Lunes, 12 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › LA CEREMONIA CONGREGO EN MEDIO DE LA PATAGONIA A UNOS CIEN MIL FIELES CATOLICOS
El segundo del Vaticano presidió la beatificación en Chimpay, el pueblo natal de Namuncurá. Hubo rituales aborígenes y un mensaje del papa Benedicto XVI. La celebración se realizó en castellano y en la lengua de los araucanos. El Gobierno envió a Daniel Scioli. Crónica de una mañana singular.
Por Horacio Cecchi
“El rito propiamente de la beatificación está por comenzar –dijo el padre–. Podemos sentarnos.” “Sí, ja ja”, se escuchó en un sector detrás del vallado. Eran las 11.15 de la mañana. El sector del sí ja ja, ubicado en primerísima fila contra las vallas, a la izquierda del escenario, no había llevado sillitas playeras y venía sufriendo, de pie y sin solución de continuidad, la helada de la madrugada y el sol sin paz del mediodía. Había comenzado el acto de la beatificación de Ceferino Namuncurá. A esa hora podría decirse que el verdadero milagro se había cumplido, haber reunido a casi 100 mil personas, quizá más según la versión de agencias y medios católicos, posiblemente menos de guiarnos por las dudas en el ámbito oficial. Pero fuera la cantidad que fuera, era una multitud reunida en medio de la Patagonia. Hubo misa, hubo consagración, hubo mapuches católicos. Estuvieron Tarcisio Bertone, segundo del Vaticano; el cardenal Bergoglio; el vicepresidente Daniel Scioli; el gobernador de Río Negro, Miguel Saíz. Y Ceferino.
No resultó fácil para los chimpayenses alcanzar el milagroso número. O no resultó sencillo para los peregrinos llegar en hora a la meca patagónica. Tampoco resultó fácil para los previsores que decidieron acampar desde el viernes o el sábado. El comentario tempranero de la mañana de ayer, en la confitería Margarita, frente a la Municipalidad y sobre la calle de apropiado nombre (Ceferino Namuncurá), trataba por amplia mayoría de la helada. “Me daba en la espalda, ahí donde estaba apoyado contra la pared de la carpa, entraba un chiflete que me dejó duro”, dijo un gordito de una delegación de Bahía Blanca, que intentaba explicar lo que todos ya habían sufrido en cuerpo propio.
El viento frío cauterizaba las terminaciones nerviosas y cortajeaba los dedos. No había forma de sacar las manos de los bolsillos, salvo claro en lo de Margarita, que más previsora que los peregrinos, había dejado abierto toda la noche. Podían encontrarse lugares libres. La sombra del fracaso asomaba desde temprano. Por el clima, porque la cantidad esperada de peregrinos no llegaba. Porque ya había llegado el primer tren desde Zapala y no se notaba que el lugar desbordara de público. No se había taponado la ruta 22 con el embudo de ingreso al pueblo, tan anunciado al periodismo los días previos. No fue tal cosa.
La organización era buena, los micros y autos particulares eran desviados seis kilómetros antes de Chimpay, por un camino de cascotes y tierra. Desde kilómetros antes, la polvareda que levantaban dejaba un cuadro poco alentador: parecía una enorme nube negra sentada sobre el mismo pueblo.
Pero digamos que a las 9 de la mañana se estaba muy lejos de la multitudinaria Woodstock ceferiniana prometida. A esa hora, llegaba una columna uruguaya numerosa pero ruidosa y dicharachera, que avanzaba cantando al ritmo candombe para combatir la sensación de helada. Cuando llegaran al sector asignado, se toparían con algunas remeras que decían “No a las papeleras”, provenientes de peregrinos de Entre Ríos. Hubiera sido erróneo y simplista suponer que la Iglesia hermanaba. Mucho menos Ceferino. Una corriente muy fuerte del pueblo mapuche se resiste a la beatificación porque considera que la Iglesia avasalló y destrozó sus comunidades de la mano del general Julio Roca, y que Ceferino fue víctima. Esas comunidades mapuches no fueron hermanadas por la evangelización y tampoco estaban ayer.
“Hace 15007 años que está el mapuche –dijo uno de los loncos (jefes)–. Hay que defender a este pueblo.” “No tenemos que tener vergüenza de nuestra lengua porque es la lengua que nos dio Dios”, dijo otro de los loncos. Luego llegaría la ceremonia de rogatoria mapuche, una misa cantada en su propia lengua y traducida al español en forma simultánea.
Pero todavía faltaba un buen rato para que los trajes multicolores de los mapuches se convirtieran en objetos curiosos y etnográficos. Igual que lo había sido Ceferino.
Horas antes, cuando los peregrinos empezaban a desparramarse lentamente, en la avenida Argentina los comerciantes, los pequeños artesanos, los que tenían expectativas de zafar de milagro, empezaban a abrir sus tiendas. A escasos metros, el locutor seguía vendiendo los últimos “certificados de presencia al día de la consagración”. Sobre avenida Argentina, ya avanzando hacia el campo, un muchacho vendía a un peso el ejemplar de estrellitas de mar que tenía desparramadas en una caja.
