EL PAíS › ENRIQUE ZULETA PUCEIRO, ENCUESTADOR Y ABOGADO
Las claves de Kirchner
Minucioso analista de la imagen y los ecos que tienen las acciones del poder en la gente, el titular de OPSM explica las claves del Presidente: cuándo sube en las encuestas, cuándo baja, cuándo choca. La construcción de poder y la diferencia entre gobernabilidad y legitimidad.
Por José Natanson
Aunque preside la empresa OPSM y la consultoría en opinión pública es su actividad principal, Enrique Zuleta Puceiro no se queda en el análisis de encuestas. Abogado, titular de las cátedras de Teoría General del Derecho y de Sociología de la Facultad de Derecho de la UBA, Zuleta Puceiro vincula los variables estados de ánimo de la sociedad con problemas más profundos, que van desde el sistema institucional hasta la realidad socioeconómica. Y lo hace en un contexto nuevo, marcado por la reivindicación de los partidos políticos formulada por Néstor Kirchner la semana pasada.
–Aunque está por verse qué significa, Kirchner formuló algunos gestos, aunque acotados, de apertura a los partidos. ¿Qué importancia tienen?
–En la Argentina siempre hubo un desfasaje entre el sistema de partidos y la cultura política real. El sistema es parecido al norteamericano, con dos partidos catch-all (atrapa todo), sin una identidad definida, con lobbys y grupos de campaña. Y por debajo se ve un sistema más parecido al europeo, con un fuerte componente de identidad ideológica, con culturas y subculturas políticas que se cruzan, con izquierdas, centros y derechas. Ese desfasaje está en la crisis de los partidos y la crisis institucional. Las elecciones y el sistema electoral han magnificado este desajuste al sobrerrepresentar a los distritos chicos. El sistema electoral fue calcado del de Adolfo Suárez en la transición española, pensado con un grupo de partidos conservadores que gravitaran en el centro y sirvieran de colchón al peronismo y el radicalismo. En España esto se hizo añicos en dos o tres elecciones. Acá, esto funciona para extorsionar el sistema de partidos y sumirlo en crisis que motivaron los desbordes transversales. Entonces, cuando habla de transversalidad, Kirchner acepta un hecho casi natural. La transversalidad es un gran programa inacabado de la transición. Estuvo presente en la coalición alfonsinista, con amplios sectores agrupados detrás del Preámbulo. También con Cafiero, el menemismo y la Alianza. A los presidentes les ha ido bien en tanto entendieron este proceso.
–La sensación es que la transversalidad es un proyecto abandonado.
–El primer movimiento es transversal y el reflujo es al PJ. En este momento Kirchner tiene ese desafío. O cumple con el programa transversal y aporta su papel como presidente de transición que es, le guste o no, aunque quizá después se quede, o decide hegemonizar el peronismo. Y hegemonizar el peronismo implica muchas cosas: aceptar a los gordos de la CGT, a los gobernadores, a los duhaldistas. En ese caso corre el riesgo de generar una mayoría en contra. Si se une, esa oposición puede llegar a obtener la próxima mayoría. Si no, es posible que el peronismo vuelva a ganar.
–¿De qué depende que se defina este escenario?
–De Kirchner. Si suma el setentismo de algunos kirchneristas, el setentiquismo de los gordos y el fundamentalismo islámico de algunos gobernadores, puede bajar vertiginosamente al 35 por ciento. Kirchner tiene el 70 por ciento de popularidad porque se ha sabido parar frente a eso. Yo, de todos modos, no creo que ése sea su camino.
–¿Cómo impacta el estilo de conducción del Presidente y la concentración en la toma de decisiones?
–La concentración coloca todo sobre la responsabilidad del Presidente. La lógica de la gobernabilidad choca contra la lógica de la legitimidad. La gobernabilidad requiere centralización, verticalismo, el uso del secreto y la discreción, equipos reducidos y motivados y un sentido épico de la acción política. La lógica de la democracia requiere ponderaciones, equilibrios, distribución de funciones. Los métodos que sirvieron al comienzo del gobierno para darle energía y un sentido de optimismo colectivo pueden, pasado un tiempo, surtir efectos contrarios. Tomemos el caso de Quantín. El gran error fue, desde mi punto de vista, llevar a un hombre como Quantín, muy prestigioso, a la Secretaría de Seguridad. Se colocó a un fiscal. Y el fiscal tiende a identificar la realidad con la norma. Dado el hecho antijurídico debe ser la sanción. El management de la protesta social desbordada es previo a esto. No hay delito, y si no hay delito no hay causa. Quantín no está formado para esto. El tema de la prevención depende más del Ministerio de Interior, de Educación, de Desarrollo Social. El problema es que un gobierno que no gobierna en el sentido arquitectónico de la palabra, en el que los ministros no trabajan en conjunto, con poca relación con los gobernadores, que tiene dificultades para dialogar con fluidez con la oposición, encuentra problemas para hacer esto.
