EL PAíS › OPINION

Consolidaciones

 Por Eduardo Aliverti

Por estos pagos, el loco de Virginia o el hijo de la sociedad más enferma de este mundo, como se quiera, vino a poner pimienta informativa en medio de un panorama general donde lo único novedoso es la consolidación de noticias preexistentes.

A menos, por ejemplo, que se estime como trascendente y sorpresivo el nuevo cambio en la cúpula del Indek. Pero el fondo de esa cuestión pasa por el hecho de que hay un consenso social basado en la existencia de dos índices de precios: uno para los pobres, que asegura una muy relativa estabilidad en los productos más ordinarios del mercado; y otro para la clase media y estratos superiores, en el que los acuerdos sectoriales no existen y cada quien cobra casi lo que se le ocurre pero con la salvedad de que se prefiere una sensación “macro” de estabilidad a otro tipo de experimentos (controles directos, sanciones, aplicación de mecanismos legales contra la especulación, etcétera). Nadie quiere que nada se mueva demasiado. Y en consecuencia, todos jugamos el juego de que debe disimularse la inflación real. Los pueblos, a veces, necesitan realidad. Otras veces, ficción. Y casi siempre, simbologías. Hoy, los argentinos vendríamos a estar en una mezcolanza de las tres cosas. Contribuye a eso, sensiblemente, que se recupera el empleo aunque su calidad sea entre baja y horrible. Y que las paritarias dibujan un marco en el que los trabajadores en blanco no se sienten perdiendo por goleada.

Alguien podría argüir, asimismo, que no es un dato menor la reanudación, en Madrid, del cara a cara con los uruguayos. Pero es una ficción más grande que la anterior. No se puede creer con seriedad que tiene marcha atrás el funcionamiento de Botnia, alrededor de la cual ya hay poco menos que una ciudad satélite, y lo único que queda por delante es negociar el control de la contaminación. Todo lo demás que pueda decirse o especularse es cháchara pura, aunque no deje de ser un menudo problema qué hacer con la actitud ya inercial de los vecinos de Gualeguaychú que, por supuesto, hacen lo que cualquiera haría en lugar de ellos si creyera que le pondrán enfrente un ventilador de veneno. Lo más probable es que se apueste a la técnica del desgaste, hasta que consumado y avanzado el episodio de la planta funcionando haya la resignación de este lado del río. O bien, que desaparezca, hasta donde da la vista, la posibilidad de cruzar a Uruguay por tierra, de la misma manera en que los porteños ya se acostumbraron a que Bartolomé Mitre, calle del sistema nervioso de Buenos Aires, se corta nada más y nada menos que en el Once porque donde estaba Cromañón se instaló una pretensión de santuario. Son, entre otros muchísimos, los costos, por cierto que bajos, de un país donde la desaparición de las representatividades políticas dio paso a la interpelación directa de las llamadas “minorías de alta intensidad”. El Congreso es un decorado y los partidos no existen. De modo que cuando “la gente” se cansa opera por su cuenta. En ocasiones parecerá que está bárbaro, y en otras que esas reacciones terminan siendo funcionales a intereses perjudiciales para los propios demandantes. Uno diría que se trata de recuperar la política y la militancia orgánica, como para que las reivindicaciones de sector encuentren un cauce efectivo. Pero seguramente suena demasiado abstracto.

Alguno podría señalar también que ya no pinta como moco de pavo el caso Skanska, con un tufo a corrupción estatal que salpica cerca del Presidente. Puede ser, pero hasta ahora puede más que, como en el primer lustro de la rata, si roban pero hacen, o si roban pero “estoy mejor”, algunos pecadillos merecen ser dejados de lado en aras de objetivos “mayores”. Y no faltará quien apunte, como aspecto relevante, que se cumplieron 7 meses sin López. Pero quien lo haga deberá ser mirado con tanto de justificación como de misericordia, siendo que por fuera de los partidos de izquierda y de algunas organizaciones sociales ya no está vívido que López desapareció. Pasó a formar parte del manual de los olvidos argentinos o, peor aún, de lo que se recuerda con la resignación de que no habrá respuestas.

Neuquén, Santa Cruz y Salta, mientras tanto, son una caldera de docentes y empleados públicos furiosos porque eso del crecimiento económico no les llega más que a través de los comentaristas radiofónicos y televisivos que amplían la agenda fijada por los diarios. Y hay ya un asesinado de por medio, del que en poco tiempo muchos tendrán que esforzarse para recordar su apellido. ¿O acaso son mayoría los argentinos que registran hoy nombres como Víctor Choque, o Teresa Rodríguez? Gracias si perviven los de Kosteki y Santillán, porque sus cuerpos masacrados coincidieron con un punto límite de la estabilidad institucional. De las elecciones, por último, mejor no hablar. En perspectiva nacional, hay dos únicos atractivos: cuál de los Kirchner será el ganador, y cuánto estómago queda en Buenos Aires, distrito clave en lo mediático y en la cronología electoral, para ungir a Macri como victorioso. Si Bergoglio se asumiera como candidato, quizá sería más divertido.

¿Quiere decir que, hasta más ver, se “acabaron” las chances de grandes noticias “políticas”? No. No necesariamente. Esta sociedad es una de las más atractivas de América latina, por su movilidad cultural, por sus rasgos de movilización, por su desenfado, por su anarquía, porque hay cosas que permanecen antes en disputa que en el freezer, porque juzgó a los milicos, porque gana la calle, porque es conservadora y progre al mismo tiempo, porque es capaz de deparar sorpresas. Le costará arreglárselas a quien quiera desmentirlo y mucho más si se compara con el resto de la región.

¿Qué diríamos, entonces? Que, en efecto, no parece que puedan aguardarse grandes novedades. Que lo que hay “es lo que hay”: la consolidación política del kirchnerismo, porque no se vislumbra otra cosa ni a corto ni a mediano plazo gracias a las condiciones internacionales, a la solidez de la falta de opciones locales y, por qué no, a los aciertos de la conducción oficial (en el orden que se desee); y focos de ebullición y descontento social por ahora controlados y controlables, porque no tienen ni proyecto ni articulación. Es una imagen congelada y en movimiento a la vez.

Cuánto permanecerá lo primero y hasta dónde puede llegar lo segundo no tiene respuesta, pero sigue siendo seguro que hay que hacerse la pregunta.

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