EL PAíS • SUBNOTA › LAS TAREAS DE LIMPIEZA ARRANCARON A LAS 2 DE LA MADRUGADA Y SIGUEN HASTA EL SáBADO
La avenida permaneció ayer cortada totalmente. Cientos de obreros y decenas de camiones trabajan día y noche para desarmar las estructuras del Paseo del Bicentenario. La prioridad es abrir el tránsito. Hubo quienes se acercaron a ver las tareas.
› Por Emilio Ruchansky
No había terminado de tocar Fito Páez anoche, cuando alrededor de las 2 un grupo de obreros comenzó a desarmar la fiesta más multitudinaria que conoció este país. Comenzaron con los stand de algunas provincias, mientras los cartoneros recolectaban las botellas de plástico dispersas a lo ancho y a lo largo de la avenida 9 de Julio. Faltaban pocas horas para el tardío amanecer otoñal, cuando aparecieron Wilfredo y Javier, dos jardineros, y se persignaron. “Nunca vi tanta mugre en mi vida”, decía ayer Javier, que el día anterior miraba apenado cómo la gente pisoteaba las plantas del boulevard. “Me dieron ganas de salir corriendo”, admitió Wilfredo, apoyado en su rastrillo y con bolsas de residuo en la cintura.
El tránsito sobre la 9 de Julio, entre las avenidas Corrientes y San Juan, estuvo todo el día cortado. Sólo se paseaban los transeúntes y los ciclistas que se entretenían esquivando camiones, grúas, montacargas y camionetas. El molesto e incesante ruido de bocinas acompañó ayer las labores de miles de empleados de distintas empresas. Las calles paralelas estaban saturadas de autos y pese a la buena voluntad de los agentes de tránsito porteños, que estuvieron en varias esquinas, prevaleció la ley de la jungla. Los más salvajes fueron los motociclistas que atravesaban velozmente las plazoletas para esquivar el embotellamiento.
“Primero se sacaron las luces, después las pantallas, los monitores, el sonido y todo lo que sea tensión, como los cables”, indicó Manuel, responsable de un camión con un extenso acoplado en el que entraba todo el escenario que tenía frente a él, sobre la calle Alsina. Ya había cargado el piso y le faltaban los caños que desarmaban cinco obreros, atados con arneses. “Acá trabajaron casi todas las empresas del país”, aseguró el hombre con la mirada fija en el esqueleto de acero, mientras otros empleados apilaban las vallas en un acoplado.
Desmontar los escenarios que estaban sobre el asfalto era la prioridad para permitir el paso vehicular, por lo que las distintas empresas se coordinaron para trabajar. Bien temprano, según relató este camionero, hubo ronda de inspectores y controles para articular la inmensa tarea. “Igual nosotros venimos retrasados, porque los que se encargan de sacar el techo de lona tardaron de más”, decía Manuel, aunque no se lo notaba fastidiado. Tampoco ayudaba a cargar los caños. La empresa donde trabaja se llama Media Pila. “No, no es un chiste”, aclaró.
A pocos metros de Avenida de Mayo, un caballo gigante de metal esperaba ser empacado, inclinado de tal forma que su hocico quedó en medio de una planta. Parecía que estaba pastando. También aguardaba su turno una carroza de la Virgen de la Carrodilla, patrona de los viñedos mendocinos, a la que se acercó una familia para fotografiarse. Sobre el piso se veían cartones de vino pisoteados de la noche anterior. Más allá, un conductor de montacargas y tres asistentes luchaban por meter una escalera de madera dentro un camión.
Las empresas dedicaron el día a recuperar el material que concesionaron. No todas tuvieron la misma suerte. La lluvia del domingo arruinó muchas maderas, por ejemplo. “Sólo nos quedamos con el fibrofácil, el aglomerado no sirve más”, comentó Ricardo, un empleado de la maderera del barrio San José, en la localidad bonaerense de Almirante Brown, que apilaba tablas. Detrás de él, sobre el stand de la provincia de Misiones, Pedro esquivaba vasos de papel, bolsas y botellas para retirar el cableado eléctrico y la iluminación. “Se perdieron 180 lámparas dicroicas con la lluvia”, aseguró el empleado.
Las que salieron ilesas fueron las varillas de metal que sostenían las estructuras de los stands. Las lonas que las recubrían eran cortadas y tiradas a la basura. Jonathan, Marcelo, Damián y Leandro, todos ellos obreros, miraban apenados una lona inmensa que también sería descartada (o derrochada) y que sirvió de pared al stand de Jujuy. Tenía inscripta una frase de Ernesto “Che” Guevara: “El verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor”. A Marcelo, el más grande del grupo, la frase le despertó el espíritu combativo: “Gastaron millones de pesos en esto y a nosotros nos pagan 8 pesos la hora”, se quejó.
Muy cerca del Obelisco, en Sarmiento y 9 de Julio, no había apuro en desarmar el escenario principal porque se montó sobre una plazoleta. Un vendedor de empanadas se hizo el día cuando los obreros pararon para almorzar. “Hay 25 personas trabajando para bajar el escenario, para llevarlo necesitamos como cuatro o cinco camiones con 12 metros de acoplado”, dijo Mario, uno de los encargados de la empresa Show Service. Según sus cálculos, recién este sábado podrían terminarse las tareas para liberar completamente la 9 de Julio.
Inés y su primo Roberto, un hombre mayor al que ella acompañaba del brazo, vinieron desde el barrio porteño de Retiro para recorrer este inmenso desarmadero. Ella, que ya ronda los 60, decía emocionada que caminar libremente por la 9 de Julio era como estar en un sueño: “Me dan ganas de cruzarme de un lado al otro, es precioso esto, aunque haya tanta roña”. Inés fue cronista de la municipalidad tiempo atrás y cubrió muchos actos oficiales en esta avenida. “Ver cómo se desarma esto es algo distinto –reflexionó–, como pasa en los casamientos, siempre es más interesante el mundo que rodea a los novios, que los novios mismos.” Su primo miraba sorprendido los movimientos de grúas gigantescas, parecía un chico en un parque de diversiones.
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