EL PAíS • SUBNOTA › EL PRESIDENTE CUBANO HABLO TRES HORAS ANTE MILES DE PERSONAS
Miles de personas se reunieron en la Ciudad Universitaria de Córdoba y siguieron con atención las dos horas del discurso de Hugo Chávez y las tres horas del de Fidel. El venezolano anunció que “la solución es el socialismo” y que cada país encontrará su camino. Fidel pronosticó que “el imperialismo desaparecerá en 50 años”. Hebe de Bonafini fue la anfitriona.
› Por Martín Piqué
Desde Córdoba
“¿Quién hubiera dicho que estaríamos aquí, hoy, los dos y felices?” La pregunta de Fidel Castro estaba cargada de complicidad. Era un guiño para su mejor alumno, el orador que había hecho de presentador y lo había llamado “padre”. Nada menos que Hugo Chávez, nacido el 28 de julio de 1954 y casi treinta años menor que el cubano. La mención de la fecha de nacimiento había surgido del propio Fidel en una parte de su discurso de tres horas, cuando recordó el ataque al cuartel Moncada del 26 de julio de 1953 y quiso establecer ciertos caprichos históricos. “Cuando asaltamos el cuartel ya éramos dos, yo existía y Chávez estaba en el código genético de sus padres, es decir ya preexistía”, bromeó Fidel a partir de aquel hecho, que se volvió más famoso por la frase “La historia me absolverá”.
Chávez, de rojo y sentado al lado de Hebe de Bonafini, sonrió por la ocurrencia mientras trataba de abrigarse por el frío de la noche. Ya habían pasado más de tres horas y la multitud (que Fidel, autocalificado como un especialista en convocatorias, estimó en ‘unas cien mil personas’) festejaba entre risas las humoradas de los dos, como la definición de “playboy” que el venezolano le dedicó al cubano. A diferencia de la mayoría de los actos masivos de estos tiempos, la multitud seguía con mucho interés lo que se decía desde el micrófono. La atención se notaba en el silencio.
En la cancha de rugby de la Secretaría de Deportes de la Universidad de Córdoba se había instalado un palco bastante bajo. Comparado con la infraestructura que suelen usar Chávez y Fidel en sus actos, era un escenario algo precario. A un costado se veía el arco en forma de H que se usa en el rugby y detrás, donde la gente ya no podía verlos, había tres carpas blancas. Una era para los tres presidentes que hablarían en el acto: Fidel, Chávez y el boliviano Evo Morales. “Tengo que anunciarles que Evo no podía venir. Por sus ojos sé que le costó mucho no estar aquí”, comentaría el venezolano en su discurso. Tanto él como el líder cubano llegaron en el mismo auto, lo que reforzó la imagen de familia que los caracteriza desde hace unos años. Para el acto –que marcaría el cierre de la Cumbre de los Pueblos, el encuentro paralelo a la cita oficial del Mercosur– los dos habían cambiado los trajes por su ropa de “combate”. Chávez vestía una camisa roja, Fidel el uniforme de fajina verde.
Arriba del escenario los esperaba Hebe con un poncho salteño. La titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo había sido designada responsable del acto. Como presentadora, no tardó mucho en reconocer el compromiso que le significó la tarea. “Este honor que me han dado es enorme y una responsabilidad grandísima”, dijo. Luego elogió mucho a los dos oradores, pero también se preocupó por nombrar a Néstor Kirchner. “El Presidente dice todo el tiempo que estamos saliendo del infierno”, aseguró para dar crédito a la idea de que los cambios sociales no se producen de un día para otro. Fue en ese momento cuando se dividió por primera vez el auditorio. A la derecha del palco, en las primeras filas, se escucharon fuertes silbidos. Venían de la Federación Juvenil Comunista y la agrupación Tupac. Desde el centro les respondieron Libres del Sur, Barrios de Pie y el Movimiento Evita defendiendo a Kirchner.