–¿Cómo podría pasar a otra etapa de estilo de gestión?
–Incorporando a los mecanismos de decisión otros ámbitos institucionales que están con Kirchner. Por ejemplo, si convoca al Consejo Federal de Seguridad, con presencia de los gobernadores, los intendentes de 25 ciudades y expertos de los partidos, contaría con muchísimas ventajas. Si este anuncio de diálogo político tiene como base un proyecto para revisar los temas de inteligencia, sería rápidamente aprobado.
–¿Cómo impactó la renuncia de Beliz en la imagen de Kirchner?
–Kirchner centró mucho la atención en la imagen. La primera cuestión es la que rodea a la pregunta acerca de si la gente está a favor o en contra de Kirchner. Tiene una respuesta favorable de casi el 80 por ciento y yo estimo que esta crisis no la ha golpeado especialmente. Esto es así porque esta pregunta remite a las alternativas. Es una pregunta que le gusta a todos los presidentes fuertes: le gustaba a Thatcher, a Reagan, a Alfonsín. Lo otro implica estar en contra. En el caso de Kirchner, es estar con adversarios, que son también adversarios de enormes sectores de la sociedad. Implicaría estar con Menem, con los complots, con el establishment, con el peronismo tradicional. Por eso es tan fuerte el apoyo, el mismo que lo llevó a triunfar en la segunda vuelta sin necesidad de elecciones. La segunda pregunta está vinculada a la evaluación como presidente. Y en este punto perdió cuatro o cinco puntos. Queda con un 62 o 63 por ciento. Cada vez que Kirchner habla de innovaciones institucionales, viaja a China, cierra un acuerdo con el Fondo, juega fuerte la carta de la integración latinoamericana, sube en las encuestas. Cada vez que va a debatir con Duhalde o analiza las posibilidades de ser presidente del PJ desciende cuatro o cinco puntos.
–Renovar la Corte o cerrar un acuerdo con el FMI no son la misma cosa. ¿Qué es lo que define el ascenso?
–No importa el sentido ideológico. Cuestiones como remover las cúpulas militares o arreglar la segunda carta con el FMI, que son de signo distinto, lo reposicionan. Lo que tienen en común es que implican iniciativa, capacidad de innovación, independencia de criterio, autonomía. Eso se premia. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta la distinción que hace la gente entre áreas que van bien y otras que van mal. Las que van bien son las que tienen que ver con los derechos humanos, con la política ante la Corte y la economía. Las áreas regulares son las de educación y salud: a pesar de una buena imagen de los ministros, hay una idea de que son cuestiones estructurales en las que no se ha avanzado mayormente. En cuanto a la seguridad, se revela una imagen de no saber bien diferenciar la protesta social y las movilizaciones de los sectores políticos no mayoritarios, por un lado, y el delito, por otro, cosas que la gente distingue muy bien. En general, la inmensa mayoría de la gente dice que está con Kirchner a pesar de que no termina de convencerse de muchas de sus políticas o de sus equipos. Dice que lo va a defender, porque lo otro es hacerle el juego a un proceso conocido, volver al pasado. Es una visión muy fuerte que va sostener a Kirchner a pesar de las dificultades. Hay una ley sociológica en la Argentina: cuando un gobierno es capaz de proyectar la imagen de que sabe a dónde va, la gente lo acompaña cualquiera sean los resultados. Y viceversa: si el gobierno pierde la capacidad para proyectarun sentido de orientación, aunque los datos sean excelentes, la gente desconfía y se retrae.
–¿Kirchner logró proyectar este sentido de la orientación?
–Sí. Ha entendido el modo de producción actual de las democracias, el valor que tiene este efecto de tracción de las expectativas colectivas. Ha sabido que no están vinculadas sólo al marketing sino a valores. Y asume riesgos muy grandes, como el contacto con ciertos sectores sociales e ideológicos no mayoritarios. La política de derechos humanos, por ejemplo, es muy minoritaria, pero le ha valido respaldos de amplios sectores porque reveló un saber en cuanto a dónde se va. Hay varios Kirchner. El que entiende esto y que por razones generacionales podría ser hijo de Menem o de Alfonsín, que no pertenece a los círculos políticos tradicionales, no conoce el mundo de Buenos Aires. Y hay otro Kir-chner que se siente heredero, de por lo menos, una de las tradiciones del peronismo. Es el que tiene la hipoteca del peronismo. Eso lleva, por ejemplo, a que Alicia Kirchner y Carlos Tomada, dos ministros jóvenes y dinámicos, se saquen una foto con los tres gordos y anuncien que van a controlar los planes sociales. Si se le pregunta al Gobierno qué sentido tiene esa foto dirán que algo hay que darles. Esa foto va en rumbo de colisión con las grandes mayorías, sin distinción ideológica. Kirchner lo hizo por necesidad, más que por virtud. Pero hay que admitir que las necesidades que experimentan los peronistas son diferentes a las de otros.