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Las bondades de Europa
Por José Natanson
Economista norteamericano, profesor universitario y ex asesor de Bill Clinton, Jeremy Rifkin es uno de esos casos que la comunidad académica mundial espera con ansiedad, aguarda expectante que edite un nuevo libro... para criticarlo sin contemplaciones. El siglo de la biotecnología fue calificado de anticientífico, La economía del hidrógeno fue tildado de cuento chino y el exitosísimo El fin del trabajo sufrió todo tipo de ataques. Con El sueño europeo (Paidós), Rifkin repite la fórmula del éxito: una idea potente, atractiva y un poco simplista. La visión europea del mundo –dice– está eclipsando al sueño americano.
El problema es buscar en Rifkin la rigurosidad y el método de un texto académico, cuando se trata más bien de intervenciones públicas orientadas a generar debate, ideas novedosas y desafiantes que buscan generar polémicas. Si se lo mira desde esta óptica, el hombre es imbatible.
Su último libro apunta a demostrar el carácter obsoleto del sueño americano y la superioridad de la visión europea. “El sueño americano pone énfasis en el crecimiento económico, en la independencia y en la riqueza personal. Rinde homenaje a la ética del trabajo. Es inseparable de la herencia religiosa y de una profunda fe espiritual. El sueño europeo es secular. El sueño americano es asimilacionista, asocia el éxito al abandono de los vínculos culturales. El sueño europeo, en cambio, se basa en la preservación de la propia identidad cultural. El sueño americano es inseparable del patriotismo. El sueño europeo es menos territorial y más cosmopolita, pone el acento en las relaciones comunitarias más que en la autonomía individual, en la diversidad cultural más que en la asimilación, en la calidad de vida más que en la acumulación de riqueza, en el desarrollo sostenible más que en el progreso material, en los derechos humanos y los derechos de la naturaleza por encima de los derechos de propiedad y en la cooperación global más que en el ejercicio del poder. El sueño europeo se encuentra en la intersección entre la posmodernidad y la emergente era global y constituye un puente entre las dos eras.”
Astuto a la hora de las comparaciones, Rifkin salpica su libro de datos interesantes. Por ejemplo, dice que las loas a la productividad estadounidense, la más alta del mundo, no tienen en cuenta que la productividad europea es superior si se la mide por hora (es decir que los europeos trabajan menos y rinden más que los norteamericanos). Otro ejemplo: Estados Unidos es el país desarrollado con mayor desigualdad de salarios, es el único que no prevé una licencia por maternidad y el único en el cual la ley no obliga a los empresarios a otorgar vacaciones a sus empleados. En Europa, en cambio, la media de vacaciones es de seis semanas.
Rifkin revela las enormes diferencias en cuanto a la calidad de vida (el 60 por ciento de los trabajadores europeos tarda menos de 20 minutos en llegar al trabajo) y pone el foco en otros asuntos: la tasa de homicidios europea por cada 100 mil habitantes es de 1,7, mientras que en Estados Unidos es de 6,2. La tasa de encarcelaciones europea es de 87 por cada 100 mil habitantes y la norteamericana es de 685 (casi un cuarto de los presos mundiales son estadounidenses).
Podrían señalarse simplificaciones (Rifkin dice que la Unión Europea unificó su política exterior, algo que estalló a partir de la guerra en Irak), manipulaciones (a veces compara a los países de Europa con Estados Unidos y otras veces a la Unión Europea como un todo), generalizaciones (no todos los países de Europa son iguales) y otras inexactitudes. El libro es excesivamente largo y por momentos se va por las ramas. Y, al margen de estas objeciones, falta algo central: un planteo sobre la dependencia. Cabe preguntarse si Europa podría haber progresado tanto sin aplastar al resto del mundo, y esto es algo que evidentemente Rifkin no tiene en cuenta, por ejemplo cuando defiende los cultivos orgánicos, que podrán funcionar muy bien en Suecia, pero que ahogarían la producción latinoamericana. O cuando se saltea cosas: al hablar del milagro español no aclara que, para ingresar a la Unión Europea, España tuvo que aceptar cláusulas económicas durísimas y que sus empresas, para compensar el cambio, salieron a buscar ganancias altas a otros lugares, como la Argentina de los ’90. Es en este tipo de cuestiones donde el libro de Rifkin, en general interesante y novedoso, falla de verdad, más allá de las críticas puristas de algunos académicos.