Martes, 14 de abril de 2015 | Hoy
EL PAíS › EL HIJO DE SUS DíAS
Por Eduardo “Tato” Pavlovsky *
Yo no dudo de que la muerte de Galeano me impactó enormemente. No es cierto que haya sido gran amigo suyo, sí un admirador de su obra, por supuesto. Pero sobre todo admirador de la coherencia. Fundamentalmente del amor que tenía, de su fervor por todos los procesos revolucionarios. Creo que Eduardo siempre fue una reserva moral de la izquierda, no sólo por Las venas abiertas de América latina, que fue tal vez su obra más poderosa, leída por tantas generaciones, sino por su presencia. Una manera coherente de pensar durante toda la vida.
El único robo que hizo fue un lápiz Faber alemán, lo hizo en primer grado y la maestra lo retó. Fuera de ese pequeño robo, uno lo vio siempre alejado de negocios, de todo tipo de pensamiento que no fuera la misión cultural del revolucionario. Era un hombre para tener de modelo. Yo mismo como hombre de izquierda lo he tenido siempre presente en mis raros vericuetos como autor de teatro, pero no porque él escribiera teatro, sino por el ejemplo moral, muy bien descripto en sus devenires periodísticos. No es fácil encontrar otra personalidad como la de Eduardo Galeano. Esa manera de hablar, tan lenta. Parecía mascullar el espíritu de un revolucionario cabal y comprometido. Personalmente, cuando me entreguen el premio de Ciudadano Ilustre no voy a dejar de nombrar esta pérdida, este latinoamericano en serio, que no descubrió Latinoamérica hace pocos años, sino que en toda su vida fue zurdo e hincha de fútbol. No sé si de Peñarol o de Nacional. Un hombre que uno percibía coherente en sus manifiestos periodísticos y en todos los acontecimientos que uno podía marcar artificialmente desde la Revolución Cubana hasta hoy.
Pierdo un amigo que no fue. Lo que no tuve. Tal vez, una figura que hubiera deseado tener cerca. No lo conocí sino un rato en el exilio, porque me ofreció una nota para una revista alemana en la que tenía que contar toda la odisea de mi escapada. Lamentablemente dije que no, porque ya tenía el pasaje de vuelta. Era para mí medio peligroso, haberme ido así y volver con la nota en la revista alemana. Pero fue un encuentro de dos hermanos. De dos compañeros. De dos hinchas de fútbol. De todo eso que es inherente a los uruguayos, a los argentinos.
Chau Eduardo. Me llevo de vos no solamente lo que te llevás vos. Sino esa luz. Esa luz imborrable, que tiene la izquierda cuando es coherente y fue siempre decente.
* Dramaturgo, director de teatro, actor, psicoanalista.
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