Lunes, 25 de agosto de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Se leyó y escuchó, en estos días que son o parecen tan afiebrados, todo lo que era previsible. Aun así, como siempre, no debe perderse la capacidad de asombro.
Puede coincidirse en que el Gobierno muestra signos, más altos o más bajos, de improvisación ejecutiva. Eso no es bueno ni malo en sí mismo, sino a partir de la convicción ideológica que lo sostenga. Así como ocurrió hace más de seis años, cuando el entonces ministro de Economía, Martín Lousteau, ideó la 125 y le aseguró al entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, que con “el campo” no pasaría nada, esta vez parece que el fallo de Griesa y sucedáneos no fue vaticinado, o bien que los acuerdos en casos como Repsol y Club de París adormecieron reflejos. Cristina dijo que ella sí previó lo que sucedería, cuando la inminencia del fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos en contra de Argentina, y que así se lo señaló a los optimistas que le pronosticaron un escenario favorable. Ya no importa. Por error de cálculos de calendario; por no contemplar la posibilidad de que haya una lógica de especulación financiera mundial, autónoma, situada si es necesario por encima del poder de los Estados; por subestimar la influencia del lobby buitre o por lo que fuere, algo pasó para que las autoridades no mensuraran riesgos en su justa dimensión. Y Argentina, no su gobierno, está en un apriete, complicado, del que corresponde discriminar cuánto tendría de amenaza concreta y cuánto de paranoia estimulada. Por lo pronto, y al margen de los errores gubernamentales que haya habido en la instrumentación de este proceso agotador, una de las cosas que venían claras era la aparición de los sabios del día después. Producido el dictamen adverso de los supremos estadounidenses, los fanáticos neoliberales “resurgieron” con caras y voces de piedra inconmovibles. Dijeron que nunca debió hacerse la quita de deuda externa, la más grande la historia, en las condiciones impuestas por Kirchner en 2005 y 2010. Apuntaron como obvio que la dichosa cláusula RUFO generaría problemas. Acusaron que la venganza sería terrible, aunque reemplazaron el sustantivo por la figura de “respetar la Justicia a que Argentina se allanó”. Eso, hacia derecha. Por izquierda, extrema, corrieron con que el país paga las consecuencias de haber acordado el pago de una deuda ilícita, que debía investigarse para, mientras tanto, hacer un pagadiós: como si el kirchnerismo fuese la revolución cubana en el ‘59, y como si no fuese completamente abstracto hurgar en compromisos de pago que, entre otros motivos por el megacanje de Domingo Cavallo y sus socios, ya estaban repartidos en miles y miles de papelitos por todo el mundo. Es un rapidísimo resumen de lo ocurrido y de los agentes re-impulsados tras el fallo de la Corte norteamericana, que ratificó el de segunda instancia, que a su vez había avalado el inicial del buitre Griesa. Pero lo mejor, lo más portentoso, lo más simbólico, se da después del discurso de Cristina el martes pasado. Anuncia que enviará al Congreso un proyecto de ley para cambiar el domicilio de pago a los acreedores: de Nueva York a Buenos Aires porque, allá y en un inédito mundial, impiden pagar al casi 93 por ciento que entró al canje. Informa que si los buitres desean cobrar se les deposita el pago con el interés correspondiente, tanto como al 7,6 por ciento de los bonistas que no querellaron.
El mismo martes, en los programas televisivos de la oposición, algunos de sus columnistas más connotados sólo atinaron a balbucear. Tras unos 45 minutos de cadena nacional que los tomó varios metros en orsay, les fue imposible explicar(se) si los anuncios presidenciales eran muestra de fortaleza o debilidad. En título central de portada, el diario que construye el sentido común más simplote del odio anti K calificó con un “fuerte”, a secas, la reacción frente al anuncio de la Presidenta. Como si el adjetivo implicase algún significado en particular, fue la muestra más acabada del desconcierto opositor. No acertaban qué decir. Nuevamente, como producto de saber actuar sobre la marcha o porque ya lo tenía previsto, el Gobierno descolocó a unos adversarios que –invariablemente– están detrás y nunca delante de las iniciativas oficiales. Esto no es una inferencia: es un dato objetivo que el propio campo opositor reconoce. Después del desconcierto, acomodados los tantos de la sorpresa, siguió el recital de una que sabemos todos.
