Lunes, 15 de febrero de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Horacio González *
Entre las tantas notas “costumbristas” que se leen sobre Mauricio Macri –en verdad, dentro de una voraz campaña adulatoria–, una muy reciente en un específico matutino pasa revista a ciertas particularidades: él entra a su despacho recién salido del baño, con el cepillo de dientes aun introducido en la boca. (¿Hablará sin sacarse nunca ese aderezo bucal?) También recomienda a sus ministros que estén antes de las ocho de la noche en su casa, para “no perderse el crecimiento de sus hijos”, evitando entonces hacer política en un ámbito rodeado de sospechas: “la madrugada”. El comentarista de tales épicas de la cotidianidad no se priva de decir que hasta parecen recomendaciones de Durán Barba. Nunca sabremos si es así, o si el discípulo superó al maestro. Pero estos detalles de cotidianidad merecen observaciones que no pierdan de vista la manera en que van diseñando una forma de la política y de la historia. En general se tratan de hechos degradantes, donde se pierde una nota existencial que es irreversible de todo acontecimiento humano: en éstos hay varios conceptos terminados en “ad”. Historicidad, tragicidad, cotidianidad, subjetividad. Podríamos agregar muchos más encadenados a estas declinaciones tradicionales, que revelan una cualidad persistente y esencial de las cosas que mencionan: así, la historia, habiendo historicidad, pierde su aparente naturalismo. Hay que investigar entonces qué es. Cuando una palabra termina en “dad”, parece forzada, pero ya no es posible fijarla con una chinche al telgopor, y comprenderla de inmediato. Se inicia la implícita averiguación de un sentido. Pero esto se halla ausente en lo que hoy se llama macrismo. Hay una “macreidad”, entonces, como equivalencia a la falta de esencia de las cosas, como una búsqueda de lo meramente aparencial como forma de vida.
Sería esta una supuesta conciencia al natural, transparente a las cosas, despojada de otra intencionalidad que no sea su impenetrable visibilidad entera y exhaustiva. Es todo lo contrario a las visiones trágicas, quizás dramáticas del vivir sin más, y en especial, de las que ven todo acontecimiento como una suma constituida de planos entrecruzados, mediados por ambigüedades, por mapas implícitos e invisibles. Nada más obvio. Pero esta “obviedad” no conjuga con el macrismo, porque se pretende “natural”. Serlo, equivale a una reflexología inmediata de lo cotidiano. Siguiendo con la línea del Cepillo Dental en la Boca del Presidente (no se vio así en Davos) podríamos pensar en otras escenas cotidianas que en su extremo, no alcanzarían estatuto social de convenientes. Pero como los colaboradores se sorprendieron favorablemente con la espumosa boca presidencial, y al parecer festejaron la escena odontológico profiláctica, podríamos esperar otras de mayor intimidad relacionadas con el baño, esa parte siempre problemática del habitar, palabra que en nuestro idioma menciona una actividad higiénica ostensible: bañarse. Pero no elige otras más comprometedoras, hundiendo más la navaja en el habla, respecto a las póstumas significaciones del mencionado recinto. Aunque el lenguaje más íntimo e “irreproducible” las contiene. No nos internaremos en estas consecuencias del neo naturalismo, fase superior del neoliberalismo.
En los tiempos de Kirchner se decía que ese momento era caracterizado, en toda Latinoamérica, por el hecho de “que los presidentes se parecían cada vez más a sus pueblos”. Confieso que la frase no me gustaba del todo, a pesar de tener un contenido apreciable. ¿Cómo apartarse de una definición que populariza al gobernante e introduce potestades muy altas para la opinión y participación en el pueblo? Ese cruce es totalmente plausible, pero potencialmente encerraba la pepita de su precipitación en un juego de espejos muy limítrofes, en al abismo de la apología de la desaparición del rastro humano –déjenme decir esta dramaticidad– que define siempre lo inherente a lo político. No obstante, con esa frase, que tenía una legítima contextura, lo que pertenece sin más a la condición humana, se implantaba en la arena política, haciendo quiméricamente inmediato lo mediato. Es grave, pues el espectáculo que ahora nos proporcionan, ya consta de esta cuestión desarrollada “a full”, como vulgarmente se dice. ¿Cómo expresarlo de un modo más preciso? Acepto la pregunta sobre si la recomendación tan comprensible y festejable de “no perderse el crecimiento de los hijos”, entra asimismo dentro de esta cartillas del naturalismo disolutorio de las evidentes rugosidades del existir. Pues claro, no tenemos objeciones a aquella frase del acervo común, inscripta desde siempre en la emotividad del vivir íntimo y justo. Pero la frase enlazada a no hacer “política de madrugada” aporta ya a una toma de partido sobre los tiempos y momentos horarios, frase