Lunes, 6 de junio de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
¿Cuál es la pregunta? ¿Por qué hay que indignarse con la lista de declaraciones insólitas de funcionarios y adherentes de Cambiemos, que en las últimas semanas se precipitaron cual si lo hicieran adrede? ¿O cómo es posible que puedan producirlas alegremente?
A la cabeza, desde ya, se sitúan los dichos de Javier González Fraga, presidente del Banco Central durante la hiperinflación de 1989/90, luego convocado como asesor del riojano Antonio Erman González en el Ministerio de Economía y nuevamente jefe del Central en 1991. De su paso por la entidad, resalta que disolvió el Centro de Estudios Penales encargado de investigar delitos financieros y prevenir maniobras conexas. Fue también durante su gestión cuando se modificó la normativa aplicada al control de lavado de dinero. Hoy alineado a rajatabla con el gobierno macrista y hombre de consulta más o menos habitual en los medios oficialistas –porque además es un tipo de lenguaje sencillo, retóricamente atractivo– dijo que el problema son los empleados “medios” capaces de haber creído, durante el kirchnerismo, la naturalidad de poder comprarse un auto, moto, plasma o celular. Y viajar al exterior, válgame Dios. Quien firma citó ya el tan sintético como estupendo artículo del colega Fernando D’addario, en Página/12 del sábado anterior, a propósito de cómo las declaraciones de González Fraga suponen un movimiento dialéctico negativo. No se trata de que el mercado se recicle a sí mismo activando el consumo interno, brindándole a clases populares y medias una capacidad de compra suficiente para estimular la tasa de ganancia de los dueños productivos. No. Se trata de que “hay una razón, provisoria, sujeta a análisis más profundos: el neoliberalismo logró inocular en el cuerpo social un virus de doble alcance, que por un lado construyó una actitud de deseo permanente y por el otro desvió la lucha por concretarlo. A cada clase le puso una zanahoria, bien arriba, y la convenció de que su pelea no es contra el que sostiene la zanahoria, sino contra el que amenaza desde abajo con arrebatar la pequeña zanahoria propia (…) Los de arriba están cada vez más lejos porque los de abajo están cada vez más cerca. Por supuesto, tal amenaza no existe; es sólo la razón esgrimida para justificar que casi nadie pueda consumir, finalmente, la tan deseada zanahoria”. Sería peor aún, en realidad: es que nadie se atribuya el derecho a consumir porque, para el caso renovado del macrismo respecto de dictadura y menemato, debe esperarse que la copa de los ricos derrame sobre pobres y clase media. Recién en ese entonces, que jamás sucedió en lugar alguno durante el neoliberalismo, esos sectores podrían exigir el acceso a lo que el mercado ofrezca sin que por abajo haya presiones en condiciones de amenazar gravemente. Esa construcción de las subjetividad de las masas es la victoria de ellos, de los ricos que ahora y encima gobiernan directamente, porque mudaron la lucha de clases a clases en lucha. Son conceptos muy distintos. Uno significa tener conciencia de quiénes manejan la torta. Y el otro, pelearse por la zanahoria.
Cuando las afirmaciones de González Fraga parecieron llegar a una suerte de techo humillatorio, reapareció el ministro Alfonso Prat-Gay y les pidió perdón a los empresarios españoles por las políticas del kirchnerismo. En cancha de ellos, colgado del travesaño contra un rival que no tiene ni cuatro picapiedras para armar la defensa, rotuló de “disparate” la estatización de YPF y llamó a un “aplauso”, así, literalmente, porque “Argentina está de vuelta”. Hasta Elisa Carrió lo fustigó, recordándole que hay una causa penal, en el juzgado federal de Ariel Lijo, en la que están imputados los integrantes del directorio de Repsol. La diputada Araceli Ferreyra señaló que Prat-Gay les hizo una visita higiénica a los empresarios españoles, pero para una parte de la popu le cabe el adverso beneficio inventarial de ser kirchnerista. Si, en cambio, es Carrió quien corre por izquierda al funcionario, se arriba a un límite impensado. Hay que hacer tremendo mérito vendepatria para comprarse una cosa de ese tamaño. La chaqueña se transformó en un inconveniente mediático para el macrismo porque, mientras ejercía su papel de francotiradora contra la corrupción K, servía a los intereses de campaña como republicanista solitaria contra la yegua y sus socios. Pero cayeron en la cuenta de que ella solamente hace show en nombre de sí misma y del odio contra Cristina. Les resulta difícil parar a una egocéntrica cuyas explosiones declarativas son, además, carne de cañón para los medios que viven del escándalo, del minuto a minuto, de la cultura clip. Como la única prioridad de Carrió es alborotar, aunque siempre alimente a derecha, hace ruido. Carece de formación ideológica, pero algo intuyó frente a la barbaridad de Prat- Gay y algo percibe ante la difusión de las cuentas de Macri en Bahamas, el blanqueo a los grandes evasores, los tarifazos, la mentira de reparar a los jubilados. Es decir: nada que con honestidad intelectual no debió anotar cuando resolvió pegarse a lo peor de la política. No le importa esa decencia. Sí le interesa jugar a ser la fiscal de la Nación, tomar el té con las chicas de San Nicolás de Bari y producir un “como que” Prat-Gay, los Panamá Papers, el gobierno de los CEO, saquear al Estado en nombre de las corporaciones eficientes, son efectos indeseados y no causa estructural.
