Lunes, 23 de noviembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
Los padres de la derrota del Frente para la Victoria son los aciertos del adversario y los errores propios. Necesita revisar en dónde estuvieron esos errores, pero el debate lógico que implica puede tener dos destinos: llevar a su disolución o a prepararse para el próximo desafío. Si ese debate se convierte en una carnicería, con pase de facturas, sectarismos y cacería de brujas, una derrota electoral como la de ayer puede convertirse en el final de la historia, lo cual haría que todo el esfuerzo de estos doce años no haya servido para nada.
El escenario del ballottage entre el FpV y Cambiemos planteó en forma esquemática las representaciones políticas que definen al país. Las dos fuerzas están representadas por su historia parlamentaria y de gestión, por sus prácticas concretas y por los modelos económicos que plantean. El historial conservador de Cambiemos no deja mucho espacio para sorpresas. Todos sus funcionarios en el plano de la economía son ortodoxos del neoliberalismo, la mayoría de ellos relacionados con el gran mundo financiero. Será un gobierno con un proyecto claro de país y tratará de llevarlo adelante sin cometer las torpezas de sus antecesores del menemismo y la Alianza.
El país del mercado está consolidado y ahora en el gobierno. El otro proyecto, el que incluye a los sectores populares, está en una encrucijada. Es un proyecto que se puede desandar en términos teóricos y vaciar de contenido, y también puede quedar estéril, perder su capacidad de disputar el poder desde una opción de masas para los intereses populares. El desafío para el peronismo y sus aliados está ahora en defender los logros que se consagraron en estos doce años. El contrapeso que pusieron la derecha radical y los conservadores del PRO al gobierno kirchnerista, ahora deberá ponerlo el FPV frente al gobierno de Mauricio Macri. La puja será entre un gobierno que tratará de minimizar o destruir los logros sociales y de progreso económico, educativo, científico y cultural y una resistencia opositora que tratará de defenderlos. Si no existe una fuerza política que ocupe ese lugar porque el FPV queda enzarzado en una interna desgastante, el juego democrático estará otra vez desbalanceado por la horfandad política de los sectores populares.
Desde el 45, el peronismo funcionó como la herramienta política de los sectores populares. El vacío tan grande que dejó la muerte de Perón en 1974, hizo que perdiera esa condición. El carácter fundacional del liderazgo de Perón, los grandes avances sociales de su gobierno, su derrocamiento por un golpe reaccionario y una influencia que perduró durante 18 años de exilio le daban una gravitación a su figura que excedía incluso al peronismo. Su muerte generó una crisis profunda en el peronismo y en el país, lo que abrió la puerta a los militares. Y con la dictadura, la generación que debía tomar la posta, la que el mismo Perón había anunciado como la protagonista del “trasvasamiento generacional”, fue prácticamente devastada.
Con esas bajas, el peronismo, que había impedido desde la resistencia el desmantelamiento total del Estado de bienestar, desde la muerte de Perón había dejado vacante esa función. No estaba en condiciones de cumplirla en el retorno a la democracia y de esa debilidad surgió el menemismo. Durante todo esos años, ninguna otra fuerza ocupó el lugar que había dejado el peronismo. Hubo intentos del alfonsinismo con el frustrado Tercer Movimiento Histórico, de la izquierda en diversos frentes, de la CTA con el Frenapo y otros proyectos y desde sectores progresistas como el Frepaso, pero todos fracasaron a veces por sectarios y a veces porque cuando conseguían masividad perdían decisión política y se pinchaban como burbujas.
Néstor Kirchner repuso al peronismo como la representación de los sectores populares. Recuperó los postulados originales del movimiento, con la misma energía vital que le habían secado los pequeños caudillos y burócratas que lo habían precedido. Esa opción política de masas que faltaba surgió nuevamente de un peronismo al que muchos consideraban que ya había agotado su rol histórico. No surgió de otros sectores que se habían propuesto esa construcción. El hecho de que el peronismo revalidara su rol como opción popular constituyó otra señal más de su valor histórico, el que no pudo ser reemplazado por las otras vertientes que lo intentaron. Para los sectores populares, jugar en democracia sin una herramienta política propia, es como si a un hambriento sin brazos se le pusiera delante un plato de sopa.
Como una fuerza que disputa poder, el peronismo tiende a canibalizarse en internas salvajes. Las derrotas mal digeridas suelen tener ese destino. En este caso, afrontará una responsabilidad histórica que tiene varias vías de resolución y solamente una buena. Una de ellas es desintegrarse y seguir el camino del radicalismo, que después del desastre de Fernando de la Rúa no pudo levantar cabeza para presentar candidatos propios y su base electoral migró hacia el macrismo con posiciones gorilas y reaccionarias. Otra opción es convertirse en una franquicia, una especie de cascarón hueco para disputar el poder como negocio. Esa fue la idea del menemismo: vaciar de contenido a una fuerza popular y venderla al mejor postor. La tercera opción fue la que con sus fallas y limitaciones se fue generando con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
El gran peligro ahora para el peronismo y sus aliados en el Frente para la Victoria es encerrarse en una autocrítica desgarradora que lo destruya. Tiene que encontrar la forma de debatir los errores y responsabilidades de la derrota sin romper sus lazos internos y evitar que los desplazamientos impliquen rupturas y hasta aprovechar ese debate para ampliar alianzas hacia otros peronistas y no peronistas frente al gobierno conservador. El peronismo necesita recuperar fuerza para cumplir con la gran responsabilidad histórica que le toca ahora en la defensa de los avances que se lograron. La verdadera derrota estaría si no cumpliera esa función.
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