Los parlantes de las corporaciones empresarias más concentradas, que juegan de periodistas especializados en la información económico-financiera que trafican, hablaron de la alarma en los mercados. Ya se habían expresado en contra de la aplicación de las leyes de Abastecimiento y Antiterrorista. La cita de la segunda fue un moco del Gobierno que el propio oficialismo dejó correr, mediante esa pulsión intuitiva que caracteriza al kirchnerismo: libera algunas energías que después, en muchos oportunidades, no sabe administrar. Pero, ya, tampoco importa, o alguna vez debería importar. El blue empezó a los zancos. Kicillof dio una explicación precisa, pedagógica, en torno de cómo fue la verdadera historia de la conformación de deuda renegociada. Disparó que los fondos buitre son tres gatos locos multimillonarios que les pagan a los políticos para que hablen bien de ellos, que sus lobbistas son unos mercenarios, que son capaces de comprar la empresa de los dibujitos de la tele para inventar lo que sea. Publicaron sólo lo segundo. Le contestaron con el simple expediente de que es un chiquilín y que hace falta alguien con experiencia para conducir la negociación de lo que –vaya contrasentido– dicen que no puede negociarse, porque Argentina ya perdió y hay que deglutir ese sapo nos guste o no nos guste. Ya se sabe, o debería saberse de memoria, quiénes son los experimentados que proponen estas gentes. Pero debe reconocerse que el recuerdo político de quiénes fueron los conductores de la catástrofe argentina es un insumo que puede no abundar, y sobre todo cuando hay nubes negruscas en el bolsillo cotidiano. Macri votará en contra de la herramienta parlamentaria anunciada por Cristina, pero no dijo por qué. En rigor, ya había advertido que debe pagarse a como Griesa estipule. Massa retrasó su decisión (de paso viene bien para recordar que es diputado nacional, votado en las últimas elecciones, aunque en el Congreso es un militante de la ausencia, sin que nadie se queje de que su sueldo lo pagamos todos). Más tarde, fiel a su estilo, recitó Platero y yo. Los radicales, en un plenario de legisladores nacionales en Córdoba y en cumbre del partido de cuya montaña no se tienen noticias, manifestaron que el proyecto presidencial agrava el problema antes que resolverlo, que esto es “igual o más grave que la estatización de YPF” (el milico Aguad, propenso a la alianza con el macrismo) y que “no queremos comprometer el futuro de los argentinos” (el filósofo Cobos). De los más conocidos, sólo alzaron su voz discordante Leopoldo Moreau y Nito Artaza. El resto de los pundonorosos de la UCR ni siquiera se inquietó por presentar a plenario un proyecto declamatorio adverso al del kirchnerismo. Y ya que estaban invitados por las serranías cordobesas, se sumergieron en el juego que históricamente más los apasiona. Sus internas. Jamás el poder.
En cuanto a los que corren por izquierda, al menos tienen el beneficio del inmovilismo ideológico pero testimonialmente pertinaz. Nunca se sienten interpelados, ya que estamos, sobre su vocación de poder. Van al paro del jueves que viene junto con la cuaterna revolucionaria de Hugo Moyano, Pablo Micheli, el Momo Venegas y Luis Barrionuevo. No habrá transporte público. Les faltaría una mayor disposición para apostar a la conciencia dispuesta de la clase obrera. Jueves y viernes portales y diarios impresos titularán que el paro se hizo sentir fuerte y que un arco de piquetes cercó la ciudad. A los convocantes les alcanzará para decir que el pueblo está al borde de tomar el Palacio de Invierno. O que la mayoría de los laburantes anda inquieta por un descuento de Ganancias que alcanza a una minoría de los trabajadores registrados (los únicos que les importan). O que para satisfacer a jubilados, desocupados y sufrientes varios es imprescindible aliarse a Macri, Massa, vanguardias proletarias o la nadería de republiquita que cada quien quiera expresar. Y al que no le guste, agarra la cartera y se va a comer pizza.
Los signos de la economía son inquietantes. Las cifras oficiales dan cuenta de un aumento en la desocupación y de que cayó la creación de empleo. El influjo de la cotización del dólar, aunque fuere más una escena de especuladores que una influencia técnica en la vida de clases medias y sectores populares, hace de las suyas, y los costos se disparan. Es cierto que el consumo no se ve afectado gravemente, tanto como que los medios de mayor penetración rebosan de publicidad comercial, pero también lo es que las expectativas de coyuntura no son las mejores. Las arcas del Estado tienen que cuidar los dólares para sostener el crecimiento o la salud básica de la economía. Lleva a pensar en todo lo que no se hizo, y en todo lo que falta hacer para cambiar una matriz productiva grandemente atada a insumos importados. Y en la que el mayor productivista, el gran burgués, es el Estado. Todo eso, y tanto más, emplaza a reflexionar que las dificultades, y errores internos, están por delante de considerar la batalla contra los buitres como una epopeya patriótica primaria.
Pero es espantoso ver lo que nos espera si se erigiera la opción de los buitres internos.
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