ESPECIALES › ENTREVISTA AL ECLECTICO GUITARRISTA JUAN VALENTINO

“Hago jazz villero, o cumbia jazzera”

Cultor de una rara técnica que aprendió de Wes Montgomery, Valentino cultiva un estilo que elude a conciencia todos los preconceptos.

 Por Cristian Vitale

Casi todos los músicos de jazz de la Argentina tienen un inspirador en Estados Unidos. Para el guitarrista Juan Valentino, el norte fue Wes Montgomery. A él le debe la utilización metódica y casi sistemática de la “técnica del pulgar”, que hace de la deficiencia una virtud. Una parte importante del tercer disco de su carrera, Sesiones en el Club del Vino, está dedicada a homenajear a Montgomery. “Pasé 13 años de mi vida tocando con púa y distorsión”, cuenta Valentino. “Mis ídolos eran Santana, Blackmore y Lennon. Pero después me encontré con millones de violeros que hacían lo mismo sin que nadie aplicara la técnica de Wes y me dije: “Tiene que haber otro en el sendero”. El cambio de la técnica equivalía a un paso de género: el rockero se convertía en jazzero.
La técnica, un elemento central para entender el concepto de Valentino, consiste en reemplazar la púa por el dedo pulgar. No es fácil. Valentino estuvo ocho años en el living aprendiendo “para poder tocar así en público” y que todos los días necesita perfeccionarse. “Descubrí a Wes por casualidad. A mí me gusta el jazz desde los 12 años, pero escuchaba a Dexter Gordon, Charlie Parker y Bill Evans. Un día un amigo vino a ver mi banda de jazz-fusión juvenil y me hizo escuchar un disco de ese genio. Tuve un shock y me convertí en un fanático de su técnica troglodita y tosca, pero cálida cien por cien”.
Valentino presenta su disco hoy en el Tower Records de Belgrano acompañado por su banda Valentino Jazz Bazar. El trabajo cuenta con varias composiciones de Valentino, una versión conmovedora de “Summertime” cantada por Deborah Dixon y una sorprendente composición con Diego Torres. “El jazz que hago es accesible para cualquiera, no es ni intelectual ni comercial, por lo tanto se presta para todo tipo de público. Muchos piensan que Diego no cuaja con mi proyecto, pero estamos en el siglo XXI, y todo es mezclable desde la experimentación. Además, somos amigos y siempre soñamos en hacer standards con letras compuestas y cantadas por él. Me encantó sentir su voz en una canción no comercial”.
–Quizás una porción de su público no acepte este sueño...
–Le temo a eso tanto como a la crítica. Pero creo que las cosas hay que hacerlas. Después, si a alguno le gusta o no es cosa suya. Siempre es mejor mostrarlo.
Los conceptos flexibles de Valentino provienen de sus experiencias disímiles, trabajos que lo ligan al rock stone de Viejas Locas o al funk y soul de Willy Crook. “Prefiero las críticas de mi abuela o de mi hijo de 12 años a las de mi hermano músico. Ellos opinan desde la inocencia, mi hermano lo hace desde el prejuicio. Siempre me pareció más importante el que no sabe, porque el que sabe, y me incluyo, se maneja con preconceptos. Para desacralizar un poco, siempre digo que hago jazz villero o cumbia jazzera. El soberano, de última, es el tipo que paga la entrada”.
–Muchos de sus colegas no piensan lo mismo.
–El jazz es algo tan fuerte que te pone un poco loco. Es cierto que en todo primer paso uno hace música para sí mismo. Pero después existe una necesidad de llevarla a otras personas, aunque muchos jazzeros lo tomen como una cuestión personal e intimista. Esto es más notorio en Argentina, porque somos una periferia del género. Estamos como estaban los negros que inventaron el jazz: eran esclavos. Cantamos casi los mismos sufrimientos.
–Alguna vez marcó como uno de sus intereses la actitud de transformar el jazz en apto para todo público. ¿Cómo piensa hacerlo?
–Persiguiendo sueños. Cuando tenía 13 años iba a ver a Oscar Alemán y me preguntaba cómo podía ser que el tipo tocara jazz sin aburrir. Ocurre que los ‘70 y ‘80 fueron fríos en ese aspecto, pero hoy estamos volviendo a esa capacidad de emocionar en masa. Puede lograrse, porque el jazz no deja de ser música melódica, a menos que te vuelvas loco y quieras hacer algo muy raro. Otro problema es que con el advenimiento de los cantantesla música instrumental quedó en segundo plano y es más difícil vender discos de jazz instrumental.
–¿Qué diferencias hay entre su anterior disco y este?
–En el anterior había músicos muy grosos como Patán Vidal y Fernando Lupano. Este es más mío, porque hay ocho composiciones personales. Además, me enamora el trabajo artesanal para producirlo sin tanta cháchara ni máquinas.
–¿Por qué grabó su primer trabajo recién en 1998, a los 36 años?
–Por timidez y lentitud. Las cosas se dan en su momento, no hay que provocarlas. Empecé mi carrera de grande, recién me largué como profesional a los 31.
–¿Qué hecho marca como nexo entre su era amateur y profesional?
–Separarme de mi mujer. Estuve 10 años casado hasta que me separé, le dejé mi casa a ella y no tuve nada que hacer, así que me dediqué a tocar. Empecé en el Samovar tocando blues con técnica de jazz, acompañando a Alejandro Medina, Javier Martínez, Crook y Pinchevsky, con el que compartí muchas vivencias.
–¿Cuáles son sus referentes dentro de la música nacional?
–Oscar Alemán y Walter Malosetti, uno de mis maestros. Por fuera del jazz, me gusta mucho Skay, de Los Redondos, porque es como Gilmour: toca rock pero dice cosas. Me gusta Luis Salinas, de quien aprendí muchísimo. Y Pappo. Pappo es Dios.

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Valentino presenta hoy “Sesiones en el club del Vino” en el auditorio de una cadena de disquerías.
 
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