez un apocalipsis argentino que hasta ahora no se ha cumplido y tampoco pueden evitar un tono subliminal de “yo se los dije” con cierto aire de festejo. El proceso de distribución de la renta y mejoramiento en la calidad de vida es analizado como demagogia por estos voceros de la ortodoxia neoliberal. Hay sectas de la izquierda local que comparten esta calificación, se expresan en los mismos medios que esta derecha y con posiciones que buscan el debilitamiento del Gobierno frente a esa derecha especuladora y antipopular. No importa si el discurso es de izquierda, para la memoria colectiva y la experiencia de los pueblos lo que importa, al igual que en otros momentos de la historia, es el lugar que eligen para ubicarse junto a poderes de facto y grupos económicos concentrados que presionan contra el dólar y los precios.
Ni la ortodoxia económica ni la heterodoxia son procesos naturales. Son decisiones políticas que resultan de relaciones de fuerza entre diferentes intereses. Y tampoco son definitivos. Ambos modelos han pasado por crisis y resurrecciones con mutaciones y profundizaciones. Esa puja es permanente, son los jugadores en el tablero, los boxeadores en el ring, son los campos que definen la puja de este momento histórico, que tampoco es definitivo, pero que hoy es el que marca la cancha de los intereses populares, incluyendo el de los trabajadores.
Hay una puja en el plano internacional y otra local representada en gran parte por el tironeo entre precios y salarios. En cada paritaria los salarios han estado un poco por arriba de los precios. La escalada permanente para inducir un salto abrupto del dólar también fue una expresión de esa puja para tratar de reducir el salario. The Economist dice que esa defensa del salario ha sido “la fiesta kirchnerista”, porque según ellos se trata de una situación irreal que solamente podía sostenerse con los altos precios de la soja.
En realidad los precios de la soja no dependieron del Gobierno, pero la soja sola no explica ni la décima parte del descenso del desempleo y del índice de Gini, o sea la disminución de la desigualdad. La industria creció el 150 por ciento, hay 85 mil nuevos establecimientos industriales y millones de nuevos puestos de trabajo y ese fenómeno sí se debe a la política económica que comenzó en el 2003. Ese crecimiento se produjo con muy poca inversión externa debido al default. En cambio sí se aprovechó el excedente de la soja como base de grandes aportes de dinero público sumado a la capacidad de ahorro interno. En ese contexto resulta paradójica la afirmación de The Economist porque la Argentina estaría así más protegida que otras economías de los golpes externos, ya se trate de la disminución de los flujos de capital o de la baja de los precios de los commodities.
En ese contexto lo que se produjo internamente fue un intento de sablear los salarios y bloquear el proceso de distribución del ingreso. Los sectores que se fueron a especular con el dólar querían llevarlo a los doce o trece pesos en que se cotizaba el blue. Si el Gobierno quiso hacer más paulatina la devaluación del peso, la presión especuladora lo obligó a acelerarla para evitar que se le descontrolara y poder dejarlo en un nivel razonable, bastante más abajo del que se pretendía.
La puja entre precios y salarios hizo que ambos aumentaran y dejaran algo atrás al dólar, que fue aumentando más lentamente. Pero eso es a favor ahora, porque los precios aumentaron todo ese tiempo sin que aumentara tanto el dólar. O sea que el dólar ahora puede aumentar sin afectar tanto los precios.
La puja se trasladó entonces del dólar a los precios, es el punto de fricción de mayor intensidad. Si el Gobierno logra contener esa presión con los acuerdos que fue cerrando, puede arribar a paritarias con aumentos razonables donde el dólar se haya ubicado en un nivel competitivo sin afectar el salario.
Hubo un cuello de botella en el que se dispararon todas las variables por la especulación sobre el dólar. No se trata de una disputa menor. Se puso en juego el salario de los trabajadores, calidad de vida, capacidad de consumo de las capas medias y en general las políticas de distribución del ingreso. Hubo quienes especularon atrasando la liquidación de sus exportaciones agrícolas y hubo quienes especularon desde la industria y los bancos en el mercado negro, respaldados por una campaña de economistas neoliberales y de los grandes medios opositores.
La disputa no terminó todavía, la presión se mantiene sobre los precios y menos sobre el dólar, pero ha quedado delimitado con claridad que el objetivo es afectar el ingreso de los sectores populares para aumentar el de los exportadores y el capital concentrado. Algunos dirán que se trata de una disputa interburguesa. Así con discursos de ultraizquierda terminan reconvertidos en voceros de la derecha desde los grandes medios que la representan. A los sectores populares, los trabajadores y las capas medias solamente les queda defender la calidad de vida que esforzadamente han conseguido. En este momento el punto de mayor fricción está en los precios, allí está ahora la primera línea de trinchera.
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