EL PAíS • SUBNOTA
› Por Emilio Ruchansky
Sentado en una casilla de vigilancia del cementerio de autos, a la que se accede desde la villa, el dirigente Marcelo Chancalay habla con Página/12 mientras almuerza unas hamburguesas con ensalada. Dice que la bala que mató a Bernardo Salgueiro es de un calibre 22, no reglamentario para la policía. “¿Y ahora quién se va a hacer responsable por el pibe? ¿La Federal, la Metropolitana, los que organizaron la toma? Nadie. Hay otras formas de hacer las cosas”, dice.
Chancalay tiene contactos fluidos con el macrismo y vigila con otros vecinos este terreno en el que construirá casas la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Por fuera, el cementerio está cercado por carteles de publicidad de un digestivo que menciona como “infaltables” de la mesa navideña al vitel toné, el lechón y el pionono. Por dentro se ven menos autos que en otras épocas. “Sacaron 4800 y quedan alrededor de 2700 que tienen causas judiciales. Es lento, pero algo se hace”, asegura.
Los autos, camionetas y camiones están dispuestos en filas de dos vehículos, dejando una calle para transitar. Por el estado en que están, sin llantas ni motor la mayoría, es casi imposible que salgan andando. En algunos rincones se ven osarios de puras puertas. Al desgaste por el tiempo se suma la vegetación que fue tapando algunos coches en la, formalmente, “División Playa Policial General F. De la Cruz”. Mientras mira el horizonte metálico, Chancalay reconoce que el lugar es un criadero de ratas. “Pero conseguimos que la gente reciba la medicación que necesita si la muerden”, aclara.
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