ESPECIALES • SUBNOTA
› Por Damian Loreti *
Preguntarnos a diez años qué cambió luego del asesinato de José Luis Cabezas nos obliga a recorrer un camino doloroso y que debe ser llevado a cabo con una actitud respetuosa para con sus familiares. Es muy complejo abordar la totalidad de las cuestiones que emergieron luego de la convulsión social que provocó. Sin intentar agotar todas, intentaremos hacer un repaso de algunas.
En un clima de época en el que las amenazas y golpes a los periodistas venían creciendo en forma preocupante, que se caracterizaba por largos listados de intimidaciones, juicios que pretendían inhibir a los trabajadores de la prensa en la realización de su labor, propuestas de cambios legislativos destinados a agravar las penas para quienes tomaran la voz pública, denuncias de campañas de desprestigio para quienes hicieran críticas, se produjo el asesinato de Cabezas. Acompañaban el temperamento los elogios a las “ejemplares” fuerzas de seguridad.
Para esos años, los periodistas estaban entre las figuras que recogían mayor credibilidad entre la opinión pública.
El asesinato de Cabezas y la reacción de las instituciones y sus miembros dieron lugar a demostraciones de reflejos de la sociedad argentina en general y de los periodistas en particular caracterizados sobre todo por la solidaridad, la regeneración de espíritu de cuerpo ante un riesgo descomunal y el desafío al poder, el visible y el oculto.
El conjunto de la sociedad plasmó con claridad su hartazgo ante las ostentaciones de poder y de impunidad, ya que la historia demostró que sólo luego de la movilización de la población civil comenzó a conocerse lo ocurrido.
La movilización de los compañeros de Cabezas, rodeados de la comunidad, y su participación en el juicio revelaron injerencias abusivas y escandalosas en los inicios de la investigación, que no se privó de investigar a la víctima y sembrar pistas falsas, al punto de necesitarse la creación de una comisión bicameral de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires para el seguimiento del juicio a las pocas semanas del asesinato.
Quizá podamos concluir también que la sociedad argentina puso un límite a la situación y a la sensación de impunidad con la que no desea convivir cuando se avasallan los derechos humanos y acompaña con mayor presteza y sensibilidad a quienes son víctimas de esos atropellos. Quizá la movilización haya provocado una advertencia al poder –público y oculto– que dio cuenta de que agredir a un periodista es agredir su derecho a la palabra. Porque lo que estaba claro es que se intentaba un disciplinamiento al conjunto de la actividad periodística con el fin de que se detuviera en su búsqueda de revelar las tramas ocultas que desde esos días se van iluminando lentamente, con una presión social –a veces silenciosa y otras movilizada– que reclama permanentemente explicaciones y esclarecimientos. En ese caso, como en otros más tarde, con el valor de una imagen a través de una fotografía tomada por un reportero gráfico.
También deberíamos preguntarnos si las condiciones contextuales que permitieron tamaño crimen fueron efectivamente removidas. Si nos atenemos a las declaraciones más o menos recientes del ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, o a algunas eventualidades emergentes del caso Gerez, podríamos señalar que hay deudas aún por saldar desde las instituciones, con la pretensión de que los pasos que se den no sean providenciales sino marcados por una fuerza institucional de tal magnitud que no permitan un solo movimiento en dirección contraria a lo que la mayoría de nuestro país reclama.
Si uno recuerda las consignas que acompañaron la movilización de esos días, el “No se olviden de Cabezas” y “la impunidad del crimen de Cabezas será la condena de la Argentina”, ellas eran un gesto de rebeldía contra la impunidad, la corrupción, el abuso del poder. Porque –recordemos– fue una contestación a quienes apostaban por el olvido afirmando que el poder era impunidad. Y diversas circunstancias en los años siguientes fueron demostrando que nuestro pueblo daría muestras de su hartazgo y solidaridad ante cada hecho que involucraba el desprecio por la vida como herramienta de la política o de la aplicación de códigos inescrupulosos a los ciudadanos para acallarlos.
Para el “adentro” de la actividad de los periodistas, la cohesión fue y es notoria. La suma de homenajes en las plazas y en las redacciones galvaniza la conciencia de los trabajadores de la prensa en un entorno latinoamericano que cuenta a sus caídos por decenas en los últimos años en México y Colombia o que implicó una condena en tribunales internacionales de derechos humanos como en Guatemala. También es pertinente reconocer el modo en que los periodistas cubrieron las alternativas del juicio, de forma respetuosa, no dejándose llevar por la inmediatez, sabiendo cuán importante era lo que estaba en riesgo, y que podía servir de ejemplo para coberturas futuras.
Mantener vivo el recuerdo de José Luis Cabezas es para la sociedad en su conjunto una muestra de su decisión irrevocable de respetar los derechos humanos, de no aceptar zonas liberadas, de no tolerar el abuso o la impunidad del poder independientemente del lugar del que se trate, de resguardar su derecho a la palabra, de cuidar su derecho a desconfiar de lo que se pretende hacer sin explicar, de reclamarles a las instituciones de cada sitio que se purifiquen, y de exigir que no existan víctimas que dejen dolor insanable. Aun cuando sus asesinos y cómplices se beneficien con las leyes que se precian de burlar, para lograr su libertad.
José Luis Cabezas. Presente. Ahora y siempre.
* Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
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