Sábado, 7 de julio de 2007 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
Los economistas preocupados por estudiar la ciencia de su especialidad reconocen que las polémicas y el abordaje de los temas convencionales vienen mostrando signos de agotamiento. Debaten si la economía entendida como ciencia ha llegado a su frontera del conocimiento. Por ese motivo han empezado a aparecer muchísimas investigaciones y papers académicos que conectan la economía con otras áreas, como la biología, la psicología, la física y hasta la vinculación con la conducta del comportamiento de sectores sociales en relación con el sexo, la violencia criminal, fecundidad, obesidad o con esa idea simple conocida como la felicidad. Esa apertura epistemológica de la economía emerge al saber público con el best seller internacional Freakonomics, de Levitt y Dubner. En esa línea, en Argentina, el periodista y economista Sebastián Campanario publicó hace dos años el libro La economía de lo insólito, y ahora el economista Javier Finkman tiene un blog-columna en el suplemento “iEco” de Clarín explorando ese estilo. Todavía no hay abundantes casos referidos a acontecimientos locales y se concentran en estudios y estadísticas de otras sociedades. La evolución de las principales variables macro, la actitud de diferentes actores sociales y las interpretaciones de especialistas y profesionales con responsabilidad en la comunicación obligan a incorporar el aporte de otras disciplinas para enriquecer la comprensión de la actual etapa de la economía doméstica.
Existen muchos problemas que el Gobierno elude y otros tantos que enfrenta con más o menos eficacia, según el grado de calidad técnica de los responsables de la cuestión. Muchas dificultades encuentran a diario las empresas para desarrollar su actividad, algunas atribuibles a su propia ineficiencia y otras a cargo de un Estado que no responde con celeridad a las transformaciones de los ciclos de producción. Varias complicaciones padecen los sectores sociales postergados, con o sin empleo o con trabajo precario o mal pago en blanco. Todo esto genera tensión y conflictos que tienen respuestas y limitaciones desde el saber convencional de la economía. Y los caminos que se eligen para enfrentarlos presentan motivos para entablar un apasionante debate, donde se revela la cosmovisión del mundo de los participantes.
Ahora bien: esa lectura tradicional resulta insuficiente para abordar el actual período de la economía. Se requiere del aporte de la psicología, en algunas circunstancias, y de la sociología y filosofía, en otras, para comprender un poco más lo que está pasando en el escenario económico. Esa ampliación de la frontera está inducida por los gurúes de la city, entre los que se incluye a la tecnocracia energética, y ciertos medios de comunicación. En una economía que está volando, con un ritmo de crecimiento impresionante, la exteriorización de las indudables limitaciones que aparecen por ese ritmo acelerado es la del abismo. La exageración, el precipicio. Una de las patologías psiquiátricas más difundida en la actualidad es la del trastorno bipolar. Ese desorden se traduce en conductas ciclotímicas o maníaco-depresivas. En esa búsqueda de la economía en intervenir en otras ciencias se podría avanzar en la creación de la categoría “economía bipolar”. Un ejemplo de ese nuevo nicho del saber lo ofrece la relación entre la tensión máxima en el sistema energético y la industria. Durante el mes pasado, donde se expresaron varios episodios de estallidos en la provisión energética (GNC a las estaciones, faltante de gasoil, reducción del consumo de 16 a 24 horas en las plantas, entre otros), la producción de autos alcanzó su record histórico para junio. Se fabricaron 47.573 unidades, 32,7 por ciento más que en el mismo mes del año anterior, pese a los cortes de luz y gas en las terminales y en las autopartistas. En la manifestación de esa “economía bipolar” algo debe estar desbalanceado porque si no resulta desconcertante semejante performance en el mes de la irrupción sin maquillaje de la “crisis energética”, que se anotó como el mejor junio de la historia de la industria automotriz argentina. También en el campo se terminó en estos días la cosecha de maíz, con volumen y rindes record, además de una de soja que superó todas las previsiones. En casi todos los sectores productivos se registran máximos y ganancias abultadas.
