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Riesgos morales

George W. Bush y sus laderos son moralistas: creen que los argentinos merecen ser castigados por haber pecado contra las divinidades mercantiles. A comienzos del año, esta teoría sencilla parecía verosímil: después de todo, si los argentinos mismos coincidían en que sus dirigentes políticos estaban entre los más miserables de la Tierra, era tal vez natural que economistas extranjeros resueltos a hacer pensar que entendían muy bien lo que sucedía en el sur les achacaran el desplome de su país: por tratarse del resultado de “errores humanos”, no les sería necesario revisar sus opiniones. Sin embargo, en los seis meses últimos se han producido otras anomalías económicas que no han tenido nada que ver con la estupidez de los populistas criollos. Como la caída imprevista de las bolsas del Primer Mundo, la debilidad del dólar y las dificultades crecientes de países latinoamericanos antes considerados promisorios están recordándonos, al Mercado no le interesan demasiado “los fundamentales”. Asimismo, parecería que los políticos argentinos se las habrían ingeniado para infiltrarse en los directorios de Enron, Arthur Andersen, WorldCom, Xerox y vaya a sabe cuántas grandes empresas más, mientras que no es descartable que el crecimiento presuntamente espectacular de la economía china en los años noventa haya sido tan trucho como ciertas hazañas locales. Atribuir todos estos fenómenos al “contagio” argentino sería absurdo, pero no lo sería sospechar que la propensión del Mercado a dejarse engañar por impresiones totalmente falsas y a sobrerreaccionar ante novedades raras podría desatar convulsiones igualmente violentas en cualquier otra parte del mundo, por sobrios y eficaces que hayan sido los gobernantes.
Para regocijo de muchos, el FMI no tiene la menor idea de qué hacer con la Argentina, pero sucede que tampoco la tiene nadie más. Los gurúes que en 2001 recomendaban la devaluación, la pesificación y un default “ordenado” en un país en el que hasta los dispuestos a votar por un trotskista aman el dólar han preferido concentrarse en cosas menos engorrosas que la búsqueda de la raíz cuadrada de una cantidad negativa. La posibilidad de que una comisión de sabios, aunque la encabezara Paul Volcker o el mismísimo Rüdi Dornbusch, encontrara una “solución” factible es escasa, porque todo hace pensar que en el contexto actual no la hay. En una época en que hasta las entidades privadas más celebradas y, se suponía, mejor vigiladas de Estados Unidos pueden hundirse de un día para otro, la reconstrucción de un país roto requerirá mucho más que una lista de recomendaciones sensatas.

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