Lunes, 30 de junio de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Sergio Wischñevsky *
Calle Esparta su virtud,
Sus hazañas calle Roma.
¡Silencio que al mundo asoma
La gran deudora del sud!
Domingo F. Sarmiento, 1885.
La encorvada figura del juez Griesa y sus fallos parece salida de un casting para villanos de una película de terror. Los fondos buitre sólo refuerzan esa imagen. Sin embargo, la deuda externa argentina tiene caras no tan visibles. Está presente a lo largo de toda nuestra historia nacional y no representa solamente un conflicto entre lo nacional y lo foráneo. En gran medida ha sido también el instrumento mediante el cual las elites locales generaron las condiciones para impresionantes apropiaciones de riqueza de los sectores populares argentinos.
Remontándonos a los orígenes de esta historia resulta reveladora la advertencia lanzada por Mariano Moreno en 1809: “Todas las naciones en los apuros de sus rentas han aprobado el arbitrio de los empréstitos, y todas han conocido a su propia costa que es un recurso miserable, con que se consuman los males que se intentaban remediar”. La historia de la deuda externa argentina se inició en 1824. Apenas 15 años después de la advertencia de Moreno, Buenos Aires recibió un préstamo de la Baring Brothers Co., de Londres. Bernardino Rivadavia prometía usar esa plata para hacer el puerto, dar agua corriente a la ciudad y fundar tres pueblos. Nada de esto llegó a concretarse. Del millón de libras que el Estado pactó, sólo arribaron 560 mil. El resto quedó en manos de los intermediarios y acreedores, como adelantos de pago. La guerra con Brasil fue el destino del empréstito. En 1904, ochenta años después, cuando se terminó de pagar esa primera deuda, habíamos abonado doce veces más de lo que nos prestaron.
La Argentina volvió a endeudarse fuertemente a partir de la reorganización nacional de 1853. Las crónicas registran que en dos oportunidades se llegó a estar al borde del default. Lo impidieron Nicolás Avellaneda, en 1874, y Carlos Pellegrini, en 1890. Manifestaron su voluntad de pagar en forma tan rotunda que Avellaneda no dudó en declarar que pagaría “aun con el hambre y la sed de los argentinos”, y Pellegrini dijo que “remataría, de ser necesario, hasta la Casa de Gobierno”.
En 1890 se suspendió el pago de la deuda externa con la casa Baring.
Esta crisis casi lleva a la ruina al banco, lo que constituyó un hecho insólito en Inglaterra. Se habló del desastre de los “gaucho banking”. Fue un punto de inflexión en las relaciones entre Gran Bretaña y la Argentina. Las especulaciones acerca de que en esta región se encontraba la tierra prometida del crecimiento ilimitado se desvanecieron y con ellas se hundieron las acciones del banco, que pudo ser salvado por la intervención del Banco de Inglaterra.
Una perla digna de mención fue el decreto de Pellegrini mediante el cual aleja de sus funciones de representante argentino en Londres a Victorino de la Plaza. El argumento invocado es: “El doctor De la Plaza estaba demasiado en manos de los señores Morgan”. La insolvencia argentina pudo remediarse mediante el llamado “arreglo Romero” con los tenedores de títulos nucleados en el Comité Rothschild. Sí, tenedores de títulos nucleados para renegociar una deuda con la Argentina.
Del clima que se vivió respecto de la posibilidad de no poder o no querer pagar los servicios de la deuda da cuenta una pequeña historia. A pocos meses de terminada la Segunda Conferencia Panamericana en México, hacia fines de 1902, las costas de Venezuela fueron bombardeadas por unidades navales de Gran Bretaña y Alemania, a las que se agregaron las de Italia. El objetivo de esta intervención conjunta fue exigir el cobro de las deudas del gobierno venezolano pendientes con particulares europeos. Mientras tanto, la llegada a Buenos Aires de la noticia de la intervención europea en Venezuela generó un “clima de histerismo”, según las palabras del propio canciller argentino Luis María Drago. A los ojos de por lo menos algunos sectores de la europeizada elite argentina, la injerencia de las potencias europeas fue percibida como una amenaza a la región.
En esas circunstancias, Drago preparó una nota, protestando por los sucesos de Venezuela. La nota incluyó lo que más tarde se dio en llamar la Doctrina Drago, aprobada por muchos países del mundo. El argumento central de esta doctrina sostiene que “la deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea”.
En 1952, con el pago de 12.649.471 pesos moneda nacional, el gobierno de Juan D. Perón dio término definitivo al endeudamiento externo argentino. El golpe de 1955 y los posteriores acuerdos con el FMI reanudaron el proceso de endeudamiento.
El nuevo gobierno militar adquirió un nuevo préstamo externo para financiar sus importaciones de Europa. Así, contrató con varios bancos europeos un crédito de 700 millones de dólares, que se suponía podría ser amortizado en el transcurso de un año. Ante la imposibilidad de hacerlo y la nueva crisis generada, los países de la Comunidad Económica Europea decidieron refinanciar la deuda de Argentina.
El Ministerio del Tesoro francés organizó con varios de sus funcionarios radicados en París una oficina para que efectúen las futuras gestiones de cobro a nombre de los países acreedores: es esta oficina la que eventualmente llegó a ser conocida bajo el nombre de Club de París.
La desclasificación de importantes documentos de los archivos estadounidenses demostraron cómo se bloqueó económicamente a la Argentina durante el gobierno peronista surgido en 1973. Apenas producido el golpe de 1976, el FMI aprobó con sorprendente celeridad un postergado giro de 110 millones de dólares que resolvió los problemas más acuciantes. El 31 de marzo, sólo una semana después, las reservas libres del país habían pasado de 23 a 150 millones de dólares, gracias al apoyo obtenido y sin necesidad de gestiones personales en Washington. Es más que claro el cambio de actitud respecto del gobierno anterior que realizó infructuosos esfuerzos por conseguir apoyo financiero sin ningún éxito. En agosto, otro préstamo de 260 millones de dólares se constituye en el mayor otorgado a un país latinoamericano hasta ese momento. Siguieron más préstamos y ya para octubre el equipo de Martínez de Hoz contaba con el oxígeno necesario para encarar el proceso de reformas más drástico de nuestra historia.
Entre el comienzo de la dictadura, en marzo de 1976 y el año 2001, la deuda se multiplicó casi por 20, pasando de menos de 8 mil millones de dólares a cerca de 160 mil millones. Durante ese mismo período, la Argentina reembolsó alrededor de 200 mil millones de dólares, o sea, cerca de 25 veces lo que debía en marzo de 1976.
La deuda externa, que vuelve una y otra vez a amenazar la realidad argentina como una plaga bíblica, desnuda, en su despliegue, actitudes políticas muy diferentes. Recorrer la historia de cómo se han parado los diferentes gobiernos frente a este tema es un gran instructivo de los proyectos sociales que nos han habitado.
* Historiador.
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