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DE LA CIA SUEÑAN CON HACERSE LA ARGENTINA
Buenos Aires es la meca de los servicios
Este diario descubrió la pista que une a miembros de servicios extranjeros y al ultraderechista Oliver North, todos con planes de participar en la seguridad de la Argentina. Una ríspida charla en la Recoleta revela qué piensa este sector, reunido ayer con argentinos en una quinta de Moreno.
Por Felipe Yapur
Oliver North, el coronel norteamericano que protagonizó en los años ochenta el affaire “Irán-Contras”, se encuentra en la Argentina. Página/12 pudo establecer que llegó en el mayor de los secretos con el presunto objetivo de “invertir” en materia de seguridad, o sea aconsejar a empresas y ejecutivos en la prevención de secuestros extorsivos. Ya comenzó a actuar. De hecho, mantuvo una serie de encuentros con Jorge “Corcho” Rodríguez, afectado por el secuestro de Ernesto, su padre, y dueño –entre otras– de la empresa de seguridad Universal Control.
North no está solo en Buenos Aires. Lo acompañan su esposa Betsy y su hijo Scotty. Pasó unos días por el Alvear Palace Hotel para trasladarse luego a un destino más discreto y su estadía se extenderá por una semana más. A pesar de la presencia familiar, el coronel no está en viaje de placer. Ayer, participó de una reunión de trabajo en el Country San Diego, de la localidad bonaerense de Moreno. John Battaglia, un uruguayo-norteamericano representante de la agencia de seguridad Trident, donde North presta asesoramiento, fue quien reconoció a Página/12 la presencia del militar. Si bien Battaglia se mostró dispuesto a informar sobre lo ocurrido, recurrió a términos diplomáticos para evitar el sí o el no, aunque no fue diplomático en la descripción de la Argentina.
–¿En la reunión, participaron dirigentes políticos?
–No lo niego. Tampoco lo afirmo. Lo que le puedo decir es que participó gente interesada en resolver el caos que vive el país en materia de seguridad.
–¿Participaron representantes de las fuerzas armadas o de seguridad?
–Ahhh... Ni lo niego ni lo afirmo. Le quiero decir que nuestra participación no tiene nada que ver con temas políticos. No nos interesa interferir en el gobierno democrático. Lo que pretende el señor North es contribuir, en base a su experiencia, a producir el fin de la delincuencia que tiene al país inmerso en el caos. Para eso quiere invertir en diferentes compañías de seguridad que están con dificultades económicas y asesorar a ejecutivos locales y empresas porque este país necesita asistencia.
Si bien Battaglia negó toda posibilidad de identificar a las empresas en las cuales North tiene intenciones de “invertir”, se preocupó en destacar que el coronel dio asesoramiento “gratuito” a Corcho Rodríguez –el marido de la presentadora televisiva Susana Giménez– con la “única intención de ayudarlo” a resolver el secuestro de su padre.
Después de una investigación en la que había recogido los primeros datos y los indicios de que North había desembarcado en la Argentina, este diario dio con él en un restaurante de la exclusiva Recoleta.
El representante de Trident y a la sazón vocero oficioso de North no es el único uruguayo con negocios en seguridad que por estos días camina por las calles de Buenos Aires.
Battaglia y compañía
Sábado cerca de la medianoche. El reportero gráfico se abalanza sobre la mesa y comienza a disparar con su cámara. El flash obliga al resto de los parroquianos del restaurante a girar su cabeza. Todos observan al hombre gordo con gafas negras. Mira con desconfianza. Está sentado junto a un sesentón de cabello cano, prolijamente peinado con gel, que disimula la sorpresa sonriendo con elegancia de dandy. Mientras Página/12 se acerca, abre sus brazos en señal de bienvenida.
–¡Pero por favor señores, seamos civilizados! Siéntense y hablemos amigablemente. ¿Quieren beber algo? ¿Alguno de ustedes desea un puro? –dice mientras su compañero permanece serio, inmutable detrás de sus lentes negros a pesar de la noche y la penumbra del restaurante.
El dandy aparente es Battaglia, un uruguayo que se radicó de muy chico en los Estados Unidos y, como su padre, ingresó a la marina norteamericana. Allí se transformó en “foca”. El mote identifica a los que se incorporan luego a los “seals”, una escuadra de la Marina que se especializa en acciones especiales, riesgosas y por lo general secretas. Sirviendo para los “seals”, Battaglia dice haber pasado 18 meses en Vietnam: “Me cagué de miedo”, confiesa. Su incorporación a la CIA lo llevó a participar del Plan Cóndor, que coordinaron las dictaduras latinoamericanas para secuestrar y desaparecer a los disidentes políticos. A Battaglia lo acusan de haber operado en los Estados Unidos en la identificación de exiliados y hasta de haber colaborado en la fuga de Anastasio Somoza de Nicaragua en 1979. “Eso es pura mierrrrda”, dice al respecto. Pero afirma ser amigo personal de George W. Bush: “Con George solíamos encontrarnos en bares a beber mucho whisky. Claro, en esa época ni se imaginaba llegar a donde llegó. De todas formas no estoy muy conforme con su administración. La guerra de Irak fue un negocio, nada más”.
