EL PAíS • SUBNOTA › DOS MIRADAS SOBRE LA MASIVIDAD Y EL FERVOR POPULAR EN LOS FESTEJOS
¿Qué llevó a la gente a lanzarse a la calle en una magnitud nunca vista en el país? El sociólogo Alberto Quevedo y el semiólogo Raúl Barreiros analizan el fenómeno en clave social y política: las motivaciones, los significados, las consecuencias de un episodio inédito.
Alberto Quevedo, sociólogo
Por P. L.
“La emoción colectiva en el Bicentenario hace caer los diagnósticos de ‘falta de interés por la cosa pública’, de ‘baja participación’, que han venido proliferando”, afirma el sociólogo Alberto Quevedo, para quien la celebración ha deparado varias sorpresas: “La concurrencia masiva fue quizá la más impresionante, pero no es la sorpresa principal”, sostiene. Más importante es, “y perdón si suena pomposo, el fervor patrio”, por la Argentina y “la emoción de pertenecer a América latina”. Quevedo también destaca el hecho de que “en una congregación tan grande, no hubo ni un incidente; todos estábamos juntos para celebrar lo mismo”.
–Las celebraciones del Bicentenario han suscitado sorpresas, y la más evidente es la de la masividad enorme que, creo, nadie había previsto. Hay quienes lo consideran el festejo popular más grande en la historia de la Argentina. Esa es la primera sorpresa, pero me parece que hay otras sorpresas más interesantes –afirmó Quevedo, director del Area de Comunicación y Cultura de Flacso y profesor en la UBA.
–¿Qué otras sorpresas destacaría?
–La segunda sorpresa es, y pido disculpas si la designo en forma pomposa, el fervor patrio. Hubo muchísima emoción. Y estábamos en tiempos de diagnósticos de desencanto de la política o retiro de interés de la ciudadanía por la cosa pública; diagnósticos que suponían una decepción del ciudadano respecto de lo que se puede esperar de la democracia; diagnósticos de baja participación, no sólo en los partidos políticos sino en las organizaciones sociales; diagnósticos que, especialmente en los últimos tiempos, subrayan la división, los enconos, el reinado de la discordia, la primacía de la fórmula de Thomas Hobbes “el hombre, lobo del hombre”, todos contra todos.
–Esos diagnósticos quedan cuestionados por la celebración del Bicentenario...
–Contra todos esos diagnósticos, se ha producido un hecho no previsto ni dispuesto por nadie: una mancomunión, un fervor comunitario. Fue una especie de fiesta medieval: los que formamos la comunidad nos encontramos, en la plaza pública, para celebrar. Celebrar con el cuerpo, estar ahí. Jean-Jacques Rousseau hubiera estado feliz; él amaba la fiesta y aquí la hubo, en la plaza, reírse, bailar, comer juntos, llevar a los niños, la familia, emocionarse. Cada uno se emocionó con algo distinto: muchos, con la música; otros, con el impresionante trabajo de Fuerza Bruta; otros, incluso, con el desfile militar. Después de la dictadura terrible, el desfile militar gozaba de muy baja reputación en la Argentina, y también en esto hubo un reencuentro con la memoria de aquellos tiempos en que los militares formaban parte de la ornamentación de las fechas patrias.
–¿Y entre las emociones más compartidas?
–Hubo mucha emoción con el tema latinoamericano. Esto se hizo presente no sólo en la respuesta a los espectáculos musicales, sino también en el desfile de las comunidades. Los medios habían trasmitido la idea de que estábamos ante un Bicentenario frío, con poco fervor; y no veo por qué habían de trasmitir otra cosa. Pero la propuesta de la celebración fue muy bien tomada; la gente le puso su corazón, sus pasiones, su llanto.
–¿Señalaría más sorpresas?
–Otra sorpresa es que, en una congregación tan grande, no haya habido ni un solo incidente: ni violencia ni corridas ni robos. La gente sonreía, no había ninguna agresividad; si uno quería acercarse, lo recibían; estábamos todos muy apretados, pero la gente reía, disfrutaba, estábamos juntos para celebrar lo mismo. Había una necesidad de mirarse con otros ojos, no importaba ya a qué partido perteneciera cada uno. Y la última gran sorpresa, me parece, fue ese desfile como de otro país, la fiesta final. La narrativa de la historia argentina por Fuerza Bruta, en esos episodios que mezclaron teatro, arte callejero, alegoría, carnaval, con un nivel de creatividad e ingenio que admiró a todo el mundo. Cuando trazás la raya final del Bicentenario, queda el saldo de un gusto muy placentero, con muy buena disposición de la gente hacia la fiesta, y, en épocas tan duras como la que vivimos, esto es parte de la sorpresa.
