EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Fernando Krakowiak
Apenas los ocupantes del Parque Indoamericano comenzaron a abandonar el lugar, el martes por la noche, en las redes sociales se multiplicaron los mensajes de personas que creyeron estar ante la prueba irrefutable de una estafa. “¿Vieron? Si se van es porque tienen casa”, escribían excitados uno detrás del otro, tal vez porque estaban convencidos de que quienes defendían el pedido de viviendas de los pobres de Villa Soldati eran cómplices de la supuesta estafa o ingenuos capaces de pensar que esas familias habían bajado de los árboles cuando decidieron tomar el predio.
Argumentos similares utilizaron durante los días previos para tratar de desacreditar a Alejandro Salvatierra, uno de los referentes de los ocupantes: “Tiene teléfono celular”, “¿De donde sacó esa remera de la Selección Argentina?”, “Está en Facebook”. Incluso llegaron a subir a un blog una foto suya donde se lo ve en una habitación delante de un lavarropas y una computadora. Sólo faltó que lo filmaran con un sandwich en la mano para demostrar que de vez en cuando come.
El supuesto implícito detrás de esas “pruebas” es que los reclamos sólo son “genuinos” cuando los pobres dan lástima. Para conmover a cierto sector de la clase media hay que estar desnutrido, vivir a la intemperie, tener menos de cinco dientes y revolver la basura todas las noches, si no, “algo raro” seguro que hay. También es condición necesaria “pedir”, nunca “exigir”, y estar desorganizados, porque si más de dos pobres se ponen de acuerdo en alguna acción conjunta, automáticamente pasan a ser “piqueteros que no quieren trabajar”. Otro requisito es ser argentino porque, como dejaron en claro los “vecinos de Soldati” en la televisión, los inmigrantes son feos, sucios y malos y se tienen que volver a su país.
Cuando estas condiciones no se cumplen hay que reprimir, porque negociar implica darles algo y eso es inconcebible. “Ahora me voy a ir a buscar un terrenito a los bosques de Palermo, con vista al lago, obvio”, repetían en las redes sociales los que no podían entender cómo el gobierno nacional se había negado a desalojar a los ocupantes del parque. “Ese lugar es más seguro que Puerto Madero”, remarcaban indignados cuando la Gendarmería realizó un cordón para evitar que “los vecinos” siguieran apaleando inmigrantes y baleando ambulancias. Finalmente, aunque no hubo un desalojo, muchos de esos ciudadanos se mostraron conformes con el acuerdo entre Nación y Ciudad que destrabó la situación, no por la promesa de viviendas, sino porque a partir de ahora los pobres que protagonicen una toma de tierras podrán perder sus planes sociales. Así lo van a pensar dos veces antes de hacerse los vivos y tratar de sacar ventaja.
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