Jue 25.01.2007

ESPECIALES • SUBNOTA

Recuerdos del “no se olviden”

El impacto de la noticia de la muerte del fotógrafo en medio de un verano menemista. Un asesinato que replicaba los crímenes de la última dictadura. Yabrán, Duhalde, Menem y Cavallo, y la maldita policía. La movilización social y el juicio que ésta hizo posible. El rol de los reporteros gráficos.

› Por Mario Wainfeld

El momento: Había estallado un verano de tono menemista. En política no pasaba gran cosa y los dirigentes más pimpantes no tenían mucho empacho en mostrarse en Punta del Este o en Pinamar. No primaba la cautela que es regla en el actual verano. Antes de la crisis, de la devaluación, del que se vayan todos, no estaban de moda los pruritos: los que mandaban se divertían y abrían la puerta para ser mirados. La mezcla entre una fauna política impresentable, frívola e exhibicionista con un empresariado “nacional” que le hacía de comparsa centraba la atención de la tele y las revistas del corazón.

El peronismo dominaba mansamente la escena, la UCR se lamía sin mayor suceso las heridas abiertas por la catástrofe de Horacio Massaccesi en las elecciones de 1995, el Frepaso era la segunda fuerza pero no terminaba de sitiar al gobierno. La segunda reelección de Carlos Menem era una hipótesis de laboratorio, según las lecturas del momento sólo Eduardo Duhalde podía cerrarle el paso. “La historia se define entre peronistas”, se simplificaba por entonces.

Ese 25 de enero, en la cava que casi nadie conocía y que se haría conspicua, cambió la historia.

La repercusión: Pocos acontecimientos tuvieron en las últimas décadas tanta repercusión mediática como el asesinato de José Luis Cabezas.

Aunque el lenguaje común los emparienta al hablar indiferenciadamente de “los medios”, los periodistas y las empresas del sector no son lo mismo y algunas veces cinchan entre sí o no concuerdan del todo. El caso Cabezas fue excepcional en estos años porque los periodistas y los dueños de los medios reaccionaron al unísono. La percepción común fue que el feroz homicidio replicaba los crímenes de la dictadura y abría una hendija de regreso al pasado que debía ser cerrada en germen.

Al sindicato de fotógrafos le cupo la ardua tarea de ir liderando una protesta social que asumía los desafíos de ser convocante, de interpelar a los iniciados, de sostenerse en el tiempo. Los sindicatos, vale recordarlo, estaban de capa caída en parte por errores propios, en parte por la destructiva embestida del neoconservadurismo, en parte por el individualismo que era tendencia en la sociedad de la convertibilidad, en el que muchos (en una escala policlasista) soñaban salvarse de a uno. La consigna “No se olviden de Cabezas”, el rostro de la víctima, un haz de movidas (caravanas, sueltas de globos, movilizaciones callejeras) repoblaron las calles y los titulares de los medios.

Los lugares, el zoo: La cobertura de la investigación tuvo características entre inusuales y únicas, en eso la memoria del cronista se corrobora con un vistazo al archivo. Durante meses los avances y retrocesos de la pesquisa fueron título de tapa de todos los diarios, nota central de los noticieros de TV, eje de los magazines radiales. Contaba la voluntad de editores, cronistas y dueños pero además el caso combinaba ingredientes dignos de excitar la atención en cualquier circunstancia. Alfredo Yabrán, el empresario de estilo mafioso, el arribista que se hizo rico en un chasquear de dedos. La brega en la cúspide del poder político, entre Menem y Duhalde. El descorrimiento de muchos velos sobre la Bonaerense, la traslación al saber cotidiano de la existencia de “zonas liberadas” o de policías que hacían doble jornada y hasta portaban alias como Alberto “la Liebre” Gómez, Oscar “el Caballo” Viglianco, “el Vampiro” Carlos Siniscarco. La pluma de Miguel Bonasso (por entonces consagrado full time al periodismo y la literatura) se haría un picnic desnudando ese zoológico.

Un hecho anecdótico dio un cariz pintoresco a la cobertura: el lugar del crimen (Pinamar), como cuadra, se despobló cuando acabó la temporada. El juicio se seguía en Dolores donde funcionaba el respectivo juzgado a cargo. Dos ciudades pequeñas, una totalmente ajena y remota al hecho, se poblaron de periodistas, alteraron su rutina y funcionaron a su modo como escenarios de disputas que se libraban en la metrópoli o en el conurbano: un mal comisario de una pésima policía, Víctor Fogelman, conducía la investigación bajo la lupa de decenas de cronistas y de una opinión pública interesada e intrigada. En aras de la dispersión geográfica imperante había radicado su cuartel general (bautizado bunker por la prensa) en Castelli.

El peso de la visibilidad: Yabrán, el socio-aliado de varias cúpulas de la Fuerza Aérea y del menemismo, debió resignar su invisibilidad, hacerse ver. Obligado, dobló la apuesta, no sólo honró las citaciones judiciales, también fue al programa de Mariano Grondona. No le salió bien, la tele es cruel con los que no miran de frente y más con los que confirman los prejuicios a su respecto. El empresario postal (¡cuántos sinónimos había que buscar en un tiempo en el que 6 o 7 títulos de notas diarias mentaban al mismo personaje!) dijo que poder era impunidad y despejó todas las dudas a su respecto. Su visita a la Casa de Gobierno, su llegada entre una nube de movileros fue un escándalo. Jorge Rodríguez, jefe de Gabinete por entonces, bancó la parada, formaba parte de una administración que militaba bajo la misma consigna: poder es impunidad.

