EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
La táctica, se simplifica, es el modo de plantear la batalla o un tramo del juego, el corto plazo si se estira un poco el concepto. La estrategia es el modo de pensar la guerra o toda la partida, se vincula con el largo plazo. Los gobiernos democráticos, acotados temporalmente por definición, navegan bastante en el corto y, cuando pueden o saben, en el mediano plazo. Con variaciones, según su estirpe y sus recursos.
La Iglesia Católica, de conducción monárquica y vitalicia, combina ambas miradas. Por eso, entre otros motivos, es tan difícil predecir cuál será la relación del papa Francisco con los gobiernos (y más con los mandatarios) de la “Patria Grande” y, en especial, de la Argentina. El Pontífice perdurará más allá de la vigencia de los presidentes o presidentas, esa dimensión del tablero no le es ajena.
Ni siquiera la coincidencia en los objetivos sutura esa brecha. Luchar contra la drogadicción es encomiable. Es inexorable pasar velozmente de los consensos generales a preguntarse cuáles serán los instrumentos a utilizar. Ahí las diferencias pueden ser sensibles. Estar cerca de los que padecen, un prerrequisito fundamental que el Estado a menudo incumple, no transforma a los pastores en especialistas para resolver problemas complejos, de propagación mundial. Despenalizar el consumo individual, una medida cada vez más contemplada en países democráticos y progresistas, puede chocar con la visión en tendencia sancionatoria de la Iglesia, aun en parte de sus sectores más compasivos.
Cuando se trata de políticas de salud, de ampliación de derechos de minorías, de libertades sexuales, de reglas universales para la educación el hiato es mayor. Máxime si los representantes del pueblo (merced a su voto) y quienes llevan el mandato divino se disputan la representación de los sectores populares. Ni hablar cuando de privilegios o franquicias terrenales existentes o reclamadas se trata: sueldos de dignatarios eclesiásticos, inversión pública en educación privada confesional, exenciones impositivas extendidas.
Respecto de la pobreza, parece haber más coincidencias o ideas tangentes. Tal vez, cuando se ajusta la mira, no son tantas. La misión de los gobiernos es luchar contra la pobreza, promover condiciones para el ascenso social de los trabajadores desfavorecidos. Para muchos grupos eclesiásticos la pobreza contiene una serie de virtudes que, quién sabe, se perderían si se cambian las condiciones materiales de esos trabajadores. Hay quien agrega que en ese escalón de la sociedad está la mayoría de los fieles por lo que a la Iglesia le conviene que sigan donde están. La honestidad intelectual fuerza a consignar que hay quien acusa de cargos similares al peronismo.
La complejidad del tema, pues, impone tratamientos más profundos que este recuadro dominical, cuyo mayor afán es insinuarlos.
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