Sábado, 18 de febrero de 2006 | Hoy
EL PAíS › LA DIFICIL RELACION CON LOS TRABAJADORES PETROLEROS
La base de Repsol en Los Perales es un complejo de edificios con un estilo que hace pensar en el Mediterráneo. Son construcciones blancas con techos a dos aguas –ideales para que la nieve se deslice– pintados de azul. Los Perales, a 60 kilómetros de Las Heras, es el yacimiento de crudo más importante de la zona. En sus tierras hay balancines que extraen petróleo mezclado con agua y gas; hay torres de perforación de quince metros de altura; hay tanques de agua y crudo; hay baterías que separan el agua del petróleo; hay caños y tuberías que transportan el gas y el combustible. Pero detrás de la reja perimetral y la entrada de vehículos también hay gendarmes. Son dos, un oficial algo entrado en kilos y un novato recién salido de la adolescencia. Su presencia es toda una novedad para los petroleros que trabajan en el yacimiento. Es otra de las consecuencias del corte de ruta, la refriega ante la comisaría y el crimen del policía Jorge Sayago.
La relación entre la Gendarmería y las operadoras que poseen yacimientos –Repsol, Pan American Energy y Vintage Oil– comenzó a cambiar desde la protesta de los petroleros. La semana pasada, diecisiete gerentes se reunieron con el secretario de Seguridad Interior, Luis Tibiletti, en un hotel de Repsol en Las Heras. Se discutió cómo quitarle poder al cuerpo de delegados. Los representantes de las empresas reclamaron presencia de Gendarmería en toda la zona. El funcionario dijo que los gendarmes se irían emplazando en forma gradual. En ese momento quedó planteado un interrogante: ¿los gendarmes se establecerían en los accesos y las rutas o también se instalarían adentro de las instalaciones de las compañías? La respuesta llegó en una recorrida por la zona, a cargo de cronista y fotógrafo de Página/12.
Detrás de la entrada principal de la base de Los Perales hay unos arbustos que cortan la vista. Hace unos minutos pasó por allí un vehículo que llevaba a cuatro efectivos de la Gendarmería. Dos de ellos están caminando hacia la puerta. Preguntan qué se está haciendo, se quejan por las fotografías, piden documentos. La charla no dura más de cinco minutos, entregan los papeles y se van. Cruzan el portón y vuelven adentro. No hay testigos de la escena. El camino de ripio que viene de Las Heras está silencioso. Falta poco para el mediodía y la hora no coincide con ninguno de los turnos, 8 de la mañana o cinco de la tarde. No hay colectivos que lleven y traigan petroleros. Sólo camionetas que de tanto en tanto llevan personal jerárquico o proveedores.
El camino hasta Los Perales también está tranquilo. En los últimos dos días, la Gendarmería y la policía provincial hicieron requisas a la altura del paraje El Guadal, en la mitad del trayecto hasta Las Heras. Según los petroleros, los hicieron descender del colectivo, presentar documentos, levantarse la remera y bajar un poco los pantalones para cachearlos de armas. Un periodista observó una escena parecida a principio de semana, con el Grupo de Operaciones Especiales de la policía en el rol activo y los gendarmes observando a unos metros. Pero ahora no están. Los petroleros vinculan la ausencia con el petitorio que están haciendo firmar en las empresas. Piden el retiro de la Gendarmería para evitar accidentes –en los yacimientos está prohibido llevar armas de fuego– y porque, dicen, los afecta en su dignidad.
Pero la Gendarmería no afecta las bromas típicas entre los compañeros de trabajo. “Su mujer está vinculada con la Gendarmería”, se burla Franco López mientras señala con un gesto a Mario Fuentes. López tiene 25 años y es nuevo en el petróleo. Fuentes es recorredor: va de pozo en pozo para comprobar que todo esté bien. Ambos trabajan para Bolland, una de las compañías a las que Repsol les terceriza tareas en los yacimientos. “Hay tantos milicos que el viento se asustó”, dice Fuentes. Su lugar de trabajo está 500 metros más alto que la ciudad. Suele haber más viento y más frío que en Las Heras. Pero esta vez hay sólo frío.
Los petroleros siguen hablando de su obsesión de estos días: los gendarmes. “El año pasado, en Pico Truncado todo el pueblo los echó”, recuerda Rubén, barba de músico de heavy metal, Chivo para sus compañeros. Lo escucha Carlos Asmut, empleado de tareas generales. Todavía no se puso el mameluco de verano. Tiene una remera de La Renga, nunca los pudo ver en vivo. “Qué suerte tienen estos milicos. Justo levantan las requisas cuando vienen los periodistas de Buenos Aires”, se lamenta Luis Guineo, delegado. No sabe que los funcionarios están muy atentos a las reacciones que provoca la presencia de Gendarmería. Si hasta algunos efectivos recibieron duras reprimendas por circular en una camioneta de Repsol por las calles de Las Heras. “Van a pensar que esto es como el Ingenio Ledesma”, fue la explicación oficial. Allí la Gendarmería está dentro de las propiedades privadas.
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