En otra columna valiosa publicada en este diario, Alberto Müller, investigador del Centro de Estudios para la Situación y Perspectivas de la Argentina (Cespa), escribió “Capitales españoles, amateurismo argentino” (miércoles pasado). Reluce allí que, apenas para ir a casos relacionados con España, “las estatizaciones de YPF y Aerolíneas Argentinas ocurrieron sólo cuando la gestión privada exhibió impudorosos niveles de ineficacia, e incluso inviabilidad (…) En una maniobra casi delictiva, Aerolíneas tuvo que cargar con el pasivo que tomó Iberia para su compra”. En cuanto a YPF, declinó “aceleradamente merced a la falta de inversión, porque el interés de Repsol estaba en otras latitudes”. Son los empresarios españoles, dice Müller remarcando la obviedad que ignoran desprevenidos y tilingos ideológicos, quienes deberían pedirle perdón a Argentina por las tropelías cometidas. “Para negociar con los grandes, hay que portarse como un grande”, en vez de “la actitud del niño que levanta la mano todo el tiempo para decir lo que se espera de él”. Debería provocar vergüenza ajena que un ministro argentino vaya a pedir disculpas en un ámbito de estafadores, que sumieron a España en la crisis más profunda de su historia reciente. Prat Gay les pidió perdón, en cuenta del gobierno argentino, a los hombres de negociados que todavía se permiten financiar, entre nosotros, jornadas de la Fundación Libertad, con José María Aznar como estrella invitada junto a Mario Vargas Llosa y otros fascistas del libre mercado, con Macri de anfitrión. El ministro de Hacienda nuestro y de ellos (los dos señalamientos son ciertos, lamentablemente) fue quien supo indicar que el impacto real del tarifazo no era más que el valor de dos pizzas. Ahora dicen que el límite de los aumentos debe ser como mucho del 400 por ciento en los valores domiciliarios, y del 500 por ciento en pymes y comercios. ¿Toman el pelo o es que “la gente” lo aguanta, e incluso cree en la buena voluntad gubernativa, porque se viene la felicidad en el segundo semestre?
Semeja evidente lo eficaz, quizá transitorio, de construir lo que debe parecer y no lo que es. Gabriela Michetti también se anima a decir que esperaban de los empresarios un poco más de compromiso (¿?), y antes Juan José Aranguren avisó que si la nafta está cara no hay que usar el auto, y después lo procesan al ex titular de la AFIP por dar a conocer la evasión fiscal de contribuyentes con colocaciones financieras en Suiza. Mientras tanto anuncian un blanqueo cuyas expectativas de dólares retornados se achica día tras día, como corresponde a los antecedentes de medidas de esa naturaleza: ningún perdonavidas fiscal dio resultado, nunca, si es por esperar desde allí que los macro-fugadores de divisas confíen en “la Argentina que vuelve”. Para volver al comienzo, habíamos quedado en si la pregunta pasa por la robustez de la indignación o por la seguridad de que cualquier barrabasada declarativa puede quedar impune. ¿No será que las confesiones son posibles porque quienes las perpetran saben que no hay reacción articulada, ni política ni social, y que por tanto pueden permitirse tensar la cuerda porque confían en la capacidad del mensaje de los globos? Articulada es un término sobre el que cabe reparar. Las dos CTA salieron a la calle, el jueves, a contramano de la traición cegetista. Fue una movilización significativa. Estuvieron donde tenían que estar, aun a riesgo de una cantidad de manifestantes que, de ser acotada, lo es no por el número sino por la dispersión en que se halla inmersa. Las protestas de gremios y focos sectoriales también son muestra de que hay reflejos activos, pero no tienen conducción política mayor. Y la prédica de los medios macristas hace su aporte, agrupando y distrayendo con Lázaro Báez & Cía. lo que debiera centrarse en un trabajo que cada vez es menos y un ajuste que pega cada vez más.
Los que parecen sincericidios de funcionarios y amigos gubernamentales responden a redoblar la apuesta cargando todas las tintas en la herencia recibida, así sea a costa de incurrir en barbaridades insultantes. ¿Qué sigue? ¿Pedir disculpas por la Revolución de Mayo? Y después, ¿pagan costo político? Por el momento parece que no, porque confían en que la porción popular más grande sigue dispuesta a creer en las consecuencias del kirchnerismo como culpable principal. De lo contrario, jamás se animarían a decir lo que dicen. Vaya uno a saber cuánto durará eso.
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