ESPECIALES • SUBNOTA
› Por Ricardo Rouvier *
El kirchnerismo desde el principio ha provocado a la sociedad argentina; ha introducido debates y relatos que constituyeron un verdadero desafío a los cánones establecidos por el establishment y por el sentido común, expresados por los grandes medios masivos de comunicación. Uno reconoce estos relatos en el peronismo de izquierda setentista, en el camporismo, en las izquierdas, en la tradición emancipatoria latinoamericana. Estas fuentes intentaron desde el comienzo, e intentan, acomodarse en el tablero tradicional de la política. Acomodarse significa ni más ni menos que imponer una voluntad de cambio, frente a la presión conservadora que ejercen distintos sectores de interés y una parte importante de la sociedad.
Esta innovación fue consecuencia de la crisis global del 2001; y llegó bajo los efectos devastadores de la aplicación de la receta de los ’90 con sus secuelas de marginación y colapso de la producción nacional. Y fue alcanzando su madurez en la profundización de su segunda etapa vigente.
La política, antes del 2003, exhibió su vasallaje ante el modelo neoliberal. La credibilidad sobre la política y los políticos había descendido, entonces, a niveles alarmantes. En las elecciones del mismo año no se logró la polarización que adjudicara sustento consensual al ganador. La atomización del voto prenunciaba turbulencias a futuro e impedía un dominio de unos sobre otros. El menemismo estaba muriendo, pero su matriz de pensamiento perduraba, y pienso que aún perdura, como un bien vacante. La pérdida de la confianza colectiva había hecho centro en la Alianza; en Menem y Cavallo. Cuando Néstor Kirchner se consagró presidente, su caudal de legitimidad alcanzó a sólo el 22 por ciento del electorado, y esto predisponía a pensar, como salida, en un sistema de alianzas hacia dentro del PJ para sostener a un gobernante al que la propaganda anónima en vía pública convertía en un apéndice de Duhalde; y el diario La Nación pronosticaba en forma exultante que el nuevo titular del PE no duraría muchos meses y sería reemplazado por Scioli. Hoy, Scioli vuelve a aparecer como la esperanza blanca para las mismas corporaciones y el Peronismo Federal. En ese trasfondo de ruinas y cenizas en una sociedad desesperanzada, apareció la novedad política que constituyó el kirchnerismo, que hoy se debate entre ser un mero epifenómeno del peronismo o consolidarse como un movimiento popular superador. En lo político institucional el nuevo gobierno tuvo dos ejes principales: la gobernabilidad y la restauración de la política, sobre la base de una gestión de mano firme y con mayorías parlamentarias surgidas no tanto de las elecciones, sino por las renovación de las lealtades que el peronismo produce ante el poder del ganador. En lo económico prevaleció la recuperación del mercado interno, una política cierta de cambios y el desendeudamiento. Y en lo social se restauró, aunque no completamente, el tejido social roto durante los ’90.
Al poco tiempo de gestión, la popularidad del presidente Kirchner empezó a trepar rápidamente. Avanzó sobre una Corte Suprema amañada con Menem, y con la profundización de los derechos humanos tensando la cuerda del posibilismo. En este punto su decisión fue mucho más de lo que cualquiera imaginaba, sentando precedentes inéditos en la región y en buena parte del mundo.
Ninguna encuesta entonces planteaba tal agenda o ir a fondo con la cuestión. Sin embargo, Kirchner, que fue un lector ávido de sondeos hasta pocas horas antes de su deceso, hacía prevalecer sus convicciones por encima del número mostrando lo que fue: un político cabal. Su construcción programática nunca tuvo una forma escrita formalizada, estaba diseñada como una ingeniería en su propia mente. Como un hábil estratega supo articular, controlar y avanzar sobre actores políticos y sociales, siempre jugando a que su voluntad doblegara al otro. Difícil tarea en un campo en que cada uno fuerza para prevalecer y en donde conviven las derechas sin partido, las corporaciones económicas/políticas, un ramillete progresista de políticos, los movimientos sociales y el PJ, un Goliat oscilante. Esta función que él cumplía en forma exclusiva y excluyente debe hoy ser mantenida por otro u otros que tengan la habilidad y las agallas para conquistar el equilibrio siempre inestable de la política. Hoy, el kirchnerismo enfrenta su máximo desafío, que fue desde su comienzo el punto de mayor dificultad: avanzar en la construcción política propia.
La crónica periodística, de pretensión objetiva, no reconoce el aporte de Kirchner al 46 por ciento del triunfo en 2007. Sin embargo, el ex presidente dejó la función con un 70 por ciento de imagen positiva y tenía una promesa electoral que superaba el 50 por ciento, pero una vez más hizo prevalecer su cálculo político. Ahora, se estaba preparando para ser nuevamente candidato, pero la historia la pone a Cristina ante la reelección.
A poco de comenzar la Presidenta su período de gobierno, el conflicto con el campo hizo caer abruptamente el prestigio del Gobierno. Poco comprendido por la sociedad, la administración no pudo transmitir las verdaderas causas del conflicto. El precio del tropiezo se vio reflejado el 28 de junio de 2009. El apoyo al oficialismo descendió al 32 por ciento. Pero la Presidenta y él decidieron avanzar a paso forzado y se lograron medidas trascendentes: la Asignación Universal, la ley de medios, el aumento a los jubilados, las acciones educativas, Unasur, el matrimonio civil. Esto generó una recuperación de la popularidad. La muerte inesperada de Néstor Kirchner encuentra al Gobierno en ese tránsito y ante el mandato de garantizar la continuidad del proyecto: hoy y en 2011. Lo inesperado encuentra también a una Presidenta dispuesta a dar todos los pasos que la hora exija. Otra obra, de la cual Kirchner es coautor, fue esa cantidad de jóvenes que expresaron su juramento ante ambos.
El ritmo de actividad de Néstor Kirchner estaba contraindicado, pero era su impronta y siguió de pie y murió de pie.
* Sociólogo y consultor político.
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