Sáb 12.07.2003

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Un fruto de la justicia

› Por Luis Bruschtein

Se dice que esta ley de unión civil que se promulgó en la Ciudad de Buenos Aires es fruto de la tolerancia. Pero la tolerancia no siempre es buena. Porque, por ejemplo, no se puede ser tolerante con la intolerancia. Se tolera algo molesto, un ruido, un tipo pesado (o tipa) o un error. Lo que no molesta no es necesario tolerarlo. Habrá gente que se pueda sentir molesta con actitudes homosexuales y sea tolerante con ellas. Pero el tema de los derechos no está en la órbita de la tolerancia, sino de la Justicia. La unión civil es fruto de la justicia, no de la tolerancia. Aplicar en este caso la idea de tolerancia, suena más bien a hipócrita, a concesión piadosa.
A muchas personas no les parece natural la unión civil de una pareja gay, pero al mismo tiempo les parece muy natural que el mercado haga negocios jugosísimos con todo tipo de objetos para el consumo de personas gays. Si se trata de gastar está bien. Pero no si se trata de tener los mismos derechos.
La discriminación es un virus escurridizo. Uno piensa que no lo tiene y de repente se encuentra puteando, codo a codo con el taxista, contra los negros de mierda que cortaron la calle. Lo que se llama un virus de mierda, un puto virus. Así es el virus de la discriminación, salta por donde menos se lo espera.
Pero, por lo general, discriminar es trabajoso, casi una militancia, un estado de alerta permanente. Por eso, para el discriminador, la unión civil es un navajazo a la yugular. Después de todo el trabajo que se tomó para mantener viva esa llama vigilante, vienen los tibios y permiten que los homosexuales tengan los mismos derechos que él. En su universo de desviaciones es “permisivo” permitir que todos sean iguales ante la ley, como es “garantista” el que garantiza los derechos civiles de todos.
Un personaje de éstos, por ejemplo, puede tener una familia desastrosa, los hijos alcohólicos, la esposa le hace juicios tremendos por dinero, con escenas de violencia públicas y hogareñas y guardaespaldas, pero el hombre, heterosexual, es capaz de acusar a los homosexuales de ser “antifamilia”.
El tipo (o tipa) piensa que sus derechos se pueden resentir por el solo hecho de compartirlos con homosexuales. Como si creyera que a esos derechos hay que ganárselos y él (o ella) se hubiera esforzado mucho para alcanzarlos. Como si ser heterosexual fuera un gran esfuerzo. Si lo siente así, la nueva ley le permitirá abandonar ese terrible esfuerzo y disfrutar los mismos derechos como homosexual. Claro que tendrá que aprender a ser tolerante con los que piensan como lo hacía él antes.

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