Aníbal Ibarra ya lo sabía porque durante las vacaciones que se tomó en Cuba apenas fue elegido como jefe de Gobierno porteño, Fidel Castro lo invitó a cenar en La Habana y después ambos se reunieron en la asunción de Lula pero, aun así, ayer volvió a sorprenderse por su obsesividad frente a cada tema. “Cuando entramos al parque Tres de febrero me preguntó por qué se llamaba así. Le expliqué que era la fecha de la batalla de Caseros y entonces quiso saber más. Le tuve que hacer historia: contarle de Rosas, de Urquiza, de la Constitución de 1853, del federalismo..., es un tipo que te pregunta todo”, comentó Ibarra a Página/12 sobre su encuentro con el líder de la Revolución Cubana.
–No muchos tuvieron la posibilidad de estar con Castro. Usted sí la tuvo y además lo distinguió con una medalla. ¿Por qué?
–Es la Medalla de la Ciudad de Buenos Aires, que se entrega a personalidades importantes. Al margen de lo formal, con Fidel Castro tengo una relación personal y política. En los sucesivos encuentros que tuvimos hablamos de la región; es una persona que está muy informada y le interesa conocer cada vez más. También hablamos de la situación electoral de la ciudad, de las posibilidades y los problemas, es decir, hay una relación muy cercana y de confianza mutua.
–¿Hablaron de las elecciones en la ciudad y de Mauricio Macri?
–Sí. A Macri no lo registra más que como presidente de Boca, pero me preguntó qué cosas podía resolver con el gobierno nacional que me ayudaran en el proceso electoral, cómo estaban las encuestas... Es un tipo que te pregunta todo: desde el precio de la nafta hasta cuál es la situación de los hospitales y el presupuesto. Preguntó qué presupuesto tenía, cómo había disminuido y cómo habían aumentado los insumos con la misma cantidad en pesos. Hasta me dio consejos, me dijo “tienes que decir todo lo que sigues haciendo con el mismo presupuesto devaluado en dólares”.
–¿Cómo definiría a Fidel?
–Es como un ícono viviente, es una personalidad mundial; se lo podría comparar con un Arafat o con un Charles De Gaulle o un (John) Kennedy en su momento. Todos ellos son íconos de una época más allá de cualquier pensamiento político.
–Como toda gran personalidad es polémica, ¿qué opina, por ejemplo, de los fusilamientos?
–Estoy en contra de la pena de muerte aquí y en cualquier lugar del mundo porque no coincido filosóficamente; la rechazo aun cuando sea una violencia estatal y regulada con juicio. Aquí no estaría de acuerdo siquiera con que se hubiera fusilado a (Jorge) Videla. Creo también que Cuba es mucho más que eso y que no se pueden simplificar las cosas. Reconocer la pelea por la libertad de todo un pueblo frente a Estados Unidos, con todos los límites y el embargo que le impuso, no significa coincidir en todas y cada una de las cosas. Además, siempre analizo la situación de cada país viendo las diferencias y la autodeterminación que debe tener. Reconocer una personalidad internacional, la lucha de un pueblo por su libertad, no significa estar de acuerdo con fusilamientos.
–¿Qué siente en lo personal de la relación que tiene con Castro?
–Siento una cuestión de reconocimiento que además por no ser yo jefe de Estado es doblemente importante. Lo mismo me pasa con Ricardo Lagos, quien me recibió en Chile y acá me dio una audiencia de una hora.
–Usted habló bien de Castro y de Cuba aun cuando estaba en campaña, cosa que, al menos hasta el último domingo, no era habitual en un político. ¿Ahora hay más margen para reunirse con Fidel?
–Me junté con Castro a la semana de haber ganado las elecciones; no soy oportunista. También me encontré con (Hugo) Chávez y Fidel Castro en la asunción de Lula. En eso no especulo si me puede dar un voto más o menos; soy coherente con las relaciones políticas y personales.