EL PAíS › FELIX LUNA
Mejor no hablarde ciertas cosas
Uno se abstiene de pronunciar ciertas palabras con el propósito de exorcizar lo que representan: el mismísimo Freud se refería a su cáncer –lo cuenta Arthur Koestler, que lo entrevistó en Londres poco antes de su muerte– como “esto que tengo en la lengua”. De modo similar, uno no habla de “disolución nacional” o de “guerra civil”, a fin de conjurar estos infortunios. Pero más allá de estas supersticiones semánticas, ¿se puede hablar de guerra civil o de disolución del país en la Argentina de hoy?
Creo que no. Creo que hacerlo no sólo es peligroso sino que es tonto. No se disuelve un país porque exista el “corralito”, no hay guerra civil si no hay bandos enfrentados, no prevalece la anarquía si existe un Estado. A pesar de todo lo que nos pasa, existe una experiencia histórica que marca la mentalidad colectiva, y la nuestra señala que aun los problemas más graves pueden superarse cuando existen esos vínculos morales, políticos y de pensamiento que forman la trama de la sociedad.
Y, sin embargo, de cuando en cuando se oye que, con pasmosa irresponsabilidad o como una forma de chantaje político, se largan esas palabras ominosas. Quienes lo hacen están tirando por la borda doscientos años de historia y ponen en peligro ese “plebiscito cotidiano” que es la Nación, como decía Renán. Es riesgoso jugar con determinados términos, porque pueden ir acostumbrando a la sociedad a la idea de que la catástrofe es posible, y entonces el “sálvese quien pueda” se convierte en una salvajada inevitable.
Desde luego, en momentos como los que se están viviendo, todos los escenarios, aun los más horribles, están a la vuelta de la esquina. Pero es justamente la gravedad de estos momentos la que impone prudencia y sensatez, tanto en los gobernantes como en los gobernados.
Y la prudencia, no lo olvidemos, empieza en las palabras.