Domingo, 3 de julio de 2016 | Hoy
EL PAíS › JOSE LUIS MAULIN PRATTO LE CONTO A PAGINA/12 SOBRE LA BUSQUEDA Y EL REENCUENTRO CON SU FAMILIA
El nieto 120 relató detalles de la vida con su apropiadora, tras ser arrebatado a su madre durante la dictadura, y cómo sus padres y su hermana lo buscaron. “Me falta el nombre”, dijo sobre la lucha que aún mantiene para recuperar su apellido biológico.
El documento nacional de identidad de José Luis miente. Él, un hombre de 39 años, lo sabe desde hace siete, cuando un análisis de ADN le contó la verdad que corría por sus venas: en un 99,99 por ciento era compatible con el de Rubén Maulín y Luisa Pratto, sobrevivientes del terrorismo de Estado que en la ciudad santafesina de Reconquista arrasó como en el resto del país durante la última dictadura militar; de Cecilia Góngora, quien figura en los registros oficiales como su madre, y José Ángel Segretín, el dueño del apellido mentiroso, ni rastros. Desde ese análisis, José Luis reclama al Estado la restitución de su identidad, lo que está en pleno debate oral y público. “La identidad es el basamento que explica por qué uno es como es, por qué uno sueña determinados sueños, por qué decide concretarlos de tal o cual manera. No tenerla o tener una falsa es construir castillos en el aire, siendo alguien que en realidad no existe. Como me pasó a mí, que aún me llamo fulano, pero soy mengano”, dijo a Página/12 después de que Abuelas de Plaza de Mayo lo reconociera como el nieto 120.
Algo de esa evaluación pudo realizar José Luis el jueves pasado ante el Tribunal Oral Federal de Santa Fe en el juicio por su apropiación. Ese día declaró, ante sus padres, querellantes en la causa, y su apropiadora, una de las dos acusadas. .
–¿Qué significó poder dar testimonio en el juicio que evalúa el robo de su identidad?
–Fue todo lo que esperaba. Estaba bastante ansioso por poder, por fin, declarar. Fue bastante emotiva la situación. Sentí una sensación de descarga total. Hacía tiempo que venía esperando el inicio del juicio y el pedido de que por favor cuanto antes se me restituyera la identidad. Pasaron ocho años, Los tiempos de la Justicia no son los nuestros. Incluso murió uno de los acusados. (Danilo) Sambuelli (era jefe del centro clandestino que operó en la III Brigada de Reconquista y murió en diciembre de 2014 cumpliendo una condena por los delitos de lesa humanidad cometidos allí) era para mí partícipe sumamente necesario en mi apropiación. Era quien administraba la justicia y el orden, el amo y señor de la ciudad de Reconquista durante la última dictadura. Él y la obstetra (Elsa Nasatsky de Martino, quien firmó el certificado de nacimiento) son responsables del aprovechamiento que mis apropiadores hicieron de la situación que padecían mis padres por ser víctimas del terrorismo de Estado como Góngora y Segretín. Patear en el suelo a alguien es a veces peor que aquel que provocó la caída. Mi familia estaba devastada y acá hubo un aprovechamiento que es tan delictivo como el secuestro y las torturas.
–¿Que su apropiadora haya escuchado su testimonio volvió más especial al momento? ¿Le generó dolor? ¿Lo atemorizó de alguna manera?
–No fue fácil ni fue gustoso para mí que ella estuviera sentada como acusada. En lo personal, no necesito una condena para ella, me basta con que esté ahí, con que me haya escuchado. Porque yo tenía la posibilidad de que la retiraran de la sala durante mi declaración, pero me era necesario que escuchara lo que tenía para decir, que supiera de mi boca lo que provocó en mí, que al momento de ser condenada, si resultara así el final del juicio, supiese de mi parte por qué recibe esa condena. Necesitaba que supiera el daño que me provocó, la pérdida que me provocó, lo que me robó, lo que se llevó y no le correspondía.
–¿Qué le robó? ¿Qué se llevó?
–Mi historia.
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Lo que su documento de identidad no reconoce, José Luis lo reivindica desde el lenguaje: llama “viejos, vieja, viejo” a Luisa Pratto y Rubén Maulín, y “apropiadora” a Góngora. A los 11 años, su apropiadora le confesó que no era hijo biológico de ella. “Bajo la promesa de que me llevara el secreto a la tumba”, cuenta. La versión lo presentaba como el resultado de una relación extramatrimonial de Segretín, fallecido en 1986. Lo que hasta entonces no sabía era que había una mujer y un hombre en Reconquista que lo estaban buscando como su propio hijo.
