EL PAíS
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Una pareja atípica
Por A. F.
A Fabiana y a Martín no les gustan las cámaras ni el show. Por eso se negaron al pedido de un canal de televisión que los quiso filmar cuando trascendió que estarían entre los primeros en pasar por el Registro Civil. Saben que son una pareja atípica: no se conoce otra travesti que esté pensando en sumarse a los beneficios de la nueva ley. Pero se resisten a que esa imagen sea usada. “No queremos que ahora quede la impresión de que las chicas travestis están aceptadas institucionalmente porque no es así: siguen siendo detenidas y maltratadas”, dice Martín.
El tiene 30 años, trabaja y estudia Antropología. Ella tiene 33 y en 1997 llegó de Santa Fe. Se habían conocido en un boliche y durante un tiempo se mantuvieron en contacto por teléfono. El noviazgo, cuenta ahora Fabiana, duró sólo un mes: después se fueron a vivir juntos y ya llevan así seis años. “Enamorados como el primer día”, agrega.
–Con el tema del casamiento yo al principio no estaba tan segura –dice Fabiana–. Pero creemos que hay cosas que nos pueden servir. Lo que más nos interesa es tener un instrumento legal, a partir de todos nuestros años de pareja, que sirva, por ejemplo, en caso de que uno de los dos esté en un hospital, para que el otro pueda acompañarlo.
–Es más que nada que nuestra unión de tantos años quede legalmente reconocida –agrega Martín–. Es un derecho.
Las dos familias aceptan la relación y llegado el momento de la ceremonia van a estar presentes. “Seguramente habrá un evento familiar, pero no es lo que nos parece más importante”, agrega. La suya, dice Martín, es una familia de clase media “venida a media baja”. Tiene dos hermanos, uno estudiante y otro abogado, y pasó –cuenta– una buena infancia y adolescencia. Al principio de la relación con Fabiana había en su familia “miedo al qué dirán. Pero fue un proceso. Ahora saben lo que ella vale, lo que me acompaña, lo que me cuida”.
Fabiana desde siempre supo que era travesti, aunque empezó a usar ropa de mujer durante la adolescencia. “Siempre me sentí mujer y por eso sufrí maltratos y golpes de las autoridades.” Su familia –la madre y sus cuatro hermanos– llegó a aceptarla así. “Al principio mi mamá se daba cuenta pero no lo quería reconocer. Después entendió que no había vuelta atrás. Ahora ya soy Fabiana para ella: el hijo que tuvo ya no existe.”
En Santa Fe se le había hecho imposible seguir viviendo. “Cuando andás por la calle la policía te pesca del cuello y después dependés del ánimo del juez para salir.” Allá había llegado a creer “que realmente no tenía derechos, que lo que hacía estaba mal y me lo tenía que bancar”. El maltrato, dice, era una constante. “Entrar a una comisaría, que te rodeen cinco policías y te digan: ‘esto es de mujer, te lo sacás, esto también’ hasta desnudarte y tirarte en un calabozo afuera, en pleno invierno. Y en esa oportunidad le dijeron al tipo que estaba ahí: ‘Te trajimos algo para que te diviertas’. Por suerte el hombre siguió durmiendo. Yo no quiero volver a pasarlo ni tampoco quiero que lo pasen otras chicas.”
El cambio, para Fabiana llegó al viajar a Buenos Aires. “Acá aprendí lo que es vivir tranquila. Aparte de conocerlo a él, que me enseñó un montón de cosas, empecé a leer, a transitar por la calle y a darme cuenta de que tenía muchas posibilidades. Yo ni siquiera sabía que en Santa Fe había una Constitución que me amparaba. Ni siquiera conocía el centro de Santa Fe, porque me daba miedo salir.”
Hace tiempo dejó de trabajar en la calle. Ahora está terminando el secundario y se ocupa de la casa que comparten en Villa Crespo. En Santa Fe abandonó la escuela, donde se sintió discriminada. “Acá, mis compañeros –dice–, nunca me hicieron sentir mal. Presenté una carta pidiendo que me llamaran Fabiana y así figuro, como Fabiana González. Me siento muy a gusto.” Después, cuenta, le gustaría estudiar Derecho. Para Martín también hubo un aprendizaje. “Yo estudio Antropología, siempre me interesó lo que tuviera que ver con las exclusiones y siempre traté de buscar un espacio donde militar socialmente. Fue fundamental lo que ella me contaba sobre las cosas que pasaban y siguen pasando las travestis: los golpes, la brutalidad. Y que las chicas no hacen las denuncian: o no se las aceptan o ni siquiera saben dónde hacerlas.”
En el verano estuvieron juntos en Santa Fe y decidieron trabajar con las travestis. Repartieron folletos para que conocieran sus derechos y empezaron a elaborar un informe sobre su situación. “Queremos obtener la solidaridad de los organismos de derechos humanos para luchar por la derogación del artículo 87 de travestismo del Código de Faltas y el artículo 81 contra la prostitución, que genera tal estado de cosas que cualquiera puede ser acusado de ejercer la prostitución.”
Por eso, “no queríamos aparecer en los medios con un discurso que diga las travestis viven bien, están aceptadas. Porque no es así”.
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