EL PAíS
Un think-tank de guerra intelectual
El Manhattan Institute se especializa en la guerra de ideas y es una usina de políticas conservadoras “llave en mano”.
Por Sergio Kiernan
No extraña que Juan Carlos Blumberg haya hecho tantas migas con el Manhattan Institute. Uno de los think tanks más conservadores de Estados Unidos, el Manhattan, tiene además el crédito de ser el que instaló la teoría “de las ventanas rotas”, estructura intelectual de lo que pasó a conocerse como tolerancia cero. La institución se dedica a formular políticas de todo tipo –educación, seguridad, relaciones interraciales, economía– y tiene los excelentes contactos que se pueden esperar de un club fundado por William Casey, señor que poco después fue llamado por el recién electo Ronald Reagan para dirigir la CIA.
El Manhattan Institute nació en 1978 como una usina intelectual conservadora en pleno corazón de Nueva York, territorio apache para los republicanos. Una de las claves de su éxito es su enorme capacidad de canalizar fondos provenientes de otras fundaciones que tienen gruesas billeteras pero menor capacidad de producción, como la John Olin, la Earhart y la Carthage, todas impecablemente derechistas.
La otra clave fue la especialización: el Manhattan existe para dar combate en el terreno de las ideas y lo hace reclutando escritores y polemistas afilados para marketinearlos con una eficiencia notable. Entre sus estrellas están personajes como Linda Chávez, que se hizo famosa como la primera pensadora conservadora latina, y Charles Murray, que en 1984 dio el batacazo con una durísima crítica a los planes sociales –Losing Ground– y luego se hizo famoso como coautor de The Bell Curve, libro que planteaba que, científicamente hablando, los negros son menos inteligentes.
La técnica con que se preparan estos productos es aceitadísima. Aunque parezca lo contrario, el debate de políticas públicas en EE.UU. se da en un plano muy elevado, y todos los bandos tienen que reclutar pensadores dedicados a los asuntos que les importen. Murray fue ubicado en 1982, cuando era un ignoto pero brillante profesor al que le llovía la oportunidad de trabajar a sueldo para el instituto, que además le ofreció ayuda para completar Losing Ground. El instituto reunió de sus donantes 125.000 dólares, una cifra nada despreciable hace veinte años, con lo que le pagó el sueldo un par de años, financió la investigación del libro, compró 700 copias cuando fue publicado para mandar a políticos, funcionarios y periodistas, y armó una gira de conferencias para que el autor explicara sus ideas.
La inversión, que se multiplicó en infinitas entrevistas y reportajes que dio Murray, fue fructífera y en menos de un año el libro se había instalado como “lo que había que hacer” para arreglar el problema social en el país. La receta, simplificada, era cortar los presupuestos drásticamente y se impuso por aparecer en televisión y en los diarios, no en oscuras revistas especializadas.
La receta fue repetida una y otra vez en la última década, con el instituto atrayendo a intelectuales de derecha que crean políticas y escriben libros ayudados por millones de dólares que pagan investigaciones y salarios. Algunos de esos dólares vinieron de donantes corporativos como el Chase Manhattan Bank, Citicorp, Time Warner, Procter & Gamble, State Farm Insurance, Lilly Endowment, American Express, Bristol-Myers Squibb, Cigna y Merrill Lynch.
La otra parte de la tarea que puso al Manhattan Institute tan en el centro de la escena fue su capacidad de “traducir su ideología en propuestas concretas que atraen a un amplio espectro de personas de diferentes tendencias políticas”, como lo definió el New York Times. La herramienta para esto es el Centro para la Innovación Cívica del instituto, que se propone “mejorar la calidad de vida en las ciudades influyendo en políticas públicas y enriqueciendo el debate de asuntos urbanos. Creemos que las políticas anticuadas, burocráticas y estatistas no pueden revivir a nuestras ciudades y que éstas mejorarán sólo si se devuelve el poder de decisión y la responsabilidad a las personas cercanas al problema, sean vigilantes en la esquina, padres o párrocos locales”.
El Centro es dirigido por el ex intendente de Mineápolis, Stephen Goldsmith, y su directorio lo componen ex intendentes demócratas y republicanos como Jerry Brown, Martin O’Malley, Manny Díaz o Rick Baker, todos invitados por haber aplicado durante sus gestiones ideas apadrinadas por el instituto. Este directorio supervisa a un grupo de investigadores y expertos que genera furiosamente papers, manuales y críticas a todo tipo de políticas públicas, y que se especializa en publicar políticas prêt-à-porter, verdaderos manualitos de qué hacer con cada problema.
Uno de estos especialistas es George Kelling, creador de la teoría de las ventanas rotas, que con su libro Arreglar las ventanas: cómo restaurar el orden y reducir el crimen en nuestras comunidades disparó el furor de la Tolerancia Cero. Kelling sigue en el instituto y actualizó sus ideas con el programa Ciudades Seguras, que genera políticas completas y ahora agregó el nuevo factor, el terrorismo.