EL PAíS
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Los quemados que no se queman
› Por Sandra Russo
A Norma Alicia Albino, ayer al mediodía, se le quemaron la cara, las manos y el pelo, pero antes se le quemó la cabeza. Una mente, la de Norma Alicia Albino, ardida por pensamientos negros, enredada en los laberintos más estrechos, alienada en la furia contra otros que se volvió autodestrucción y síntoma. A su manera, esa señora descontrolada que ofreció el más penoso de los actings pergeñados por ahorristas argentinos, expresó el borde de descontrol sobre el que todo el mundo está parado. De Norma Alicia Albino sólo se sabe, hoy, mientras se escriben estas líneas, que quiso prenderse fuego y que el fuego fue apagado a tiempo para salvarle la vida, aunque su cara, sus manos y el pelo se le quemaron. ¿Qué duda cabe de que la cabeza de esa mujer también quedó quemada?
Qué curiosas son las palabras. Quemarse, antes, significaba cometer un error grave, imperdonable, no tener más chance. Se hubiese podido decir, por ejemplo, que Luis Barrionuevo, después de haber dicho aquello de que sólo hacía falta dejar de robar dos años, quedó quemado. O que a la pavorosa luz de las consecuencias de su gobierno, Carlos Menem quedó quemado. Pero Carlos Menem, ayer al mediodía, mientras Norma Alicia Albino se prendía fuego a sí misma en la sucursal del Banco Río de San Isidro, salía por televisión en un video arengando a los súbditos que peregrinan hasta La Rioja a seguir siguiéndolo. Y mientras la falda y la blusa de Norma Beatriz Albino comenzaban a inflamarse bajo las llamas que se inventó ella misma, en Gobierno la mujer de Luis Barrionuevo, Graciela Camaño, era confirmada como nueva ministra de Trabajo.
La Argentina ha sepultado las metáforas y se abalanza, como una locomotora sin freno, en el reino de lo literal. Los quemados no se queman: ni siquiera se dan por enterados. Y una mujer cualquiera, parada en el borde del borde, hace propia la chispa y se enciende para decir algo ininteligible, algo insoportable. Y a propósito, otra palabra: el secretario del Tesoro norteamericano, Paul O’Neill, ayer mismo, dijo que están dispuestos a ayudar a la Argentina “cuando ellos hayan llegado al límite de lo soportable”. ¿Qué se considerará soportable en un país periférico?
En pantalla de TN, entre bloque y bloque de noticias, prácticamente sólo hay publicidad de aspirina contra infartos. Un hombre cae de un andamio desde un piso dieciocho y un compañero lo agarra del brazo y lo retiene en lo alto a duras penas. Un bombero entra a una casa en llamas y rescata a una abuela mientras la bocanada de fuego los sigue rozando. Esas dos situaciones son comparadas con el médico que receta aspirina contra infartos. La voz en off dice: “El peor síntoma es creer que a uno no le puede pasar”. ¿Quién puede creer hoy que algo terrible no le puede pasar? ¿Quién está absolutamente seguro en la mínima superficie de su andamio?
Un país en el que los quemados nunca se queman, es un país que juega con fuego.
Nota madre
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