EL PAíS › ENCUENTRO DE MUJERES A LA CORDOBESA
El 22 Encuentro Nacional de Mujeres comenzó ayer en la ciudad de Córdoba con miles de manifestantes con los pañuelos verdes, que son el símbolo de la lucha por el aborto legal. El nombre de Von Wernich en las discusiones.
› Por Marta Dillon
desde Córdoba
“Revolución en las camas, en las casas y en las plazas”, fue el grito que inauguró el XXII Encuentro Nacional de Mujeres en Córdoba y apenas lo vociferó la mujer que empuñaba el micrófono tuvo que sostenerse para no quebrarse porque la emoción es, como siempre, el lugar común de esa cita que todos los años diseña recorridos a lo largo del país y los hace confluir en el mismo lugar en el que ser mujer, vivir como mujer, es el único requisito para debatir con otras, abrazarse con otras, bailar, discutir, emocionarse y marchar juntas para hacer oír los reclamos históricos en contra de la violencia de género, en contra de los roles estereotipados para ellas, a favor de una sexualidad libre, a favor del aborto legal y seguro. La lista de reclamos, por supuesto, no termina ahí. Las casi 30 mil mujeres, que ayer a la tarde seguían llenando escuelas, clubes y hoteles para quedarse hasta el lunes, comenzaron a debatir sobre tantos temas que en principio se propusieron 63 talleres, que deberán desdoblarse para que el modo de funcionamiento horizontal y por consenso sea posible sin silencios obligados ni voces tan estridentes que tapen al resto. Pero la consigna histórica que año a año se fue fraguando con más fuerza es la más convocante y también la más ríspida para quienes ven a estos encuentros como invasiones: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal y gratuito para no morir”.
“¡Compañeras, el Encuentro somos todas!”, se escuchó y más de dos cuadras repletas de mujeres supieron que la fiesta recién comenzaba. El sol parecía sonreír a ese inmenso aquelarre sobre la avenida Yrigoyen, en el centro de Córdoba. Mujeres vestidas de brujas, mujeres con remeras provocativas, mujeres indígenas, campesinas, sindicalistas, artesanas, madres, amas de casa, políticas –aunque sólo se vio a una candidata a presidente, Vilma Ripoll–, heterosexuales, bisexuales, lesbianas... imposible darle una definición a cada una. El Encuentro eran todas en la apertura y en el discurso que leyó la comisión organizadora hubo lugar para cada una y para cada una de las problemáticas que las afectan de una manera u otra. Nada quedó afuera: se habló de derechos sexuales y reproductivos, de violencia, de trata, y también de la necesidad de que avancen los juicios a los represores de la última dictadura militar, que se cierre de una vez la brecha salarial entre varones y mujeres, que se rompa el techo de cristal, que se asegure el derecho a la educación, a la alimentación, a la tierra y a la vivienda.
Los pañuelos verdes, ese símbolo que instalaron las mujeres que desde hace un año comenzaron la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, seguro y gratuito se acomodaron sobre los cuerpos como una marea que no llegaba a uniformar pero que se hizo visible como una declaración contundente. Ni la organización de la Arquidiócesis de Córdoba, que este año instruyó a sus fieles hasta la nimiedad de sugerir argumentos y términos específicos para la discusión en los talleres pudo evitar que el inicio del Encuentro fuera una fiesta y que la asamblea general de la Campaña de los pañuelos verdes desbordara de tal modo el auditorio de la facultad de Ingeniería que tuvo que trasladarse a la calle hasta cortar completamente la avenida Vélez Sarsfield. Allí se volvió a insistir en la necesidad de sostener el activismo en torno de este tema durante todo el año, señalando al 8 de diciembre como el día en que se harán asambleas similares en cada región para exigir que se trate en el Congreso Nacional la ley que legalice el aborto.
La reciente condena al sacerdote Christian von Wernich fue citada más de una vez tanto en la calle como en los talleres en cada oportunidad en que los grupos fundamentalistas se refirieron al “derecho a la vida desde la concepción”. “¿A la Iglesia le importa la vida de los embriones pero no de las personas?”, dijo Leticia Celli, una abogada cordobesa, que patrocinó a Elizabeth Díaz, una joven que fue absuelta en un caso similar al que todavía mantiene en la cárcel a Romina Tejerina, cuyo nombre se coreó muchas veces exigiendo su libertad.
Otros nombres propios se escucharon durante el acto de apertura y el resto del día: Paulina Lebbos, Marita Verón o las cordobesas Laura Gilli, Marta Medrano y Patricia López, todas desaparecidas de las que se presume que están siendo víctimas de redes de explotación sexual. Y también el de Rosa Molina, la mujer toba cuyas fotos en piel y hueso, poco antes de su muerte, sólo podían estremecer.
Por la tarde, con el comienzo de los debates, no faltaron las cordobesas que recordaron el primer Encuentro que se hizo en Córdoba, en 1987. Es que entonces eran sólo 700 y ahora nadie sabía por qué cifra multiplicar para nombrar a las que se desplazaban de una escuela a otra, de una facultad a otra, buscando en las distintas sedes el taller que las contenga. Pero es cierto que también esa multitud es la que provoca que algunos grupos se planteen si es posible seguir funcionando de manera horizontal, autónoma y redactando conclusiones por consenso. Desde los partidos de izquierda, que, como ya es tradición, movilizan sus aparatos para hacerse visibles en el Encuentro, se escuchan voces que piden votar las conclusiones por mayoría simple. “Pero eso es ir en contra del espíritu de este espacio. Nada se avanza porque saquemos conclusiones únicas, si este espacio se convirtió en un ámbito de discusión y también de presión es porque somos muchas, diversas y convencidas de lo que queremos. Y eso se va a ver mañana en la marcha”, dijo la abogada Nina Brugo, una mujer que desde hace 22 años sabe de qué se trata.
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