Domingo, 3 de julio de 2011 | Hoy
Por Mario Wainfeld
La oratoria del presidente venezolano siempre conmueve, aunque esta vez fue todo muy distinto. Desmejorado físicamente, leyendo algunos tramos, más parsimonioso que de costumbre, informó sobre su estado de salud. Un líder carismático, un presidente híper plebiscitado siempre es una figura única, en algún sentido irreemplazable. Su condición pone en vilo a la política de su país y su palabra rebota en medios de todo el mundo.
Chávez es una figura con repercusiones mundiales. Los grandes medios europeos hacen cola para denostarlo y menoscabarlo. Su implantación, más allá de valoraciones positivas o negativas, trasunta una capacidad política inusual. Venezuela no es una potencia ni es el principal país de la región. La acción internacional del mandatario bolivariano (que incluye ayuda económica a países hermanos, ora a un alcalde “rojo” de Londres) lo proyecta a niveles asombrosos.
Su peso regional es estimable, la entrada de Venezuela al Mercosur dinamizó a la organización. Su actividad en Unasur es también determinante. Su relación con los presidentes de Brasil y de Argentina, mucho más armoniosa y concertada que lo que narra la Vulgata dominante, es otra referencia de una etapa de crecimiento e integración regional. De paz, intercambio y producción, en grandes trazos, aunque los centros de poder mundial (financiero, mediático y político) miren otro canal. Ayer nomás, en este diario el presidente boliviano Evo Morales recordó en su franco y bello lenguaje cuánto le debe su trayectoria a Néstor Kirchner, Lula y el mentado Chávez.
El cronista recuerda al ex presidente argentino cuando, tras sus primeras visitas a Venezuela, comentó que el grado de división social y antagonismo de ese país no eran recomendables para (ni imaginables en) la Argentina. Se comparte. No viene al caso inmiscuirse en la política interna del país hermano, sí dar cuenta de los mejores años de la convivencia regional en la que el radical Chávez viene poniendo una cuota relevante.
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José Ignacio Torreblanca, cientista político español, columnista del diario español El País, discurrió sobre lo arduo que es delimitar, en el terreno fáctico, “democracia” de “dictadura”. Rondaba a Chávez y llegó a una conclusión: el secretismo sobre la dolencia del presidente comprueba que en Venezuela hay una dictadura. “Por los partes médicos los conoceréis”, remata.
La vanidad eurocéntrica flamea alto, en medio de una crisis que debería inducir a la introspección y la autocrítica. Apenas cruzando los Pirineos, el presidente francés François Mitterrand, republicano como el que más y socialista, ocultó a sus compatriotas un cáncer severo, con diagnóstico terminal durante años. En todas partes se cuecen habas, pues. También en el democrático diario El País, que mintió a los españoles sobre los autores del atentado de Atocha. La paja en el ojo ajeno, joder.
En fin, que amado y odiado con estrépito, con sus bemoles, histrionismo y aptitud protagónica, Chávez es figura central de esta etapa. Una época en la que la política y la economía del Sur andan, comparativamente, mucho mejor que la de otras latitudes.
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