Lunes, 2 de julio de 2012 | Hoy
Por Veronica Gago
Los artículos reunidos por Paula Abal Medina y Nicolás Diana Menéndez en Colectivos resistentes (Imago Mundi) plantean un abanico variado de resistencias en los ámbitos laborales sin caer en el lugar común del “celebracionismo que capturó el ánimo mayoritario de la academia en torno al ‘resurgimiento del conflicto en el lugar de trabajo’ a medida que se sumaban casos (subtes, casino, hospitales, docentes, etc.) y enfrentamientos con las cúpulas sindicales (UTA, SOMU, etc.)”. La advertencia de los autores funciona como clave de originalidad de estas investigaciones: por un lado, plantean un debate al interior de las interpretaciones académicas que festejaron el fin de lo que se llamó “el desplazamiento del conflicto de la fábrica al barrio” y, por otro, no dejan de prestar la mayor atención a los cambios de aquello que llamamos organización del trabajo y sus actores relevantes. De este modo, los colectivos resistentes que se identifican (trabajadores de supermercados, de call centers, de subtes y de la industria cosmética) abren el terreno de lo que se llama “la organización subalterna en torno al trabajo”, al mismo tiempo que eso no implica, como perspectiva, privilegiar el enfoque del trabajo en su sentido ordenancista, es decir, como llave de una “restauración” de un ideal perdido y siempre añorado. En este sentido, las luchas son analizadas en un doble estatuto: en su pelea en el plano de conquista de derechos pero también en relación con una dinámica de invención de conflictividades, subjetividades, modos de pensar de manera nueva la organización reivindicativa y de vivir la precarización general. En este trazado, el 2001 está situado como umbral: apertura de un nuevo ciclo de luchas que imprimen de forma más o menos visible pero evidente una reconfiguración ineludible en la idea misma de trabajo, ese universo cada vez más complejo y heterogéneo. El impacto del 2001 no se contrapone, de este modo, a una suerte de “vuelta” del conflicto laboral o a un resucitar de la vida sindical sino que, de modo más sugerente, estas realidades son pensadas al interior de las reconfiguraciones que las experiencias de entonces instalaron en el repertorio de las herramientas de lucha, de los lenguajes y las necesidades de una institucionalidad que se vio definitivamente sacudida. Los dispositivos empresarios, bajo esta luz, también son revisitados en sus actuales formas de control e intento de subordinación de los trabajadores. Pero queda claro que esa gestión de la explotación y el orden es forzada a la innovación por los desafíos que plantean los activismos y las resistencias, clave –una vez más– de una perspectiva y una metodología que ponen la crisis en un lugar políticamente decisivo y no como ese paréntesis confuso y breve entre largos períodos de normalidad.
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