Esos resultados extraordinarios no significa que no haya problemas, algunos vinculados a cómo administrar la escasez coyuntural (la energía) y otros a cómo administrar la abundancia (triple superávit: comercial, fiscal y cuasifiscal del Banco Central). Para enfrentarlos se requiere del instrumental que ofrece la economía convencional, con las diferentes recetas según la escuela de pensamiento elegida. Pero, en las actuales circunstancias, esa vía parece insuficiente y se necesita incorporar otras disciplinas del saber (la sociología y la filosofía), que permitan interrelacionarlas con la “economía bipolar” (la psicología). Y lo que surge es la “economía del miedo”, como manifestación cultural que expresa, en concreto, la intencionalidad de ciertos intereses del poder. Esa categoría conceptual se convierte en el complemento de la “economía bipolar”. El establecimiento de una fecha en el calendario para el estallido (12 de julio, día que los hogares van a quedar a oscuras, atemorizan) es la exteriorización más impúdica de esa “economía del miedo”. El objetivo es el disciplinamiento de una sociedad a aceptar condiciones que serían rechazadas si fueran ofrecidas en un panorama normal. Se trata de someter el comportamiento colectivo por el miedo. En el caso energético, el trasfondo es la búsqueda de un aumento mayor de tarifas al ya dispuesto en el sendero de ajuste pactado en los diferentes eslabones de la cadena energética.
En los últimos años varios fueron los episodios donde el temor fue introducido en debates o conflictos económicos donde se dirimían intereses multimillonarios. La “economía del miedo” quedó en evidencia en los siguientes casos:
- En la negociación con los acreedores de la deuda en default. Si no se aceptaban las condiciones de los bancos, la Argentina le daba la espalda al mundo.
- En la necesidad de establecer reglas que favorezcan el gaseoso concepto “clima de negocios”, porque en caso contrario no habría inversiones.
- La advertencia de que aumentos de salarios derivarían en una espiral inflacionaria de difícil control.
- La estatización de empresas de servicios, como el Correo y Aguas Argentinas, implicaría el colapso de la prestación.
- El pago con reservas del saldo total de la deuda con el FMI provocaría un incremento de la vulnerabilidad externa del país.
- La insistencia con que la economía crecía por rebote, que era un veranito, que ingresó en una meseta y que se está desacelerando, alarmas todas ellas para orientar la política hacia la receta ortodoxa del ajuste.
Cada una de esas predicciones de la “economía del miedo” no sucedieron: Argentina sigue integrando el concierto de los países del mundo, hubo inversiones en cantidad, lo que permitió un crecimiento sostenido, el alza de salarios no disparó una inflación descontrolada, el Correo y AySA siguen brindando servicios con igual o mejor calidad que los privados, el nivel de reservas se recuperó sin contratiempos y la economía no detuvo su marcha acelerada.
Gobiernos, el sector privado y medios de comunicación apelan al miedo, en una era de incertidumbre, para imponer determinadas políticas. Por ejemplo, Carlos Menem convocaba el recuerdo de la hiperinflación para aplicar las reformas de los ’90 y Fernando de la Rúa, el riesgo del quiebre de la convertibilidad si no se hacía el ajuste, pánico que se expresaba en el índice financiero riesgo país. El filósofo italiano Paolo Virno, en su último libro, Cuando el verbo se hace carne, reflexiona sobre el lenguaje, la naturaleza humana, entre otros temas. En referencia al miedo, Virno señala que es una característica de la presente época, en el cual se mezclan dos cosas antes separadas: por un lado, el miedo por peligros concretos (a perder el puesto de trabajo), y por otro, uno mucho más general, una angustia, que no tiene un objeto preciso y que es el sentido de la propia precariedad. Virno afirma que esos dos aspectos estaban normalmente separados. El primer miedo era socialmente gobernable, mientras el otro era asistido por las religiones o la filosofía. “Ahora, en cambio –señala Virno–, en la globalización, las dos cosas son una sola. Vale decir: cuando tengo miedo por un peligro concreto siento también toda mi precariedad respecto de mi vida, del mundo como tal, del significado de mi vida. Es como si experimentásemos, en determinadas situaciones, al mismo tiempo un problema económico social concreto y una relación con el mundo que nos aparece con todo su dramatismo.” Esto sería el sustento que ofrece la filosofía a la “economía bipolar” (psicología) y a la “economía del miedo” (sociología). Para aliviar la angustia de muchos profesionales de una ciencia que alcanzó su frontera de conocimiento, el economista francés Jacques Attali aconseja que “en economía, como en psicoanálisis, comprender constituye el primer paso hacia la curación”.
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