Media hora más tarde, el mismo vendedor había optado por diversificarse y abandonó la venta de estrellas de mar, consiguió una chaqueta amarilla y empezó a vender el diario local, que había puesto toda la carne al asador con un poster de Ceferino y “todo lo que hay que saber sobre la historia de Ceferino Namuncurá”, voceaban los vendedores.
Cifirino
El escenario se había desplegado sobre el inmenso playón que se utiliza para el estacionamiento cada peregrinación anual, los 26 de agosto, fecha de nacimiento de Ceferino Namuncurá. El polideportivo municipal, donde se realiza el ritual anual, ni por asomo podría albergar la cantidad esperada.
Alrededor del escenario se había dispuesto un sector vallado de unas dos mil sillas, reservado para invitaciones especiales, entre ellas el actual vicepresidente y electo gobernador bonaerense Daniel Scioli, el gobernador rionegrino Miguel Saiz y su gabinete.
Sobre el escenario, dispuestas las sillas para todos los obispos argentinos y el representante del Papa, el cardenal Tarcisio Bertone.
Bertone apareció con su vestimenta cardenalicia cuando todavía el escenario no había terminado de ser montado. Se vio entonces una situación curiosa: el micrófono que le habían destinado al enviado junto al púlpito, allá arriba, en el escenario, no funcionaba. Entretanto, el padre Eduardo (hizo de animador) llamaba a cantar a veinte metros de allí, arengaba a los peregrinos: “Ahora el 9 del cancionero”, “Ahora el 1”, decía y cantaba sin descubrir que el segundo del Vaticano, a sus espaldas, esperaba que el padre Eduardo terminara.
Hasta ese momento serían las 10 de la mañana, el viento helado seguía golpeando. Contra el vallado, el grupo del sí ja ja todavía no estaba jocoso, todos abrigados con frazadas hasta la nariz, sentados los pocos que llevaron banquito y el resto de pie pero amuchados.
“Saludamos al cardenal”, pidió finalmente el padre que intentaba hacer de presentador. Entonces, los fieles saludaron. Bertone tomó su cappello rojo y saludó a los peregrinos. “El Papa en San Pedro, esta mañana -–anunció el cardenal en español fonético–, ha hablado a todo el mundo de Cifirino”. “¡Viva el Papa!”, agitó el padre presentador. “¡Viva el Papa!”, agitaron los cincuenta mil peregrinos que a esa hora ya estaban empezando a apretujarse del lado derecho, por donde se abría el canal de acceso desde la avenida Argentina. El padre locutor dio la primera versión oficial de la cifra de peregrinos presentes cuando indicó a la multitud: “Los que vayan entrando, por favor, pasen hacia la izquierda que está más vacío”.
A la hora en que Bertone saludaba a la multitud y los peregrinos vivaban al Papa, el viento helado se había desatado sobre objetos y seres, como un castigo de Ceferino. Para quienes gustan leer señales divinas, en ese momento, la enorme tela con la imagen clásica de Ceferino pero de 15 metros de altura se despegó de una de sus puntas y debió ser apuntalada cuando el padre locutor advirtió: “Que no se nos caiga Ceferino”.
Las otras dos señales, si se quisieran leer como tales, no parecían demasiado auspiciosas: la imagen de Ceferino del tamaño natural y venerada en la capilla fue ubicada al frente del escenario y cubierta con un poncho. Un grupo de mapuches familiares directos de Ceferino subieron al escenario para dar su agradecimiento y saludar a los peregrinos. El viento levantó el poncho de Ceferino y le tapó el rostro. La gente murmuraba algo sobresaltada: “Mirá, mirá –decía una mujer que agitaba una banderita chilena–, no los quiere ver, se tapa la cara”.
A las 10.30 ya llegaban las autoridades políticas al sector preferencial. Scioli, Saiz, los obispos que se fueron ubicando en los asientos del escenario. Debajo, en el sector de invitados, un ejército de seminaristas de Mercedes, con sus sotanas blancas, avanzó sobre las sillas del ala izquierda. “¡Marito, Marito!”, gritaron desde el sector del sí ja ja llamando a uno de los seminaristas. Marito, de anteojos y barbita, los saludó sorprendido. La mayor parte de los seminaristas tenía una camarita digital con la que intentaban cristalizar imágenes del milagro levantando la mano y disparando hacia la multitud.
A las 11.15 puntualmente, dos descendientes de Ceferino subieron al escenario para cumplir con el programa: pedir formalmente al enviado papal que inscribiera a Ceferino en el libro de los beatos. Lo hicieron. Bertone leyó entonces el documento papal: “Declaro que el venerable siervo cristiano llevará el nombre de beato Cifirino Namuncurá”. “¡Ceferino es beato, Ceferino es beato!”, gritó el padre presentador y la multitud de peregrinos respondió, bajo el sol, “¡Ceferino! ¡Ceferino!”, mientras un grupo ubicado contra el sector del fondo coreaba “Si ésta no es la Iglesia, la Iglesia dónde está”, refrescando aquel antiguo coreo del peronismo, “si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”.
Después siguieron actos y festejos. El grueso de los peregrinos comenzó a retirarse del playón. Se había acabado el milagro. Ya era hora de volver a casa.
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