estrictamente de campaña: madrugada, igual a turbiedad, corrupción, vidas opacas. Apuesto a que el macrismo y su personal estable tienen madrugadas activas y por cierto, nada tenemos contra ello. Desde luego, el crecimiento de los hijos está en nuestro libro de deseos, conmemoraciones y probables fracasos. Tema para meditar. Pero ese mismo tema, en la frase del presidente y sus comentaristas del naturalismo aplicado y épico, significa lo contrario a una reflexión sobre el tema. Es una expectativa meramente fotográfica, icónica, una representación aparentemente casual. La redacción de tales acontecimientos , con Macri pintando con acuarelas junto a su hijita, tirado en la cama con el núcleo familiar, esto es, un descenso al rango último de lo espontáneamente doméstico de la mirada (dicho en académico: lo escópico de la intimidad), forma parte de una gran escena que enrarece todos las formas de convivencia con un nuevo estilo de dominación. La presumida naturalidad escénica, hace que su carácter teatral sea suprimido en su fase preparatoria y aparezca como una imagen revelada en su instantánea casualidad. No en vano se emplea la frase “fue sorprendido”. La esposa del presidente “sorprendida” en un supermercado. La ministra de Relaciones Exteriores “sorprendida” en otro supermercado. El macrismo podríamos definirlo como un gran simulacro llamado “sorpresas”. Pero es el reino absolutista de la Sorpresa Planificada. Debieran crear un ministerio con ese nombre, anexo al de “racionalización”. Entienden sorpresa como naturalidad. Ser sorprendido quita gravedad a la densa teatralidad de la hora. La gobernadora Vidal puede ser “sorprendida” en una reunión con docentes. No, pero allí sabemos que hay la latencia de un conflicto. Sabemos también que la gobernadora irá a vivir a la Villa de los Brigadieres en la Base Aérea de Morón. Será “sorprendida” viviendo en un recinto militar. Justificaciones puede haber muchas. Pero aquí tropieza este naturalismo basado en la casualidad de la intromisión de lo infinitamente cotidiano en la levedad del ser político. Ya en esta expresión “Base-aérea-militar” hay otra significación, cierta pesantez de la historia que roza con su rusticidad la pasta dental, el cepillo de dientes, las acuarelas, la tinta china, la plasticola y el lecho matrimonial repleto de inocencia. Lo que lo roza es lo impronunciable.
Es que el macrismo trabaja también con lo impronunciable; sus amenazas son administrativas, encuadradas en reglamentos, leyes, memorándum. ¿Pero por qué llamarlas amenazas si es la administración de la vida, o la vida administrada? Equivalente a la supresión de la grasa como haría cualquier simpático tallerista con lo que sobra del aceite de un árbol de leva o del cigüeñal. Lenguaje automotriz, idioma tuerca, sabihondo en tipos de grasas. ¿Pero el Estado continúa con su libre albedrío cuando la lengua naturalizada pronuncia la grasa como un complejo artilugio que encubre el despido de sus trabajos de miles de personas? Los naturalistas no saben bien cómo hablan y qué implica lo que dicen. Charly García dice en una de sus grandes canciones “prendí un faso para disimular”. He allí una descripción formidable del modo en que el macrismo ha instado a la gran disimulación, un faso disimulante lleno de grasa moral (o sea, que finge moralidades o escenas prístinas) para crear un tipo de conciencia que en su aparente inocencia sin historia, ahonde los estropicios colectivos que están en curso. Lo mismo cuando viste ponchos de los pueblos originarios, o cuando cruza los Andes en el itinerario sanmartiniano. La conciencia natural llega a un ritualismo desnutrido y escuálido, que reviste acontecimientos de gravísima entidad, no portadores de otro que nombre que los infinitos sinónimos que tiene el agravio moral y material. Pero con cepillo de dientes, incluso espumita rodeando la boca, porque aun así se percibe guturalmente las palabras pronunciadas: despídase, échese, aprésese, reprímase (and other words ending in “ese”). En la etapa anterior del kirchnerismo se vio algo de esto, la colocación en términos de vida privada y alusiones a la domesticidad para comentar o comunicar hechos de profunda significación colectiva. Las diferencias de épocas y significados las conocemos muy bien. Ahora es preciso saber cómo revisar en nuestras propias actuaciones los modos que también, preparatoriamente, prendiendo fasos más bien candorosos, nos hicieron llegar a esta fase extrema del “faso para disimular”. La supuesta conciencia al natural es uno de los modos posibles de deterioro de la vida pública, de los símbolos de convivencia –que nunca son transparentes del todo, no son cándidas acuarelas–, y de la existencia comunitaria cuyas raíces efectivas pueden cambiar realmente, sólo cuando no confunden política con exhibicionismo “al natural”.
* Sociólogo, ensayista.
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