EL PAíS › LUIS ZAMORA, DIPUTADO NACIONAL

“El sistema político tiene miedo”

Fue una de las voces más fuertes en los debates legislativos. Se enorgullece de poder caminar en una manifestación “sin que me escupan”. Critica las posiciones de la izquierda y avisa que de esta situación no se sale “sin rebelarse”.

 Por Luis Bruschtein

Luis Zamora fue elegido diputado por Autodeterminación y Libertad casi sin esperarlo. Su elección formó parte del voto bronca, de un clima que se fue gestando en la sociedad y que culminó con los cacerolazos de los que, de alguna manera también es una expresión. “Lo más importante que estuvo pasando el año pasado –señala– fue un cambio profundo en la forma de pensar de la gente”. Y agrega que de ese cuestionamiento han surgido “formas y propuestas de democracia directa que antes eran impensables y están en debate medidas que cuestionan el capitalismo”. Sin expectativas en los partidos tradicionales, de izquierda, centro o derecha, expresa su esperanza de que un nuevo proyecto de país surja de ese debate.
–¿Acuerda con el análisis que se hace de los últimos cacerolazos como un problema de la clase media con los fondos que quedaron atrapados en el corralito?
–A mí me parece que es un fenómeno más abarcador, un proceso donde ese tema funcionó más como detonante en sectores de clase media de la Capital y de otras ciudades. Pero teniendo en cuenta también la participación de asalariados y de jóvenes, y de jóvenes más bien empobrecidos, desocupados. Son pibes acostumbrados a enfrentar a la policía en los festivales ricoteros, o en los partidos de fútbol. Por eso fue tan difícil a la policía hacerlos retroceder. Pero también fue llamativo que junto a ellos hubiera gente de saco y corbata tirando cascotes. El jueves 20. El día 19 fue masivo de la clase media, en forma pacífica, muy espontánea... Yo no conozco otro ejemplo en el mundo. Sin referentes, sin organización, sin líderes... En el 17 de octubre Perón estaba preso, pero era un líder, había organización, estaba Evita... Acá no hubo nada, nada. Esto no tuvo nada de eso. La verdad es que ya se venía en los días previos con asaltos a los supermercados en el interior con brutal represión. Eso golpeó mucho en la clase media que siguió con atención por la televisión cómo le pegaban a los que iban a los supermercados, la represión a trabajadores en Córdoba. Era evidente que se estaba creando un clima, en una situación generalizada por el corralito y las filas de los bancos.
–¿Estos hechos concretos que funcionaron como detonante de la crisis generaron cambios en la forma de pensar de la gente?
–En mi caso lo vi cuando empezó lo de Aerolíneas, en mayo. Seguramente venía de antes, pero no lo percibí. Empecé a ver la simpatía que tenía la lucha por Aerolíneas en la población, que empezó a comparar el proceso de privatización y destrucción de Aerolíneas con la destrucción de Argentina y la pérdida de la fuente de trabajo de cada uno. En esos meses pasaron muchas cosas. Algunas corrientes de izquierda pensaban que el fenómeno más importante y trascendental eran los piqueteros. Por supuesto me parecía interesante, propio de un país con tantos excluidos. Pero para mí ese fenómeno estaba muy localizado. Lo más importante estaba pasando en la cabeza de millones y millones que no hacían acciones pero estaban repensando todo, el plan económico, el modelo, las medidas, qué habían hecho con el país, qué habían hecho con su voto, las instituciones, los dirigentes políticos.
–Un síntoma en ese proceso de cambios en la cabeza de la gente han sido los cacerolazos para echar a la Corte...
–La gente no le fue a pedir al Congreso que le haga juicio político a Fernando de la Rúa. Fueron a la Plaza y lo echaron. La Corte, en todo el mundo, nunca es objetivo de repudio o de reclamos para que se vayan. Que se los responsabilice por la crisis del país, como en este caso, fue porque hubo una memoria acumulada de la Corte menemista. La libertad de Carlos Menem fue como un colofón. Fue trabajada por De la Rúa, por Raúl Alfonsín, el voto de Belluscio... La Corte le sacó la causa a un juez para privatizar Aerolíneas y produjo despidos, la Corte avaló las privatizaciones, decenas de miles de despidos, aumentos de tarifas,rebajas salariales. La Corte se desnudó como cómplice político del plan que destruyó a la Argentina. Se vio muy claro. El cuestionamiento a la Corte es un síntoma de lo que está pasando en la cabeza de la gente, porque de la misma manera surge de la población el tema de la deuda, la nacionalización de la banca, la renacionalización de las AFJP.