“Johnny”, como lo llaman con exagerado afecto las camareras del restaurante La Cirila del barrio de Recoleta, se muestra afable. Es de hablar tranquilo, pausado y con gestos delicados. Como estudiados. Luce un traje azul marino que resalta el oro que lo acompaña. Reloj de oro. Pulsera, gemelos y hasta el marco de sus lentes de oro. Todo haciendo juego con su corbata de seda amarilla ajustada por una traba de corbata que también de oro.
–¿Qué es lo que señores desean saber? –inquiere Battaglia con ironía al tiempo que acerca a sus finos labios un largo vaso de whisky.
–Usted es representante de la agencia de seguridad norteamericana Trident.
–Efectivamente soy el representante de Trident Investigative Service Corporation –responde, acentuando cada palabra en inglés.
–¿Y esta es la razón por la que una vez más el coronel Oliver North se encuentra en el país?
Tras la sorpresa Battaglia se toma unos segundos para responder. Mira a su compañero, le sonríe. Julio Poblete Cortés le responde con una mueca. Es un morocho calvo, de aproximadamente un metro ochenta y largamente excedido en peso. Le dicen “Tío Lucas” por su parecido con el personaje de la serie norteamericana “Los Locos Adams”. Utiliza una gafas oscuras para disimular la falta de su ojo izquierdo que, comentan ellos mismos, perdió en los años setenta durante un enfrentamiento con los guerrilleros uruguayos Tupamaros. Johnny suelta otra de sus sonrisas.
–El señor Oliver North es un asesor de nuestra compañía pero su presencia en el país se debe a cuestiones de índole personal. Comercial, diría. ¡No hay nada extraño! ¡Señores, les pido pooor favor que dejemos de creer en las películas estilo Hollywood! –dice levantando sus brazos.
–En Buenos Aires se ve mucho cine europeo. Ahora bien, ¿podría decir a qué vino North?
Battaglia no responde. El comienzo de un show musical lo incomoda porque no puede escuchar bien. Con un firme ademán llama a una de las camareras y le ordena que habilite el salón del primer piso. El ex agente de la CIA sube con su vaso de vino tinto en la mano. Arriba todo está a oscuras. Un empleado barre a toda velocidad para dejar presentable el lugar. Battaglia ordena un whisky que beberá de manera intercalada con el vino. “Tío Lucas”, en cambio, prefiere un agua tónica con limón. La camarera sirve con similar velocidad para luego cerrar la puerta del salón y acomodarse detrás de la barra.
–Le repito, mi querido amigo. Acá no hay nada extraño. Este país necesita ayuda. Es un caos donde los policías mueren como moscas y hay que terminar con la delincuencia. El problema es que los integrantes de la Policía Federal, que es excelente, reaccionan a veces de manera exagerada porque la policía es latinoamericana.
–Pero usted es latino. Y la excelente policía es la misma que tiró al Riachuelo a un adolescente sólo porque...
–(Grita.) ¡Ya lo sé, ya lo sé! Por eso acá no se puede aplicar la política de tolerancia cero. Es el subdesarrollo. Un estado mental.
–Usted llama estado mental al gatillo fácil.
–La subversión fue combatida. Se cometieron errores, excesos. Pero volvamos al presente. ¿Usted se imagina lo que piensa un turista norteamericano cuando ve a los piqueteros con el rostro tapado y con remeras que tienen la foto del “Che” Guevara?
–Quizás no en la desigualdad extrema.
–(Ríe.) Mire, cuando pienso en el Che me quito el sombrero. (A los gritos.) ¡Ese hombre es el único que respeto porque fue un gran comandante! Todos esos que llevan la camiseta son putos –dice mientras acentúa la letra “u” y Lucas reafirma con su cabeza–. Los verdaderos revolucionarios eran aquellos que soportaban los ocho miligramos de pentotal y después caían conscientes sin decir una palabra.
–¿Usted se refiere a los vuelos de la muerte?
Battaglia hace un largo silencio. Bebe su whisky, mira a “Tío Lucas”, a quien no se le mueve un músculo. Respira profundo y dice:
–Sí, sí... –vuelve a tomarse unos segundos–. En cambio estaban esos putos que no dudaban en salir a marcar a sus compañeros.
La palabra “tortura” en boca del periodista provoca la reacción de “Tío Lucas”, que levanta su mano gruesa y redonda. Una corta pero profunda cicatriz al costado derecho de su labio resalta cuando habla.
–¿A usted alguna vez lo torturaron? –pregunta con tonada uruguaya.
–No.
