EL PAíS › LOS CAMINOS DEL GOBIERNO PARA MEJORAR EL REPARTO DE LA RIQUEZA
Cómo morder la torta
En la Rosada se plantean revertir la injusta repartición del ingreso que se profundiza desde 1975. El Gobierno seguirá interviniendo en el mercado, volcando recursos y transfiriendo ingresos con retenciones, aumentos salariales y jubilatorios y obra pública. Pero no atacará hasta el fin de mandato el regresivo esquema tributario.
Por Sergio Moreno
Estas semanas –la que pasó, la que comienza– han sido tomadas por el debate sobre la seguridad. La obsesión irá in crescendo y encontrará su punto álgido con la marcha que efectúe Juan Carlos Blumberg el jueves entrante. La sociedad argentina discute espasmódica e histéricamente sus asuntos, con una agenda amplificada por los medios. El Gobierno no es ajeno a esta dialéctica, aunque algunos de sus estrategas dedican una parte de su tiempo a mirar el terreno más allá del árbol en medio del paisaje. “El problema de fondo, sea para el tema de la inseguridad sea para la protesta social, es el mismo: la injusticia social, la pobreza, la exclusión. Debemos atacar la coyuntura, es cierto, pero gran parte del esfuerzo debe estar en resolver estos males estructurales. La pelea de fondo será agrandar la torta del ingreso y mejorar la repartición de la riqueza”, dice uno de los habituales consejeros del Presidente. Otro de ellos aclara que la repartición del ingreso deberá mejorarse con medidas activas impulsadas desde el Estado, pero descarta que el Gobierno impulse una reforma tributaria. “No habrá reforma tributaria hasta 2007”, dice el hombre de extrema confianza de Néstor Kirchner. El asunto es cuidar los ingresos del erario, argumenta.
Pierre Bourdieu sostenía en 1994 que “las manifestaciones de más éxito no son las que necesariamente movilizan a más gente, sino las que suscitan más interés entre los periodistas. A riesgo de exagerar un poco, podría decirse que cincuenta tipos listos que sepan montar bien un ha-
ppening para que salga cinco minutos por la tele pueden tener tanta incidencia política como medio millón de manifestantes”. Algo de ese concepto hay en el retintín que suele escucharse de boca de algunos funcionarios oficiales, puertas adentro, al hablar de las movilizaciones piqueteras. Esta semana, la magra convocatoria que tuvieron diversas marchas de casi todas las corrientes más duras de esta expresión de protesta abonó la idea de que algo está cediendo. Un secretario de Estado lo puso en estas palabras: “A los piqueteros se les está cansando la tropa. Están sometidos a una gimnasia extenuante, más aún cuando no obtienen resultados, es desanimante. A eso hay que sumarle que algunos de sus dirigentes van a querer competir en las elecciones y la sociedad los está deplorando. Vamos a ver cómo siguen, pero la impresión es que están teniendo problemas con las movilizaciones”, sostuvo el hombre, experto en la materia.
Esta batalla de baja intensidad –el Gobierno suele atender varias veces por semana a los distintos dirigentes piqueteros más intransigentes– forma parte de la puja coyuntural a la que está y estará sometido. Kir-
chner tiene a varios de sus coroneles abocados a tales fragores y, a su vez, a otros tantos a la elaboración de estrategia a mediano plazo. Uno de estos últimos, conversando con Página/12, sinceraba la situación. Decía: “Con los piqueteros nos va a llevar tiempo, porque para que abandonen las calles tenemos que generar empleo, debe haber bonanza y la deben sentir. Ahora la política de prevención es exitosa. La gente debe entender que la protesta es un derecho y no se debe confundir protesta con delito. Parece que la sociedad porteña no los quiere ver, desean que desaparezcan, es el mismo mecanismo que las desapariciones: no ver el problema es equivalente a que no existe el problema, y todos sabemos que eso es falaz. Mientras exista la indigencia y la exclusión van a existir los piqueteros, esa es la realidad argentina. Nosotros aspiramos a que la protesta se mantenga, quizá por razones menos imperiosas que la exclusión, pero que respeten a los demás, que les permitan seguir haciendo sus trabajos mientras ellos protestan”.
