EL PAíS › OPINION

Una cuestión de fe

 Por Santiago O’Donnell

En su mejor momento Rafael Correa la tiene difícil. Faltan once días para la elección de los representantes a la Asamblea Constituyente de Ecuador y el carismático presidente va por su cuarta campaña en poco más de un año, si se toman las dos vueltas presidenciales y el plebiscito de reforma. Despotricando contra los bancos privados, los medios de la oposición, la oligarquía de Guayaquil y “la partidocracia corrupta”, en cada campaña sumó más votos. Fue el abanderado del 84 por ciento que votó por el sí en la consulta popular para el llamado a la Asamblea.

Además de reescribir la Constitución, la Asamblea se ha fijado la nada modesta meta de reformar las instituciones ecuatorianas, largamente cooptadas por corporaciones políticas prebendarias. Por un discutido fallo judicial y la renuncia forzada de varios congresistas la Asamblea obtuvo facultades para cerrar el Congreso y los ciudadanos asambleístas piensan hacer exactamente eso.

Por todo eso Correa se encuentra en una encrucijada. Si la oposición hace una buena elección, corre el riesgo de que la Asamblea se empantane, como ocurre actualmente con la boliviana, pero con más crispación y menos diálogo político que en Sucre. Pero si Correa arrasa en las elecciones sus oponentes lo acusarán, no sin razón, de acaparar la suma de poderes. Sin la mediación de los partidos políticos (Correa prefiere las coaliciones electorales), ni un Congreso que canalice las relaciones con la oposición, la pulseada con los factores de poder se desplaza a carriles menos previsibles.

Ante la consulta de Página/12, Correa dijo ayer en una conferencia de prensa en el Hotel Sheraton que obviamente prefiere una asamblea con mayoría propia. “Algunos dicen que mis cartas ocultas son usar la asamblea para concentrar el poder”, dijo con voz grave, arrastrando las vocales y arqueando las cejas, jugando al personaje misterioso, para estallar en una sonrisa. “En estos procesos se debe confiar en algo o en alguien”, agregó, bajando la mirada como con modestia. “El pueblo ecuatoriano confía en nosotros. En estos ocho meses hemos demostrado que no buscamos nada, absolutamente nada para nosotros mismos, que buscamos todo para el país, que buscamos reconstruir esa institucionalidad, que buscamos un país más justo, etc.”, contestó. Agregó que no era el momento para sentarse a negociar con los poderes fácticos, pero que esa negociación se dará cuando el gobierno esté mejor posicionado. “Con la correlación de fuerzas actual, lo que reflejarían los acuerdos políticos es el sometimiento. En este momento, ganar las elecciones es ganar el poder porque siguen ahí: la partidocracia, los medios de comunicación”, dijo el presidente.

En la economía, la correlación de fuerzas es todavía más desfavorable a Correa. Su gobierno heredó de la crisis de 2000 el corset de la dolarización, gentileza del asesor Domingo Cavallo. Correa conoce bien las limitaciones del modelo, pero prometió mantenerlo durante los cuatro años de su mandato porque, dice, no hay suficiente consenso político para cambiarlo. Eso significa cuatro años más sin políticas monetarias para incentivar el crecimiento o la redistribución. El plan del economista Correa, esbozado en el 2004 cuando todavía no era candidato, se divide en tres fases. La primera es un blindaje financiero a través de la acumulación de reservas extraordinarias. La segunda es la creación de un régimen de convertibilidad entre el dólar y una nueva moneda ecuatoriana. La tercera es la devaluación. Para dar comienzo a la primera fase, Correa escribió que acudiría a la venta anticipada de petróleo o a los organismos internacionales de crédito. Pero la relación entre Correa y esos organismos dista mucho de ser la mejor desde que el presidente cuestionó la legitimidad de la deuda externa. Peor aún es la relación con la banca privada, que Correa combate por cobrar comisiones y tasas de interés excesivas. “Si nos salimos de la dolarización puede haber una guerra civil”, Correa le explicó a Página/12.

En ese contexto, sin margen para el error, Correa intenta torcer el brazo del establishment económico y la burocracia política al mismo tiempo que busca refundar las instituciones y generar consensos para un nuevo pacto social. No es fácil hacer las dos cosas al mismo tiempo sin caer en actitudes mesiánicas. Dice que no le queda otra, porque enfrenta fuerzas demasiado poderosas. El pueblo ecuatoriano, tantas veces postergado, confía en él.

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