EL PAíS • SUBNOTA
› Por Pablo Vignone
Un equipo siempre es un mensaje. Una formación habla: puede aterrorizar o, por el contrario, infundirle coraje a un rival mediocre. Cuando hay cinco defensores y un volante de marca, las cuentas son sencillas. Seis de diez jugadores de campo están para contener, para obstruir, para marcar, para cortar, para evitar, para despejar. Los que pueden jugar, entonces, son minoría. Por eso vimos el primer tiempo que vimos, acaso el peor de todo lo que se lleva jugado en la Copa del Mundo. En busca de la meca del equilibrio, la Selección ofreció su peor cara: la de un equipo que no puede jugar bien al fútbol. Demasiados mensajes en contra. Cuando Messi reencontró a su socio en Gago, Argentina recuperó la posesión y produjo sus pasajes más interesantes, que fueron más bien pocos. Son pocos partidos en un Mundial como para desperdiciar caprichosamente 45 minutos.
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