EL PAíS
¿Otra vez la misma piedra?
Por Eduardo Aliverti
Cuántas veces la sociedad argentina puede ser capaz de chocar contra la misma piedra? ¿Y cuántas puede cometer el mismo error la dirigencia política que dice anclar entre el centro y la izquierda? Se puede citar a esas preguntas en orden inverso. No altera el producto.
Cualquiera que tenga apenas la memoria de un mosquito habrá registrado en estos días que estuvo viendo, cuadro por cuadro, exactamente la misma película que proyectaron durante todo el proceso electoral de 1999. Aquel que nació con la formación de la Alianza, primero para evitar la recontraelección de Carlos Menem, y después para consolidar la opción de “honestidad contra mafia”, que Elisa Carrió se apresuró a reinstalar esta semana, a apenas minutos de que el Menem rubio se bajara de la precandidatura presidencial.
Cuadro por cuadro. Kirchner, Ibarra y Carrió, clonando con “que se vayan todos” la foto de Terragno, Meijide, Alfonsín, Chacho y el androide, siempre unidos antes por el espanto que por cualquier rasgo de amor. Cuadro por cuadro. Menem de nuevo en el centro de la escena, por acción u omisión. Cuadro por cuadro. El peronismo sumido en una lucha interna feroz, sólo interpersonal, donde la única construcción es la destrucción del adversario. Ayer Duhalde contra la recontra de Menem, más tarde Menem contra las chances de Duhalde, luego Duhalde contra las chances de Menem empujando a Reutemann, y apartado éste una suerte de todos contra todos donde lo único seguro es que ninguno tiene alguna idea que no sea la de fortalecer el Partido del Ajuste. ¿Qué cosa podría hacer un peronismo ganador que no pueda hacer ya mismo el peronismo interino?
Cuadro por cuadro. La oposición nucleada en torno de lugares comunes y frases hechas, ayer contra la fiesta menemista y hoy contra la fiesta de permanencia de la casta parlamentaria. Ayer, “salvar la República”, “combatir al régimen”, “transparentar la política”. Hoy lo mismo, cuadro por cuadro. Ayer la agencia de Agulla y hoy un crucifijo, pero ni una palabra, hoy como ayer, acerca de animarse a perforar las bases de un modelo de injusticia social que sólo puede ser comparado con la última dictadura.
A propósito de asunto parecido –siempre termina siendo el mismo asunto, en realidad–, este periodista echaba mano, en columna de este diario en junio de 2000, a ese cuento de los tres economistas que toman una avioneta rumbo a la Patagonia, para cazar ciervos. Antes de dejarlos en la costa de un lago, el piloto les recuerda que la máquina es muy pequeña y que al regreso sólo podrán cargar una pieza. Por supuesto, los economistas cazan un ciervo cada uno y a la vuelta convencen al piloto de llevar los tres. La avioneta se estrella a poco de despegar. Uno de los economistas recupera el conocimiento y le pregunta a uno de sus colegas, que estaba meditando sobre una roca: “¿Dónde estamos?”. El otro mira alrededor y contesta: “En el mismo lugar donde nos estrellamos el año pasado...”.
Hace ya más de dos años, se reflexionaba que en lugar de economistas se puede subir al avión a políticos, funcionarios o miembros del FMI. Pero también se preguntaba si, más allá de lo poco o mucho de gracioso que tenga el cuento, su moraleja es correcta. Esto es, si se estrellan por cabezaduras o si en términos de joder a la mayoría de la gente saben de sobra lo que hacen, saben que sobrevivirán y saben que los estrellados serán los mismos de siempre.
En aquella oportunidad, el cuento fue mentado porque se había conocido de manera oficial que Argentina le debía al mundo la mitad de lo que producía. Hacia 1991, para pagar la deuda se necesitaban cinco años de exportaciones. En el 2000, ya se requerían más de seis y hoy siguen los éxitos. El país ya pagaba de intereses, hace dos años, un millón de dólares por hora. Y entonces la pregunta caía de madura. ¿Era y es eso el “fracaso” del modelo neoliberal? ¿Es la avioneta estrellada o es el requisito para seguir cazando? La discusión política, se terminaba diciendo aquella vez de hace dos años, atraviesa la forma antes que el fondo, el cartero antes que la noticia y los complejos de culpa o las fobias personales antes que los planos ideológicos profundos. Qué cosa siquiera diferente podría decirse hoy, cuando todo el país partidario baila al compás de lo que produce el abandono del menemismo santafesino, como si el renunciante fuese Roosevelt o el Che Guevara, mientras índices de pobreza que empiezan a emparentarse con los africanos, 20 mil millones de dólares de vencimiento de deuda el año próximo, o el aumento de la leptospirosis por ingesta de ratas, no encuentran un atisbo de respuesta.
Los remedados sonajeros con que intentarán entretener al vulgo son tan obvios que hasta causan vergüenza ajena. Discursos de populismo encendido en la interna peronista, apuntando a que deben volver (como si alguna vez se hubieran ido) para reconstruir el país desde las llamas en que lo dejó la Alianza. Y unión “a lo Alianza” tras la consigna de caducidad de todos los mandatos, como si la ida de todos supusiese el arribo de otros todos seguro que mejores por arte de magia (pero quizá suficiente para disimular una falta de ideas absoluta respecto de cómo torcer el rumbo económico).
¿En serio que la máquina podrá volver a estrellarse como cada año para que ellos puedan seguir cazando incautos? Uno se aterroriza de sólo pensar que la respuesta sea afirmativa, pero es la única que encuentra si es que las reservas combativas enseñadas por este pueblo no son capaces de confluir en una fuerza social y electoral de signo distinto.
De vuelta el menemismo contra la Alianza. La misma película, cuadro por cuadro. Hay tiempo para cambiarla, pero va para ahí. O va para ahí, pero hay tiempo para cambiarla. La primera es para matarse y la segunda para cargar energías. Esa es la única elección que importa.