EL PAíS › ATILIO A. BORON.
¿Nación o mercado?
El proyecto neoliberal implantado con la última dictadura militar y perfeccionado por los gobiernos “democráticos” que le sucedieron debía terminar en esta debacle. Son muchos quienes, en momentos tan aciagos, se interrogan acerca de la viabilidad de la Argentina y su destino como nación. Los hitos de la decadencia nacional son claros: desde el discurso inaugural de Martínez de Hoz, en 1976, anunciando la adhesión del país a los principios del libre mercado hasta el reconocimiento del actual presidente de que el país “está fundido”, pasando por la confesión del ex ministro Dromi, uno de los diseñadores las privatizaciones menemistas, de que “el país está de rodillas”.
Para el neoliberalismo la crisis y eventual disolución de la nación no constituye un problema sino todo lo contrario. Su proyecto es,
precisamente, acabar con la nación –para lo cual es imprescindible primero desangrar a su Estado– y sustituirla por un mercado. En el lenguaje supuestamente “neutro” de organismos como el FMI o el Banco Mundial –agentes principales del imperio– hace años que se viene designando a los países de la periferia como “mercados”. Al llamarlos así, y al admitir nuestros “representantes” que se nos denomine de este modo, los ideólogos del capital se aseguran su victoria, puesto que la sumisión está internalizada y se incorpora al lenguaje cotidiano de los dominados. Cuando un país deja de ser una nación y se asume como mercado se convierte en un simple nombre geográfico, fácil presa de los grandes poderes internacionales y de las clases y grupos dominantes en la economía mundial a costa del empobrecimiento de todo el pueblo. Allí reinan sin contrapesos la ganancia y “el darwinismo social de mercado”, es decir, la ley del más fuerte. No hay lugar en él para la justicia, virtud primera del orden estatal, ni para consideraciones de ningún tipo en relación a la integración social, comunidad de destino o cualquier otra clase de bien colectivo. El tránsito de la nación al mercado, que en la Argentina se encuentra bastante adelantado, tiene como correlatos la concentración del poder económico en manos de los monopolios y la progresiva descomposición del orden estatal, todo lo cual hace que sean los primeros quienes, al margen del interés público y violando los principios democráticos, impongan las decisiones que más les conviene.
¿Podrá ser revertida esta decadencia? Sí, en la medida en que estemos dispuestos a luchar para construir un orden democrático de verdad y no el simulacro, hueco y vacío, que tenemos hoy. Lo bueno de esta crisis es que ha desnudado todas las perversiones del sistema, revelando brutalmente quiénes han sido y son sus grandes beneficiarios y quiénes se suman al creciente bando de los perdedores. Las enseñanzas de la crisis hacen que se aprenda en pocas semanas lo que antes hubiera tomado décadas. Lo que las masas –desde los piqueteros hasta los protagonistas de los cacerolazos– han aprendido es que si se movilizan y toman las calles, es decir, si profundizan la democracia con su activismo, se acaban la impunidad y la irresponsabilidad de los gobiernos. Aprendieron también que nada se puede esperar de la dirigencia política que nos ha conducido a esta inédita postración y que los males de la democracia se curan con más, no con menos, democracia; y que más democracia significa que el reclamo popular no podrá ser mediatizado por las mal llamadas “instituciones representativas”, que en realidad no representan a nadie y que concitan el repudio universal de la ciudadanía. Prueba de ello es que casi ninguno de los principales dirigentes políticos de la Argentina puede salir a la calle porque corre el riesgo de ser linchado por la ciudadanía. Esto quiere decir, en síntesis, que al gobierno nacional le queda poquísimo tiempo para resolver los problemas de la hora actual. Obsesionado por la crisis bancaria no se percata de que el asunto es mucho más grave y que los que están en cuestión son los fundamentos mismos del orden neoliberal, esos que los economistas de la city y las misiones del FMI decían, hastahace poco, que eran sólidos y sanos. Si en las próximas semanas el gobierno no re-orienta radicalmente su política económica, esto es: (a) realiza una reforma tributaria integral para que, por primera vez, el gran capital comience a pagar impuestos como lo hace en otras partes poniendo fin a nuestro regresivo régimen impositivo y haciendo posible un genuino financiamiento del Estado, sinlo cual no hay democracia; (b) convoca a los gerentes de toda la banca comercial, nacional como extranjera, para que devuelvan de inmediato el dinero de los depositantes, respondiendo para ello con el capital patrimonial de las casas matrices; (c) lanza un conjunto de políticas sociales y económicas que sienten las bases del crecimiento a partir de una agresiva redistribución de los ingresos, el resuelto ataque a la pobreza y la desocupación y la dinamizacióndel mercado interno, elementos todos estos que tendrán un efecto multiplicador sobre el conjunto de las actividades económicas; (d) pone fin a los contratos leoninos firmados con las empresas privatizadas, y (e) plantea una renegociación integral del tema de la deuda externa; si la dirigencia actual se embarcara por este sendero y avanzara sin claudicaciones la crisis podría comenzar a despejarse; si careciera de la audacia y la firmeza para producir este cambio pasará a la historia como la última clase política de la vieja república.
* Secretario ejecutivo, CLACSO