La interna argentina no pasó desapercibida para nadie, mucho menos para Chávez. Cuando se acercó al micrófono no pasó mucho tiempo hasta que nombró a “Néstor Kirchner, buen compañero y amigo”. Enseguida, como si los dos temas estuvieran relacionados, recordó una frase de Mao Tsé Tung: “Cada nación debe caminar con sus propios pies”. Pero si alguien pensaba que inclinaría toda la balanza para un lado la desmentida llegó unos cuantos minutos después. “La solución al imperialismo es también internacional. La opción ahora pasa por lo que supo decir Rosa Luxemburgo:socialismo o barbarie. Llegó la hora de la auténtica y verdadera liberación de nuestros pueblos”, afirmó. No era la primera vez que hablaba de socialismo. Chávez lo viene haciendo desde el Foro Social de enero de 2005. En aquel momento algunos lo interpretaron como un debate implícito con los procesos que se basan en la reconstrucción de un capitalismo nacional a partir de la teoría del economista Keynes.
Casi dos horas después de empezar, Chávez dijo que pasaría el micrófono al “libertador de Cuba, el guerrillero de Sierra Maestra y el padre de todos nosotros”. La solemnidad de la presentación no ocultaba el afecto, Fidel se levantó del asiento en el que había estado acurrucado por el frío pero sin aceptar ningún abrigo “salvo una bufanda negra– y en el camino hacia el atril se abrazó con Chávez. “Fidel, Fidel, Fidel”, gritaban las primeras filas. Entonces comenzó un discurso que, inevitablemente, hizo aparecer la historia. Así fueron pasando los cambios tecnológicos, la reforma universitaria de Córdoba en 1918, el Cordobazo de 1969 y una mención de Fidel a la primera vez que estuvo en la Argentina como comandante de la revolución cubana. Fue en mayo de 1959, durante la presidencia de Arturo Frondizi, con motivo de una reunión de la Organización de Estados Americanos. “Había una reunión de la OEA, estaba Frondizi y yo propuse un Plan Marshall de 20 mil millones de dólares”, contó. Después de aquella cita de la OEA, Cuba fue excluida de esos encuentros y nunca más pudo participar. “Lo que pasó era que no sabían bien quiénes éramos. Todavía no habíamos hecho la reforma agraria pero yo ya era un marxista-leninista extremista”, reveló Fidel a pura ironía. Otra vez hubo carcajadas.
En las primeras filas del campo lo escuchaban absortos funcionarios argentinos y venezolanos, dirigentes de sindicatos y organizaciones sociales, varias Madres con sus pañuelos blancos, miembros de la delegación cubana. Entre los asientos se veía a la embajadora argentina en Caracas, Alicia Castro; al titular de la CTA, Víctor De Gennaro; los dirigentes Hugo Yasky (CTERA), Pablo Micheli (ATE), Humberto Tumini (Libres del Sur); el subsecretario de Organización y Capacitación, Jorge Ceballos; el director de Astilleros Río Santiago, Julio Urien; el diputado Julio Piumato; el asesor de la Secretaría General de la Presidencia Luis Bordón, padre de Sebastián, y el coordinador de políticas sociales urbanas del gobierno porteño, Lito Borello, entre otros. No se veían ministros del Gobierno ni funcionarios con rango de secretario.
Las apelaciones a la historia eran casi obligadas. Hasta el entorno favorecía para el ejercicio de la memoria. Se notó en especial entre los cubanos y venezolanos, que relacionaron Córdoba y su activa vida universitaria con la figura de Ernesto Guevara. Hasta la cancha de rugby –el Che lo jugó mucho en su adolescencia– parecía contribuir con un decorado justo al tono. Pero no fue Fidel quien mencionó a su compañero de Sierra Maestra. “Quiero recordar al muchacho de Córdoba, el estudiante, el de la motocicleta”, dijo Chávez luego de exhortar a la participación de la juventud. El líder cubano asintió con la cabeza y aplaudió desde su asiento (durante los dos últimos días se especuló con que podía llegar a viajar hasta Alta Gracia para conocer la casa de verano donde el Che intentó superar el asma).
