Dom 24.02.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › POR RUBéN SZUCHMACHER *

La voz de la calle

Acabo de llegar de Madrid después de haber estado trabajando allí por casi un mes. No hace falta decir que todos me preguntaban por la situación en nuestro país. Desde las personas con las que trabajaba hasta los taxistas y empleados de tiendas que, al reconocer mi acento, preguntaban acerca de los sucesos en estas tierras. La mayoría de los españoles con los que hablé adhiere a la protesta. A muchos les parece que la gente en las calles, cacerola en mano o reunidos en asambleas barriales, es una metodología que podría ser muy útil para encarar una protesta efectiva contra las políticas contrarias a los intereses de la mayoría del pueblo. Sin embargo, muchos de ellos, sobre todo los pertenecientes a las clases intelectuales, se preocupan por la falta de propuestas o de recambio de políticos frente al “que se vayan todos”. Una argentina típica con muchos años de permanencia en España llegó a reivindicar a Chacho o a Graciela, pensando en su despiste que aún son el paradigma del político eficaz para el cambio (¡créase o no!). Le sugerí que leyera un poco de los diarios de los últimos años como para ser cortés y no mandarla a otro lugar menos pulcro. En general, cuesta entender que esta historia comenzó hace un poco más de 25 años, con el Rodrigazo y que luego la dictadura cívico-militar se alzó con lo mejor de una generación, que echó a mucha gente hacia otros países y que silenció en el propio territorio a muchos más. Ante la pregunta de “por qué esos políticos que tenéis”, les respondía con el relato de la historia reciente como para que pudieran comprender que los argentinos no somos corruptos per se sino que hay razones históricas. Ante la pregunta “de dónde salen, entonces, los nuevos dirigentes”, solía responder que, precisamente, como en cualquier proceso histórico de rebelión, los líderes, los nuevos políticos salen de la lucha diaria. Salen de las reuniones barriales, de los piquetes, de los que encabezan los escraches, etc.
No es fácil ni sencillo rearmar una trama política en nuestro país. Como en ninguno luego de haber sido exterminada mucha gente. A los españoles debía recordarles que la derrota de la República y la llegada de Franco y su dictadura había dejado a España sin sus mejores gentes, sus mejores trabajadores, sus mejores intelectuales que fueron muertos en la Guerra Civil u obligados al exilio. España jamás se recuperó de esa fractura. Con tristeza asentían.
En nuestro país, tal vez, se trata de que aquellos 30.000 desaparecidos, 100.000 emigrados y la masa silenciosa vuelva a tener presencia. Desde aquel espíritu de lucha, pero a partir de las nuevas realidades. No será fácil, claro que no. Hay que tener paciencia. No se puede cambiar todo en apenas dos meses. Gente como esa argentina anclada en Madrid mirará con desconfianza a los líderes de las protestas en el barrio de Liniers o a los piqueteros, puesto que no vienen de los partidos de izquierda. Personas con rémoras de las peores costumbres de lamilitancia izquierdista seguramente intentarán usurpar la rebelión y sólo lograrán quedarse solos una vez más. Es difícil salirse de las frases hechas, de los manijazos, etc. (¿se podría pedir a los militantes de algunos partidos que cuando manifiestan por las calles no utilicen megáfonos ni micrófonos usados por algún militante desafinado para dejar que se escuche lo que la gente grita o quizás también su silencio?).
Quizás sea desde la revisión de las metodologías de los años 60 y 70, desde la posibilidad de escuchar efectivamente lo que se dice en las calles, desde permitir que nuevas formas de discurso político se expandan, que vamos a poder cambiar a la clase política y hacer efectivo el “que se vayan todos”. Las asambleas populares pueden ser la escuela de los nuevos dirigentes de una nueva democracia que habrá que fundar.

* Actor y músico (su trabajo más reciente es Cine quirúrgico, pieza sobre idea de Edgardo Rudnitzky con dramaturgia de Alejandro Tantanián), y director, entre otras obras, de una destacada versión de Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, vista en el Teatro San Martín. Artista con experiencia en teatros europeos, básicamente de Alemania.

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