–Pues a mi, sí –dice, pero cuando se le pregunta cuándo, quién y por qué, “Lucas” recurre al cinismo: “Fue mi mujer”.
La camarera una y otra vez cambia ceniceros y llena los vasos. Abajo, el restaurante prácticamente está vacío. Ya ni música ambiental se escucha. Battaglia desaparece unos minutos y “Lucas” toma la palabra. Como su amigo, el mofletudo también calza un traje azul. A diferencia del ex agente de la CIA, “Lucas” luce una corbata celeste de seda y con el mismo motivo que su amigo. En la solapa tiene una bandera uruguaya y un pin de Naciones Unidas –Battaglia tiene uno igual pero al lado de la insignia estadounidense– y una traba de corbata con el logo de la Policía Federal. “Me lo regaló un comisario amigo, pero si usted quiere me lo saco. Yo no tengo nada que ver con la policía”, dice en tono de broma. Pero su expresión no lo acompaña.
–¿Cuál es su relación con el teniente coronel José “Nino” Gavazzo?
–Ninguna.
–Sin embargo, en una nota del diario uruguayo La República, en su edición del 15 de diciembre de 2000, usted aparece acompañándolo en una misa junto a otros militares.
–Pasaba por ahí y me tomaron una foto. Nino es una gran persona y a pesar de su condición de militar es un ser humano como todos.
–Está acusado de haber participado en el secuestro de ciudadanos uruguayos en Buenos Aires. El juez español Baltasar Garzón pidió su captura. No puede salir de su país.
–Nino participó de la guerra antisubversiva pero lo protege la ley. Además, le advierto que él vino a Orletti (el centro clandestino de detención) y retiró a los detenidos, pero ninguno de ellos cayó (al río) y ahora todos se pasean por Montevideo.
–Usted sabe que no es así. Además, también lo acusan por el robo de bebés.
–No, mi amigo, no se equivoque. Las izquierdistas se quisieron meter en la revolución y luego debieron dejar sus hijos. ¿Acaso usted sabe que esos chicos hayan preferido volver a su familia original? Están felices y contentos con los comisarios o militares que los criaron. Y antes de que me olvide. Le quiero decir que tenga muy en cuenta qué foto va a publicar de mí. No quiero que me perjudique, porque si es así voy a encontrarlo y vamos a hablar en otros términos. ¿Entendió?
–Lucas, ¿prefiere que lo llamen Julio? ¿Usted es policía o militar? ¿De qué vive?
–No soy nada y vivo de mis amigos. De la ayuda que ellos me dan.
Hasta ese momento, “Tío Lucas” se había negado a identificarse. Recién después de la amenaza entregó una tarjeta que lo muestra como integrante sin cargo aparente de la agencia de seguridad uruguaya Domínguez y Asociados. Se niega a dar detalles. En la página web de la empresa se detalla la serie de servicios que presta: seguimientos camuflados, divorcios, infidelidades, pero también evaluaciones de riesgo para inversiones, inteligencia empresarial y competencia desleal. Battaglia retorna poco después para dar por terminada la charla.
Domingo al sol
Durante la tarde de ayer, el ex agente de la CIA y el coronel retirado North presidieron una extensa reunión con invitados especiales “preocupados por la seguridad en el país”. Cuando finalizó, Battaglia aceptó conversar telefónicamente con Página/12. Esta vez se explayó un poco más. Destacó que Néstor Kirchner es una persona con buenas intenciones pero “que vive en los años setenta”. La queja está dirigida, en todo caso, a la senadora Cristina Fernández de Kirchner. “Es una señora que se queja todo el día, que se compara con Hillary Clinton.”
–Battaglia, ¿y eso qué tiene que ver con la seguridad?
–Roger Noriega (encargado para América Latina en el Departamento de Estado norteamericano) lo dijo bien claro. Acá se vive en el pasado. Vivan el presente. Es preciso ponerse en serio a trabajar para terminar con la delincuencia. Se necesita darle más poder a la policía y dejarse de joder con los derechos humanos. Hay que derrocar (sic) la ley de Seguridad Interior y sacar a la calle a las fuerzas armadas para terminar con las muertes de policía y gente común. Claro, esto no quiere decir que salgan a perseguir con fines políticos. Eso no puede suceder más.
–Bueno, para evitar eso existe la ley que usted quiere derogar.
–(Levantando la voz) ¡Pero por favor! Deje de mirar el pasado. Ustedes los argentinos tienen que vivir el presente. Para solucionar el caos que vive este país se necesita a un hombre como el señor North.
Battaglia pidió perdón por si fue muy vehemente en sus declaraciones. Afirmó que está trabajando para que Trident abra una oficina en Buenos Aires y reconoció que le intriga el interés periodístico que existe por la presencia de North. Por si acaso, deslizó un advertencia: “Espero que no nos perjudiquen”. Saludó y cortó.