EL PAíS • SUBNOTA
› Por Fernando D´addario
Las sucesivas visitas de Emir Kusturica junto a la No Smoking Orchestra, sumadas a los más modestos desembarcos de Goran Bregovic y su troupe, instalaron una verdad irrefutable: hay empatía entre la melancolía canchera de los argentinos y la festividad trágica de los balcánicos. Cualquiera que haya frecuentado las “Fiestas Bubamara” puede corroborarlo. Todos se divierten y nadie sabe por qué. Esta conexión multiculturalista tiene correlato en el fútbol. Para un equipo argentino y para Messi, nada mejor que un rival cuyos integrantes tienen apellidos terminados en “ic” (no es casual que ese sufijo signifique algo parecido a “hijo de”). Así pertenezcan a la madre patria Yugoslavia (a la que derrotamos por penales en 1990), a Serbia y Montenegro (le metimos seis en 2006, uno de ellos de la Pulga), a Eslovenia (le ganamos el último amistoso) o a Bosnia, todos demuestran un gran cariño por nuestros colores. Aunque si seguimos jugando como ayer, para el próximo Mundial habrá que prenderle una vela a Kosovo...
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