La crisis es –están convencidos en el Gobierno– la base de los males con que hoy suele fustigarlo la derecha intelectual, esa que generó y aplaudió el proceso de pauperización y exclusión que atravesó la Argentina desde 1975. Hablando del costo social que provocan las crisis en distintas partes del mundo, el genial historiador Eric Hobsbawm relata que “en los países ricos del capitalismo tenían sistemas de bienestar en los que apoyarse, aun cuando quienes dependían permanentemente de estos sistemas debían afrontar el resentimiento y el desprecio de quienes se veían a sí mismos como gente que se ganaba la vida con su trabajo. En los países pobres (los expulsados del sistema) entraban a formar parte de la amplia y oscura economía ‘informal’ o ‘paralela’, en la cual hombres, mujeres y niños vivían, nadie sabe cómo, gracias a una combinación de trabajos ocasionales, servicios, chapuzas, compra, venta y hurto”.
Dicho esto, ¿qué piensa hacer esta administración? “Estamos haciendo –acomete, previsiblemente, un importante miembro del gabinete–. El Estado no dejará de intervenir y la presencia será cada vez mayor”, dice y enumera medidas tales como los diversos aumentos salariales y en los haberes jubilatorios otorgados, las retenciones (“que es traspaso de riqueza de los sectores más ricos a los más pobres a través del Estado”), los planes de obras públicas y el –en ciernes– de construcción de viviendas, entre otros.
–La recuperación es lenta en relación con la necesidades.
–El Estado está destruido, lo que hicieron en los ’90 no tiene perdón. Nos quedamos sin herramientas para accionar, para controlar. Hay que reconstruirlo y no es fácil –replica un habitual consejero del Presidente.
Dos caminos
La brecha existente entre ricos y pobres se viene ensanchando en la Argentina desde el inicio de la destrucción del Estado de bienestar, esto es, desde el estallido económico conocido como “Rodrigazo”, producido en 1975. Según datos aportados por la Consultora Equis, que conduce el sociólogo Artemio López, en 1974 en la Capital Federal y Gran Buenos Aires, el 10 por ciento más rico de la población recibía el 28,2 por ciento del ingreso nacional, un índice similar al existente en esos momentos en varios países europeos. Con la dictadura militar ese porcentaje se elevó al 33,1 por ciento. En la década del ’80, la concentración prosiguió y se profundizó durante el menemismo. La primera medición nacional del INDEC se realizó en 1994. Ese año, mostró que ese diez por ciento más rico acaparaba un 35,5 por ciento del ingreso. La última medición del INDEC data de fines del 2003 y la marca indica que el diez por ciento de marras se queda con la cifra record del 38,6 por ciento de la riqueza nacional.
Teniendo presente que el desafío que enfrenta la administración Kirchner es mantener el crecimiento económico pero, sustancial e imperiosamente, rediseñar la distribución del ingreso, uno de los hombres más cercanos al patagónico y contertulio de Página/12 recorre dos caminos por los cuales el Gobierno podría acelerar el proceso para repartir más equitativamentelas riquezas que se generan en el país. El consigliere esto dijo: “Las dos formas que tenemos de accionar para mejorar la repartición del ingreso son mediante la reasignación de partidas mayores del presupuesto (no las que ya puede cambiar el jefe de Gabinete, Alberto Fernández), que no se puede hacer hasta el año que viene porque ya está aprobado –en su defecto, deberíamos tener más diputados para poder cambiarlo sobre la marcha–, o modificando la política tributaria, esto es, bajar el IVA y elevar ganancias”.
–¿Van a realizar la reforma tributaria? –quiso saber Página/12.
–No, de ninguna manera –sorprendió el confidente.
El consejero presidencial se dio a una explicación que hoy por hoy es compartida por los más importantes funcionarios del Gobierno. Así habló: “Estamos a las puertas de dar una batalla no menor en el frente externo, con los bonistas privados en default y con el Fondo Monetario Internacional. Nuestra arma para enfrentarlos es mantener sana la economía y en crecimiento, a la vez que aumentar nuestras reservas con equilibrio en las cuentas, preservar fundamentalmente el ingreso al Estado. Ese ingreso se produce con el actual esquema del sistema tributario que, sabemos, es regresivo y hay que modificarlo. Pero eso no se va a poder hacer, cuanto menos hasta 2007, porque hasta entonces no tenemos garantizado que cambiando la actual estructura fiscal siga ingresando la cantidad que requerimos. No va a haber reforma tributaria, esto hay que decirlo de una vez”, dijo, de una vez, el hombre, patagónico y, además de funcionario, amigo del Presidente.
–¿Pero eso no implica mantener el actual nivel de inequidad?
–Tenemos otras herramientas y nuestros esfuerzos estarán en intervenir cada vez más para cambiar el reparto de la torta, pero de tocar los impuestos, ni hablar.