Sábado, 8 de octubre de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por
Por Alejandro Frenkel* y
Nicolás Comini**
Durante la etapa del denominado “giro a la izquierda” en América Latina, el “populismo” constituyó uno de los calificativos vedettes en la retórica política y mediática de los más fervientes detractores de estos procesos políticos. Mucho más repetido que definido, los significantes del populismo atravesaron por un amplio abanico de enunciaciones. Por lo general, ellos asumieron una connotación peyorativa. Apelar a las masas pasando por alto a las instituciones; privilegiar el corto plazo por sobre las políticas de largo alcance a costa de obtener popularidad; prometer soluciones facilistas sobre la base de demagogia, relatos y ficciones igualitaristas, fueron algunas de las enunciaciones más comunes. “Les hicieron creer que podían…”, sentenciaría un afamado economista liberal.
No obstante, el mote de populistas no se agotaría en las valoraciones sobre los gobiernos nacionales. Los procesos de integración regional surgidos o reformulados por aquellos años habrían de correr la misma suerte. Desde esta visión, el Mercosur post 2001, la Unasur, el ALBA o la CELAC eran asumidos por estos sectores como modas pasajeras diseñadas por líderes que, bajo una retórica antimperialista, creaban foros y organismos a la medida de sus objetivos políticos. Al igual que en los marcos domésticos, en el seno de estos bloques las voluntades de los gobernantes de turno primaban por sobre las instituciones y el corto plazo de los proyectos grandilocuentes hacía lo propio por sobre las políticas de Estado a largo plazo.
Sobre este diagnóstico, el populismo era presentado como un mal al que había que combatir, en tanto causa y consecuencia del rumbo errático que estaba llevando la región a una crisis inevitable. Cual flautistas de Hamelín, los líderes populistas nos conducían como ratones hacia un abismo que pocos podían ver. Por suerte para algunos, los cambios de gestión en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, sumado a los reveses sufridos por los gobiernos de Ecuador, Bolivia y Venezuela, lograrían frenar el cataclismo.
Ahora bien, si asumiéramos que estas dinámicas dan sentido a la idea de populismo en su sentido más negativo, podríamos asegurar que, aunque suene paradójico, la integración regional en América del Sur estaría atravesando en la actualidad por una etapa cargada de populismo. El argumento de peso en que nos basamos para sostener esta afirmación tiene que ver con el reimpulso al regionalismo abierto, flexible y “a la carta” que se concentra en la cuestión comercial como modelo de vinculación intra y extra-regional.
Hoy en día, es la Alianza del Pacífico (AP) la cual condensa esa luz de esperanza. En tan solo un año, Uruguay manifestaría su intención de convertirse en miembro pleno del bloque y Argentina se adheriría como Estado observador. Incluso Brasil se expresaría en favor de acercarse a la Alianza.
En este marco, seducidos como por cantos de sirenas, dirigentes y funcionarios gubernamentales, académicos y empresarios de los países de la región vienen repitiendo de manera alegórica las “camisas de fuerza” que representan hoy el Mercosur o la Unasur, o la necesidad de “negociar en múltiples velocidades” (esto es, cada uno por su cuenta) acuerdos con terceros, como el caso del tratado Mercosur-Unión Europea. En esta lógica, flexibilizar lo máximo posible los organismos de integración y cooperación contribuiría a mitigar, o directamente eliminar, las supuestas ataduras –normativas e institucionales– que impiden a los Estados de la región integrarse de manera efectiva en el sistema internacional. De por sí, esto resulta erróneo, ya que todos los organismos regionales les permiten a los países miembros negociar con terceros actores sobre múltiples sectores.
Lo particular es que el (re) posicionamiento de estos esquemas de integración y vinculación con el mundo flexibles, monocomerciales y orientados casi exclusivamente a insertarse en los mercados globales y las cadenas de valor se basan en una visión extremadamente cortoplacista en donde el “otro” es percibido únicamente como un “socio” para hacer negocios. Arraigada en un paradigma de eficiencia comercial, la flexibilidad se presenta casi como una fórmula mágica de resultados inmediatos.
En definitiva, el populismo de la integración regional no hace más que revalorizar las simples zonas de libre comercio en detrimento de los proyectos con perspectivas más ambiciosas, como pueden ser la conformación de un mercado común o la generación de políticas públicas regionales en otras agendas más allá de las económico-comerciales. De igual forma, la existencia de instituciones y organismos que obligan a los Estados a articular posiciones en forma conjunta parecen ser un lastre del cual mejor prescindir si ello implica cerrar una ventana al mundo. Como sea, evidentemente, los extremos caracterizan una manera preponderante de observar y describir los procesos sociales. Los tiempos de lo inmediato no parecen ser los mismos tiempos que requiere la consolidación de instituciones y proyectos capaces de afrontar momentos de escasa bonanza y lidiar con las ambiciones circunstanciales de cada gobierno.
* Politólogo (UBA).
** Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
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