Proclive a los pronósticos (unos meses antes de diciembre de 2001 dijo en una entrevista con Página/12 que la Argentina estaba montada sobre un “volcán a punto de estallar”), Fidel dijo ser muy pesimista sobre el futuro del “imperialismo norteamericano”. “El imperialismo no dura 60 ni 70 años. Y si quisiéramos ser muy generosos, podríamos afirmar que no duraría más de 50 años. El mundo está en una terrible crisis, incluso superior a la que estalló en el ’32”, aseguró. Citando a John MaynardKeynes y a Lenin, basó su argumentación en la continua desvalorización del dólar. “El dólar ya no vale una onza de oro como antes de la guerra. ¿Qué vale ahora?”, se preguntó en voz alta con aire conspirativo.
Tras pronosticar esa crisis para Washington, enseguida se dedicó a explicar la oportunidad que, en su opinión, tienen ahora los pueblos de América latina. “Lo que no debemos admitir es decir que en 15 años sólo quedarán 15 millones de analfabetos. No debe haber una sola persona que no pueda trabajar ni estudiar. Mi país, bloqueado desde hace 40 años, tiene el más bajo nivel de desempleo del hemisferio”, subrayó. El dato, que nadie se animó a poner en duda, generó gritos de la gente que estaba detrás de las vallas: “¡Acá hacen falta políticas en serio!”, gritó una mujer. “¡Nuestros políticos no quieren hacerlo!”, se escuchó otra voz. Fidel escuchó las respuestas con una media sonrisa. “Bueno, no me pidan a mí que lo haga, saquen ustedes sus propias conclusiones”, dijo.
La multitud se rió por el desafío del cubano. Hablaba como un padre experimentado, que pide a su hijo que tome sus propias decisiones. Pero el comentario que más aplaudieron en las primeras filas se escuchó cuando Fidel hizo un balance de los más de 40 años de Revolución. Bien opuesto a los discursos electorales, el cubano no mostró nada de jactancia o vanidad por los índices sociales que exhibe Cuba. “Ni nosotros, con más de 40 años de revolución, podemos decir que la cubana es una sociedad completamente igualitaria. No hay dos países iguales, ni por lo tanto dos revoluciones iguales”, aseguró en un ejercicio de autocrítica.
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Por C. R. Desde Córdoba
“Nosotros vinimos en camión desde Belén, en Catamarca, porque no podíamos dejar pasar la oportunidad de ver a Fidel en persona, hablando ahí, frente a nosotros. Esto es inolvidable”, contaba excitado José, quien junto a un grupo de amigos dejó su pueblo para viajar a Córdoba a ver al legendario comandante en primera fila. “Yo no estoy de acuerdo con muchas cosas de su política de gobierno en Cuba, pero no podía resistir la tentación de venir a escucharlo, es un personaje casi mitológico”, confesaba Mariana, mientras tomaba mate con tres amigas a la espera del interminable discurso que pronunciaría el presidente caribeño.
Más de cincuenta mil personas de todas las edades y linajes posibles, muchos de ellos presentes por primera vez en un evento político, esperaron durante horas para ver al líder de la Revolución Cubana y al presidente venezolano, quien abrió el acto junto a Hebe de Bonafini. “Chávez y Fidel en un mismo escenario, qué más se puede pedir en la vida”, decía Javier, militante universitario que viajó desde Salta con la ilusión de que Castro finalmente participara de la Cumbre. “Fidel es la política en carne y hueso, me siento feliz de haber cumplido el sueño de conocerlo antes de que se muera, porque nunca iba poder viajar a Cuba”, repetía Carlos, un obrero metalúrgico que no terminaba de creer lo que pasaba en el escenario.
Sensaciones parecidas experimentaron los que anoche, por una razón u otra, se acercaron para escuchar al mito de la política latinoamericana y sentirse junto a él parte de la historia.
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