Menem y Duhalde jugaban fuerte porque sabían que les iba mucho en eso. No todo es racionalidad en esas pulseadas, la paranoia también juega su rol: Duhalde llegó a fabular que mataron al fotógrafo sencillamente como un mensaje a él, alusivo a su apodo de “cabezón”.

Donde pelean dos, puede colar un tercero. Domingo Cavallo hizo su cosecha, maquillando un poco su imagen en una cruzada antimafia. Tuvo un debate estelar con Carlos Corach por la tele y se dijo amenazado. En cualquier caso, el máximo rating de Yabrán le bajaba el precio al escándalo de IBM-Nación. Nunca podrá cuantificarse pero es seguro que el entonces ministro de Economía se embelleció un poco, se diferenció del cardumen menemista (que en verdad integraba como ala) y puso los cimientos de sus candidaturas a Presidente en el ‘99, a jefe de Gobierno en el 2000, a ministro-salvador de la Alianza en 2001.

El suicidio, las dudas: La búsqueda de Yabrán y su suicidio fueron el clímax de una investigación que se vivió como una novela por entregas. Claro que sobrevivieron las dudas acerca de la autopsia. En la Argentina nadie cree en nada, ni siquiera en las autopsias. Un médico primo de Corach, que compartía su apellido, una eminencia intachable intervino en los dictámenes. El parentesco acicateó la natural inclinación conspirativa del público. La historia ofrece muchos elementos para dudar pero el público a veces se alucina de más, como Duhalde con la hipótesis del cabezón.

Las condenas, las sospechas: A pocos días de aparecido el auto incendiado con el cadáver de Cabezas se divulgó periodísticamente una versión sobre el crimen, bastante similar a lo que se demostró después: una banda de lúmpenes con comando y protección policial. Viene a cuento un anacronismo: la diferencia de información con la desaparición de Jorge Julio López es notoria.

Pese a todas las vallas que puso la mejor del mundo para obstruir la pista policial, se fueron dilucidando los nombres, el modus operandi. Fueron llevados al banquillo, condenados. El juicio atrajo atención pero mucho menos excitación que la pesquisa hasta el suicidio.

En esta comarca, la sospecha de impunidad sigue al crimen político como la sombra al cuerpo. Tanto que quien intenta refutarla o mitigarla queda expuesto a ser rotulado como conformista o algo peor. Asumiendo ese albur, este cronista cree que el crimen de Cabezas no remató en la impunidad. Los autores, materiales e intelectuales, fueron sindicados. Los que sobrevivieron, juzgados y condenados. La opinión masiva quiere condenas vitalicias, reniega del dos por uno o de la prisión domiciliaria. El autor de estas líneas es menos catoniano con las penas y tiene un parecer más tolerante con los institutos que privilegian a los encausados y limitan las penas de los condenados. Como fuera, algunos homicidas han muerto, otros han estado presos. Los dos policías más implicados, Gustavo Prellezo y la ya aludida liebre Gómez, siguen entre rejas.

Menem y Duhalde no resultaron ilesos de la refriega, el ‘97 terminó siendo un pésimo año político para ellos, ahí capotó su estrella electoral. Para el presidente fue el comienzo patente de su declinación, en la que este escándalo algo sumó. Duhalde mordió el polvo en las elecciones parlamentarias de su provincia: Graciela Fernández Meijide derrotó a Hilda “Chiche” González, quien por primera vez perdía contra un fenómeno político, femenino por añadidura, en condición de local. Un bajón que reprisaría en 2005 a manos de Cristina Fernández de Kirchner.

La contemporaneidad o la sucesión en el tiempo no equivalen, charramente, a relación unívoca de causa-efecto pero en general los antecedentes impactan en los hechos posteriores y cercanos. El crimen no quedó sin castigo, los asesinos no fueron ignorados. Quizás a diez años quede flotando la duda que refirió Gladis Cabezas, hermana de José Luis, víctima no directa: ¿se conoce el móvil de crimen? ¿Se mata, como instaló el mito común, por una foto?

En todo caso, la movilización no fue en vano, la sociedad no se quedó quieta. Hubo un año de excitación política, tras un interregno de pasatismo consumista, circunstancia nada exótica en una sociedad que actúa a espasmos, con enorme intensidad. Hasta reductos habituales de la frivolidad se impregnaron del tono del momento: la entrega de los premios Martín Fierro (momento donde el glamour de plástico golea al involucramiento político) se llenó de discursos alusivos al crimen, al compromiso.

La fiebre por Cabezas cesó pero nadie se olvidó de él, mientras fue imprescindible mantener viva la llama. Con el correr del tiempo sus compañeros fotógrafos, pieza clave en la búsqueda de la verdad, serían determinantes para dilucidar otros crímenes con la marca de la Bonaerense y el duhaldismo. Fue en Avellaneda, cuando fueron asesinados los pibes Kosteki y Santillán. Sucedió apenas ayer, hace casi un lustro.

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