Viernes, 30 de mayo de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Alfredo Zaiat
El Club de París ha pactado 59 reestructuraciones de deudas de países en default incorporando en cada uno de esos acuerdos al Fondo Monetario Internacional. Ese grupo informal de países acreedores tiene la función de coordinar formas de pago y renegociar deudas externas soberanas. Se conformó en 1956 por una deuda argentina. Casi sesenta años después, el caso argentino también alteró el esquema del Club: pese a la presión externa e interna, el FMI no participó con un programa financiero para el deudor. Lo mira de afuera. Argentina definió la salida del default con 16 de los 19 países miembros del Club de París sin la supervisión del FMI. No es una cuestión menor en un mundo donde las finanzas globales van dictando las normas en materia económica a los gobiernos. Para grupos conservadores puede parecer un tema menor defender la soberanía de la política económica, pues consideran que Argentina debe tener una integración pasiva a la economía global. Esta implica resignar el desarrollo industrial para subordinarse a ser proveedor mundial de materias primas, receptor de bienes industriales y someterse al casino financiero global como endeudador serial.
Los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica volvieron a fallar. Afirmaban con soberbia, debido a que ellos conocen muy bien la actividad financiera y a los banqueros, que las tratativas de la deuda en default con el Club de París no avanzarían sin la auditoría del FMI. La promoción de la ignorancia que exponen en el turno mañana, tarde y noche por los medios tuvo otro capítulo con el proceso de reestructuración de ese pasivo. Desde 2003 no han sabido o querido entender la concepción kirchnerista sobre la deuda. No es una carencia singular de la ortodoxia. Otros han mostrado esa misma debilidad con escaso rigor analítico, incluso alimentando la confusión con comparaciones falaces con el caso ecuatoriano.
La estrategia oficial con la deuda se implementó sin subordinarse a las pautas tradicionales del mundo financiero. Así fue con el canje de bonos en default, la defensa presentada en los tribunales parciales conformados en el Ciadi a favor de las multinacionales, la resistencia inicial a pagar los cinco juicios perdidos en ese ámbito como la posterior cancelación con una quita de capital del 25 por ciento y con bonos con vencimiento en el 2015 y 2017, la persistente defensa en tribunales de Nueva York ante la pretensión de fondos buitre de cobrar más que el 93 por ciento restante de los acreedores que aceptaron en dos rondas el canje de deuda en default. A principios de 2006 canceló el total de la deuda con el FMI, desplazando a ese organismo multilateral de sus clásicas intervenciones en la definición de la política doméstica.
En ese recorrido estaba pendiente la controvertida deuda en default con el Club de París, con intentos fallidos en 2008 cuando CFK anunció el pago en efectivo con reservas, iniciativa luego suspendida por la crisis internacional, y en 2010 y 2011 porque Alemania y Japón (países que concentran el 60 por ciento de las acreencias) exigían como condición la intervención del FMI. Pese al coro que dice que Argentina es responsable de no haber cerrado antes este acuerdo, las potencias fueron las que impidieron avanzar, primero porque la debacle financiera puso al borde del abismo sus economías y luego por insistir con la demanda colonial de la auditoría del Fondo.
A lo largo de la historia los acuerdos del Club de París han significado para los países deudores la renuncia a su soberanía de la política económica por el papel del Fondo. La misión del FMI siempre ha sido la misma: garantizar mediante planes de ajuste el repago de pasivos sin importar el crecimiento del país deudor. Finalmente, con las potencias en crisis y la firmeza de la posición argentina, se abrieron las puertas para renegociar ese pasivo sin el FMI que quedó con la ñata contra el vidrio. Es una instancia notable en ese mundo de las finanzas globales que muestra que no es necesario subordinarse para alcanzar el objetivo.
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