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Vigencias
Por Eduardo Aliverti
El miércoles habrán pasado 28 años exactos. En las fábricas cerradas y en una industria que jamás pudo reactivarse para aunque más no fuere recuperar el nivel de un país en vías de desarrollo, porque la combinación de extranjerización económica y timba financiera inaugurada por Martínez de Hoz apenas si sufrió sobresaltos en estos 28 años, el golpe está vivo.
En cada idiota que pide mano dura para acabar con la inseguridad urbana, como si las causas del delito no fueran estructurales y, otra vez, se tratase de arreglar las cosas a sangre y fuego, el golpe está vivo.
En el registro de que no hay una clase dirigente de edad intermedia con cojones y eficiencia patrióticos, porque desaparecieron y asesinaron a los mejores cuadros técnicos y militantes, el golpe está vivo.
En cada dólar de la deuda, de esa deuda impagable cuyo crecimiento geométrico nació con la dictadura, el golpe está vivo.
En el atraso científico y tecnológico de la Argentina, porque una enorme porción de sus hombres más brillantes no tuvo otra ruta que un exilio del que la mayoría no volvió, el golpe está vivo. En los estúpidos que confunden a los piqueteros con el enemigo, como se lo confundió hace 28 años, el golpe está vivo. En esos gruesos sectores de la clase media que después de fantasear con las divisas baratas y los viajes al exterior del cuarto de hora milico volvieron a hacerlo con el amanuense milico Domingo Cavallo, y que ahora insisten con querer salvarse solos sin desarrapados que les corten el tránsito, el golpe está vivo.
En el repugnante “yo no sabía nada”, cuando los campos de concentración se enseñoreaban en todo el país, hay un pariente no tan lejano del actual “a mí no me jodan que quiero trabajar” y entonces, también en eso, el golpe está vivo. En los periodistas y en los grandes medios de comunicación apologistas del golpe, intelectuales del golpe, escribas del golpe, y capaces de no ensayar ni tan sólo un atisbo de arrepentimiento en 28 años, el golpe está vivo. En esa misma prensa y en esos mismos canallas que siguen brindando espacios a secuestradores de bebés para que expongan sus argumentos, el golpe está vivo.
En las cúpulas eclesiásticas que bendijeron las armas y las torturas y las descargas de 220 voltios en la vagina de las embarazadas, tan preocupadas los monseñores y su séquito de hipócritas por el derecho a la vida, el golpe está vivo. En las mafias policiales, que no reconocen su origen, pero sí su desarrollo en aquellos años de repartir el botín de las casas de los secuestrados, el golpe está vivo. En los votos a Rico y a Patti; en los votos a los candidatos empresarios que vieron crecer sus empresas en la dictadura, gracias al exterminio de las luchas sindicales y a los negocios con los asesinos; en los votos a Bussi; en los votos a todas las crías milicas disfrazadas de intendente, diputado o senador, el golpe está vivo.
En la explotación agropecuaria concentrada en unas pocas y monumentales manos, el golpe está vivo. En una Ley de Radiodifusión firmada en 1980 por Videla y Harguindeguy, y vigente 28 años después, el golpe está vivo.
En la desprotección gremial, en el trabajo precario, en la desarticulación del tejido social, obras todas paridas por los monstruos de 1976, el golpe está vivo. En cada oprimido que reproduce el discurso del opresor, en cada pobre y en cada pobre diablo que se enfrenta con otro, el golpe está vivo.
Esta escueta lista podría ser cotejada con una mucho más grata, conformada por aquello que enseña lo muerto del golpe. Pero es ésta la que debe dejar en alerta permanente a los sectores más lúcidos de la sociedad. Y la que debería promover alguna reflexión entre quienes creen que la muerte del golpe es definitiva y quienes caen en la trampa de reproducir, bajo formas renovadas, el ideario de los que hace 28 años desataron la más grande tragedia de la historia argentina.