“Mi mamá se acercó a mi apropiadora, incluso antes de que mi papá saliera en libertad, pero mi apropiadora la amenazaba con que la iba a hacer meter presa y mi vieja le tenía un terror espantoso a los policías después de las torturas y todo lo que había pasado”, reconstruye José Luis algo de lo que sus padres sufrieron. En octubre de 1976, una patota de la III Brigada Área de Reconquista sorprendió al matrimonio de Luisa y Rubén en su departamento. Estaban allí con la mamá de Rubén y los dos hijos bebés de la pareja, Walter y Gisella. A Rubén y a su madre los secuestraron. Días más tarde también se llevarían a Griselda, la hermana menor de Luisa, que había viajado para ayudarla con los nenes. Luisa estaba embarazada de cuatro meses, lo cual no evitó las visitas violentas periódicas de la patota: durante meses la violaron, torturaron y amenazaron frente a sus hijos. Cuando llegó el momento, la llevaron a parir a José Luis al sanatorio privado local, donde la registraron con el nombre de quien le iba a robar a su hijo durante los siguientes 30 años.
Cuando Rubén salió en libertad, en 1982, comenzaron a reclamar a la Justicia por la recuperación de su hijo: tenían el nombre de la apropiadora. “Les llegaron a decir que la causa ya habían prescrito porque había pasado mucho tiempo y en organismos de gobierno les decían que si ellos sabían donde yo estaba y sabían quién era yo y quién me tenía, tenían que ir y buscarme. Entonces, volvían a intentar con mi apropiadora, pero ella los corría siempre. les llegó a decir que si seguían intentando, yo me iba a suicidar”.
Para la misma época en que José Luis supo que no era hijo de Góngora, también recibió los primeros datos respecto de esa familia que lo “quería llevar”. “Mi apropiadora me decía que me querían llevar, que eran malos y yo tenía terror. Sufrí toda una manipulación. Me decía que el marido era un terrorista, que había estado preso, que era un terrorista, que ponía bombas en colectivos. Así que por lo que me contaba ella yo no quería saber nada con mi mamá”, relató a este diario.
–¿Nunca dudó de lo que Góngora le contaba?
–No, hasta que se acercó mi hermana. Ella sembró la gran semilla de la duda en mí, aquella patriada que se mandó fue muy importante para mí.
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Gisella es un año más grande que él y se crió buscándolo. Tras recuperar su libertad, su abuela paterna se la llevaba a buscarlo por las calles. José Luis reconstruyó: “La agarraba a ella y a mi prima y me buscaban, me vigilaban, me espiaban. Gisella tenía una noción desde pequeña de mí, de lo que pasaba conmigo, que después fue completando. Para cuando se acercó, llevaba años extrañándome.”
Cuando su hermana mayor lo encontró, ambos compartían escuela secundaria. Él tenía 13 años y ella, 14, y se mandó sola, según le contaron décadas después a José Luis. Ella había escuchado en la casa, en conversaciones entre Rubén y su esposa –está separado de Luisa– el nombre de su hermano: José Luis Segretín. Luego, lo escuchó en el colegio. Y empezó a rastrearlo.
Lo que él recuerda de manera “muy fresca”, lo que a él le quedó “grabado para siempre”, fue el encuentro fugaz: “Fue en un recreo. Me tocó el hombro. No se presentó. Solo me dijo si podía hablar un ratito conmigo. Yo la vi muy parecida a mí, me di cuenta instantáneamente quién era y le dije que no, con mucho miedo. Se puso muy mal, se dio vuelta y se fue”. Por esa “patriada” de su hermana, José Luis se enteró del apellido de su familia biológica paterna: Maulín.
–¿No se volvió a acercar a ella?
–No. Yo conté eso en mi casa y al otro día fue mi apropiadora a hablar con los directivos de la escuela, quienes maltrataron bastante a mi hermana, la acusaron de acosarme. Yo tenía miedo de que me secuestraran, así que mi apropiadora me propuso llevarme a Buenos Aires por un tiempo. Ella sabía cómo manejar los tiempos de la situación, con lo cual a mí me queda claro que ya había pasado otra vez: que nos buscaban, nos escapábamos para que mis familiares perdieran el rastro, desistieran y entonces volvíamos. Y así sucedió. Volví a fin de año a la escuela, pero mi hermana había sufrido mucho por esto y terminó abandonando.
Pasó el tiempo, pasó la adolescencia, pero José Luis siguió pensando siempre. “Me preguntaba por el parecido con esa chica, me preguntaba sobre el por qué del abandono de mi madre, pero la duda de a poco le fue ganando al miedo”. El click definitivo llegó en 2008, cuando Góngora le volvió a contar que “esa gente” había vuelto a la carga. “Pero lo más fuerte fue lo de la radio”, recordó.
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José Luis ya tenía 31 años, una pareja, dos hijas. Entonces, el juicio a los represores de Reconquista estaba en un momento clave (ver aparte). “Mónica, mi pareja, tenía una cuñada que era productora de un programa de radio y a propósito del juicio, le hizo una entrevista a mi mamá, que era testigo. Mi mamá le comentó que estaba buscando a su hijo, le dio todos los detalles y características y a esta chica le pareció muy familiar. Le pidió a mi mamá si sabía cómo se llamaba el chico que buscaba y mi mamá dudó, pero se lo dio. Cerraba por todos lados, era yo”, recordó.
El tema sorprendió a todos en su familia política, que ni siquiera sabía la mentira que Góngora sostuvo hasta la última vez que lo vio: que José Luis es hijo de Segretín con otra mujer.
–¿Por qué aquella vez fue diferente al resto?
