Viernes, 6 de enero de 2006 | Hoy
La democracia está ensayando la realización de la igualdad política y jurídica de los dos seres. A pesar de su espacio de avanzada dentro de la legislación social, la igualdad civil para la mujer no pasa de ser un tímido ensayo que no podrá acabar con lo más importante; esto es: la esclavitud doméstica de la mujer que mantiene en ella la tradición secular de su inferioridad frente al hombre.
La igualdad en los derechos políticos y jurídicos producirá una docena de nuevos privilegios extraídos de la misma casta dominante, mujeres diputados que resultarán a la postre inútiles para la mayoría femenina que continúa vegetando en la miseria de su esclavitud milenaria.
El proyecto que esta tarde se somete a la consideración de la Cámara joven es apenas un comienzo, no una finalidad, de todo lo que resta efectuar para dignificar a la mujer. Hay que soñar alto y abarcar al mundo femenino en un mismo lazo de igualdad social, para que en la armoniosa sociedad futura no haya un solo paria, ni una mujer sujeta a la imperiosa voluntad del macho, ni un niño con hambre, hijo triste de una mujer esclava del salario. Alfonsina Storni ha vertido en versos nobles la angustia femenina consciente de su obligada e inaceptada inferioridad. En uno de ellos, la desesperación arranca esta estrofa lacerada:
“¡Señor!, que el hijo mío no nazca mujer.”
–Creo, nos dice Alfonsina Storni, que la Argentina es uno de los pocos países que no tiene en su legislación esta ley. Urge su sanción, porque aparte de beneficiar a la mujer en cosas prácticas no puede molestar a nadie.
En efecto, hasta ahora, la mujer no podía ser escribano, por ejemplo, ni administradora de sus bienes. De modo que si su marido era un pillo podía dilapidar impunemente la herencia de sus hijos. Tampoco la mujer podía ser testigo en causas civiles o criminales: esto era sencillamente absurdo. De modo que esta ley debe ser una realidad inmediata.
Pero yo desearía que esta ley fuera el comienzo de la libertad moral de la mujer. Entiendo que una mujer tiene el derecho de vivir decentemente en plena libertad, al menos como el hombre, quien, positivamente, no abusa de la suya.
Libre de suspicacias y de chismes, en uso de su razón y con la serenidad de la que se gana la vida por su propio esfuerzo, así debe conseguir su libertad moral la mujer.
Libertad que sería completada con la necesaria ley de divorcio, que para aberración de nuestra legislación social aún no poseemos.
Por lo demás, los derechos políticos para las mujeres no me interesan. No soy enemiga del voto femenino, pero considero que será tan inútil en la democracia como el masculino.
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