Raúl Barreiros, semiólogo
Por P. L.
“Este ha sido un fenómeno político”, sostiene el semiólogo Raúl Barreiros. La clave de este fenómeno estaría en la necesidad de una presencia directa, un ir más allá o un estar más acá del “voyeurismo” y la “ausencia” que impondrían los medios de comunicación. Cierto que, observa el investigador, la convocatoria, aun siendo tan masiva, interesó sólo a una parte de la población: otra parte equivalente aprovechó el feriado para unas minivacaciones. Y cada una de estas mitades tiene su definición en términos de la clase social que la constituye.
–Hay una condición necesaria a la función de los medios, que es la ausencia. Para que los medios actúen, no debe haber presencia física; si la hubiera, no serían necesarios. Entonces, nos hemos acostumbrado a escucharle a la tele, a contestarle a la radio. Los que siguen reuniéndose son los jóvenes; los mayores, en todo caso, charlamos en nuestros lugares de trabajo. Pero queda un espacio vacío, un lugar que, cada vez más, la gente tiene ganas de atravesar. Un fenómeno interesante en este sentido es lo que sucedió en relación con el programa de televisión 6, 7, 8: los televidentes se pusieron en contacto entre sí, primero a través de una red social; convocaron a una reunión y mucha gente se precipitó a ese lugar. En este sentido, creo que con los festejos del Bicentenario pasó lo mismo: la gente está ansiosa por estar presente; basta de voyeurismo, vamos allá afuera, a ver qué pasa en el mundo –sostuvo Barreiros, profesor en las universidades de La Plata, Lomas de Zamora y en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA).
–Usted plantea referencias comunicacionales y quizá políticas...
–Lo que sucedió en la celebración no ha sido sólo un fenómeno social: es también un fenómeno político, que no se puede desvincular de lo que viene pasando en el país. No es que todos los que fueron al acto hayan sido partidarios de este Gobierno, pero casi. Y se da efectivamente en el marco del desmadre de los medios, que en los últimos tiempos se han puesto a decir cualquier cosa: no tanto porque sean opositores, sino porque, trasmitiendo permanentemente en modo crisis, hacen llaga de los dolores más fuertes de la sociedad y los refieren a supuestos peligros de la presencia en la calle: la delincuencia, ese estado de crispación constante.
–En respuesta, plantea usted, la necesidad de la presencia directa.
–La necesidad de un contacto directo con los líderes políticos o, como en este caso, la conexión con el fenómeno patriótico del Bicentenario es importante para la gente. Y había mucha gente, una cantidad terrible de gente que siente necesidad de comunicación presencial, ya no mediática. El sentimiento patriótico es un sentimiento político. Se ha objetado que el Tedéum en Luján fuese “un hecho político”: yo digo que todo el acto fue un hecho político. Los medios, todo el tiempo, vienen proveyéndonos de ausencia, de ausencia física, pero la gente quiebra esa barrera. Como la quebró otras veces, siempre: cuando volvió Perón, en 1972, acudió un millón y medio de personas, y la población argentina no era muy superior a los 20 millones; ahora somos cuarenta millones y acudió quizás el doble. Es una respuesta política; no precisamente referida al Gobierno, aunque también, pero sobre todo a las ganas de no ya ser un voyeur sino actuar.
–¿Cuál es la amplitud social de esta actitud?
–Otra gente, mucha gente, se expresó yéndose de minivacaciones. Fue tal vez la misma cantidad que fue a la plaza. Se disciernen así dos actitudes distintas. Hay en los que fueron una actitud de cierto compromiso, también marcada por la pertenencia social: muchos no tendrían dinero para minivacaciones. Otros le dieron la espalda al Bicentenario. No es que esté mal irse de minivacaciones, no lo critico; pero otra gente sintió la necesidad de celebrar.
–Habría entonces una referencia de clase.
–Sí. La mayoría de los que fueron son de clase media y clase media baja; y también, por supuesto, más baja todavía.
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