–Yo seguía teniendo miedo. No a que me llevaran, porque ya tenía 31 años, dos hijos... ¿Adónde me iban a llevar? Pero estaba enterado de las consecuencias de la situación. Hablé con Góngora y le conté que había decidido a escucharlos. Creía que me debían una explicación. No estaba enojado, pero en mí estaba la idea del abandono. Iba a decirles que me dejaran en paz. Conseguí el número de teléfono de mi vieja. Llamé varias veces y cuando me atendían, cortaba. Recién pude hacerlo en 2009, en el verano, con la ayuda de los profesionales del programa de protección de testigos.
–¿Cómo fue el reencuentro?
–Primero me vi con mi vieja. Y me trajo muchísima paz. Al fin podía escuchar esa parte de la historia: aquello que no quería, pero era tan necesario. Las barbaridades por las que pasaron ella, mi viejo, mis hermanos, mi abuela. No es fácil escuchar a tus seres cercanos, a tu familia, contar sus experiencias en torturas y secuestros. Fue tremendo para mí. Pero desde ese primer encuentro surgió todo. En marzo me encontré con los dos (Luisa y Rubén) y desde entonces el vínculo se fue haciendo más estrecho. Hoy, siento que los conozco de toda la vida.
En abril se sometieron los tres a la prueba de ADN y en mayo llegaron los resultados. Hasta entonces, José Luis tenía contacto con su apropiadora: “El último día que la vi fue con el resultado de ADN en la mano. Le pregunté si estaba segura de lo que ella me había contado siempre y repitió su versión. Le dejé los resultados del análisis, le pedí que no me mienta más, me fui y no volví más. Nunca se volvió a acercar, nunca se disculpó, nunca nada más”.
–¿Le contaba algo sobre el terrorismo de Estado?
–En mi casa estaba prohibido hablar de política. Tal es así que yo tenía una colección de revistas encuadernadas de Perón y Evita que un buen día desapareció. Se la llevaron. De política y religión no se hablaba abiertamente. Pero circulaban ciertos términos que yo escuchaba a escondidas: en mi casa supe lo que era un submarino, lo que era una picana, lo que fueron los vuelos de la muerte. Del secuestro y robo de bebés no se hablaba. A medida que fui creciendo me fui enterando. Tuve profesores en el secundario que por fuera del programa educativo nos hablaban de la última dictadura. Nunca pensé que en Reconquista hubiera sido tan fuerte lo que pasó. La historia oficial acá versaba sobre un pequeño puñado de detenidos políticos y ajusticiados. Se lo contaba y veía así, estaba todo muy silenciado.
–¿Tenía postura tomada al respecto? ¿Qué pensó tras enterarse de que es víctima de aquellos años de terror?
–En mi entorno siempre se justificaron los delitos de lesa humanidad. ‘Si se los llevaron, era porque eran terroristas’, así se pensaba. Y yo tenía mis dudas, más aún cuando fui estudiando. Pregonaba en mí la teoría de los dos demonios: todos eran culpables y había inocentes en todos lados. Cuando empiezo a interiorizarme más, sobre todo en la cuestión política, ahí empiezo a tener una postura más humanista, aunque de todas maneras no me sentía identificado con nada. Cuando me reencuentro con mis viejos, yo ya entendía las cosas de otra manera. Nos encontramos y no estábamos tan lejos. Yo me identifico con el peronismo. Tenemos nuestras diferencias, que las discutimos como cualquier familia.
–No se sintieron extraños, entonces…
–Nos integramos increíblemente. Todo fluyó mucho. Me encontré con un lugar vacío esperándome al que ni siquiera me tuve que amoldar. En mi familia faltaba una pieza, y esa pieza era yo. Todos sabían de mí. Pero hay una parte dolorosa, que es la ausencia durante décadas, el tiempo perdido. Porque si la familia que me faltó hubiera sido una mala familia, todavía, pero saber que perdí tanto tiempo de conocer a esta clase de gente, saber que perdí de conocer familiares, que me perdí momentos, historias, son cosas que no voy a recuperar nunca más. No solo momentos lindos: me hubiera gustado pasar momentos difíciles con mis hermanos, incluso. Igual, sé que algo puedo recuperar, y que todavía quedan mucho por compartir con ellos. Lo más importante a recuperar es mi identidad.
–Le falta el cambio de apellido. “Quiero firmar como José Luis Maulín”, dijo días atrás. ¿Qué significa la identidad para usted?
–Afortunadamente pude recuperar mi historia, lo que quedaba de mi familia, rearmar de a racimos de relatos la historia que me robaron. Pero me falta el nombre, la figura legal en la que se representa la identidad de una persona. Y la identidad para mí es la base fundamental de una persona. No se puede andar por la vida sin saber de dónde salió uno, sin saber de qué todo es una parte. Es el basamento que explica por qué uno es como es, por qué uno sueña determinados sueños, por qué decide concretarlos de tal o cual manera. No tenerla o tener una falsa es construir castillos en el aire, siendo alguien que en realidad no existe. Como me pasó a mí, que aún me llamo fulano, pero soy mengano”.
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