La decisión del grupo financiero Santander Central Hispano de restringir la liquidez para su filial argentina, el Banco Río, volvió a poner en evidencia que los bancos internacionales no están dispuestos a asumir ningún costo extra por la crisis local. El efecto inmediato del anuncio fue una leve corrida sobre los depósitos. Los retiros en los cajeros aumentaron, y hasta anoche, los voceros de la entidad repetían que “todavía no existen datos sobre las transferencias electrónicas”, principal indicador de la corrida dado el corralito. A nivel internacional la reacción fue otra. El solo anuncio de que no se enviará dinero a la Argentina disparó la cotización de las acciones del grupo.
Durante la segunda mitad de la década del 90, el principal negocio bancario en la Argentina fue prestarle al Estado. Así, quedaron atrapados en una relación de mutua dependencia. Los analistas coinciden ahora en que el principal elemento a tener en cuenta para determinar la fortaleza de los bancos será la composición de las carteras de créditos con el Estado. El Río, que durante el 2001 giró a su matriz española utilidades por 267 millones de dólares, tuvo la precaución, antes de la debacle de diciembre pasado, de reducir su exposición con el Estado. Según dijo a Página/12 un especialista del sector “en Argentina, donde hay bancos que tienen liquidez para una semana o para 8 minutos, tener liquidez para tres meses indica solvencia”. Por eso, el objetivo de los anuncios del Santander fue otro: enviar la señal de que no está dispuesto a participar de ninguna salida del corralito que signifique traer dinero a su sucursal. A nivel macroeconómico, en tanto, quedó claro que nada hubo de respaldo de las casas matrices y que, en ausencia de toda regulación y estrategia de desarrollo, la libre movilidad del capital sólo impuso una lógica de ganancia de corto plazo.