–¿Esa reflexión instalada en la gente implica que se termina una cultura política? ¿hacia dónde piensa que se dirige ese proceso?
–El sistema político tiene miedo y eso los obliga a pensar en cómo maquillan las cosas. Hablan de que suspendieron los pagos de la deuda, pero están pagando o discuten cómo acumulan dólares para pagar. Adolfo Rodríguez Saá pagó 400 millones de dólares en medio de los tres días en los que dice que suspendió el pago de la deuda. El punto fundamental que incluyó Duhalde en la ley de reforma cambiaria, es que todas las modificaciones tienen que ser compatibles con la reestructuración de la deuda pública. En realidad está diciendo que todo va a ser supeditado al FMI. En los cacerolazos, la gente gritaba que se vayan todos. Era una expresión. Esos todos se juntaron para ver cómo se quedaban, radicales y justicialistas. Entonces no van a cambiar, seguirá la confrontación, el déficit cero, el ajuste. Pero esto tiene una fuerza muy grande. La gente discute medidas anticapitalistas o que si se toman significan una confrontación con Estados Unidos y el FMI, y así se abre la posibilidad de que surja un proyecto político de país. Se está cuestionando la cultura que nos penetró, la que nos dijo que esto era el único camino. El capitalismo está en discusión sin que haya un proyecto alternativo. Esta es quizás la mayor debilidad y al mismo tiempo lo más apasionante, la posibilidad de que lo construyan los pueblos sin que vengan de arriba con los planos hechos.
–¿Esta discusión se escucha en el ámbito político, además de los militantes de izquierda?
–En la Asamblea Legislativa Leopoldo Moreau dijo que iban a escuchar críticas a este acuerdo con los justicialistas para apoyar a Eduardo Duhalde, pero que provendrían de sectores minoritarios que no tienen ni tendrán responsabilidades de poder. Le contesté que no veía al radicalismo con más posibilidades de acceder al poder hoy en día que lo que tienen nuestras ideas de ser tomadas por la población y puse como ejemplo la deuda externa, para discutirlas no para concretarlas. En la izquierda también tengo dudas de que se vea así. Con los partidos no sintonizamos mucho. Siguen los viejos esquemas. Algunos dicen que la población está por tomar el poder, pero que le falta una dirección de izquierda. No lo creo. Otras organizaciones no comparten la riqueza que tiene este movimiento. Van a un encuentro vecinal y en vez de aportar al debate como otro más y respetar ese ámbito democrático, tratan de ver como ganan dos militantes. Nosotros estamos por otro camino. Nos sentimos sintonizando con esto que sucede, que es muy rico y al mismo tiempo muy duro.
–¿Usted ve alguna salida a esta crisis?
–Hay una salida, una salida dura, drástica, de confrontación, pero confrontaciones tenemos todos los días ahora y estamos cada vez peor. Las cosas no pueden cambiar si no se confronta. Por ejemplo, los análisis que hacen el ARI, la CTA o el Polo Social y algunos partidos de izquierda, que no dan este marco. Ignoran el mundo en que vivimos. En un mundo con depresión y con una política además guerrerista por parte de los Estados Unidos, es iluso creer que se pueden tomar medidas sin plantear la confrontación con esta realidad mundial e interna. Rebelarse y pelear da dignidad. Cuando uno pelea por lo suyo se pueden conseguir las cosas más a largo plazo, pero se recupera la dignidad que nos sacaron como país, como personas. En estos procesos, la gente le quitó ese poder delegativo a los políticos, se involucró, hubo una solidaridad muy fuerte con los problemas colectivos. Tiene que haber formas de revocación del mandato sin que haya treinta muertos, la gente da un mandato al político y el político terminamandando a la gente, hay que cambiar eso. Todo esto puede parir instituciones nuevas para que gobierne el pueblo, no una elite.
–¿Por qué piensa que fue tan duro el discurso de Humberto Roggero en la Asamblea?
–El enojo de Roggero conmigo fue la indignación de un dirigente que no puede caminar en una manifestación sin ser escupido, con otro dirigente que, más allá de que mis ideas no sean compartidas, me respetan como a uno más, en la Plaza de Mayo o en Congreso durante los cacerolazos. Está en crisis ese sistema político y la gente propone cosas nuevas como mandatos cortos, de un año o dos y que el funcionario vuelva a trabajar, que esté varios años sin que vuelva a tener un cargo, que tenga un sueldo igual al promedio de lo que pueda ganar la población, que su mandato sea revocable. Que la política la haga la población y que el funcionario la gestione, la política no la hace el funcionario sino la gente.

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