ESPECIALES • SUBNOTA
El autor reflexiona sobre una frase de la hermana de Cabezas, publicada en un reportaje de Página/12 del 21 de enero pasado. Gladys Cabezas puso en duda que el motivo de la muerte del fotógrafo haya sido una imagen robada al empresario Alfredo Yabrán.
› Por Raul Barreiros *
Con esta frase, “Nadie mata a otro por una fotografía”, Gladys Cabezas marcó un lugar extraño. Desautorizó la mirada romántica y poética con que la sociedad argentina envolvió al reportero fotógrafo José Luis Cabezas y también su saga de trabajo y asesinato. El otro lado de la frase de Gladys es: “Nadie muere por una fotografía”. Yo creo que sí, que la gente muere por fotos, palabras, símbolos, sentimientos, no hay otra cosa por la que morir. Cuando en un diario leemos “Lo mataron por 10 pesos” tampoco son los 10 pesos, pero al mismo tiempo sí. La mirada de un cronista que sin mucha claridad se resuelve a escribir y resulta vaciada en moldes anteriores, y no escribe desde sí sino desde el color del dinero.
A una muerte pública siempre se le da sentido. La foto no fue una excusa, los reporteros gráficos levantando sus cámaras y gritando presente hicieron de esa foto y de J. L. Cabezas una construcción heroica de la profesión y un señalamiento del lugar del poder que se cree transparente. Eso está bien.
Aclaremos: Gladys Cabezas tiene razón, puede haber más que una fotografía en la historia entre Cabezas y Yabrán. ¿Ha sido en vano entonces el rescate del trabajo periodístico de J. L. C. y la instancia mítica militante de libertad con que se acompaña esa profesión?
–“¿Qué le falta saber?” –pregunta Laura Vales, la entrevistadora de G. C., quien responde:
–Por qué lo mataron, el motivo.
Sólo el dolor de ausencias justifica esa respuesta que puede ir hacia cualquier lado. Borges lo entiende así: Explicar un hecho es referirlo a otro más general y ese proceso no tiene fin, nos conduce a una verdad tan general que no podemos referirla a otra alguna, es decir explicarla. La aridez de una argumentación que se ciñe a las pruebas es un intento de encontrar un índice, una parte desprendida del todo (que olvida su propia performance) que esconde otra acción que pareciera ser más compleja y que se da por descontada y es la que determina que ese fragmento pertenece, es parte de algo; es un trozo del universo comprometido, tal es la fotografía que obtuvo Cabezas.
En las “películas de juicio”, de origen USA, la obsesión por la prueba como evidencia ciega se constituye en un fetichismo, encontrar alguna cosa material que forme la pieza exacta del rompecabezas que establecerá en forma definitiva la conexión entre parte y todo, que devela y deconstruye, en sospecha, una figura por demás poetizante, tal la sinécdoque, la parte por el todo. En tales films la prueba y el atenerse a los hechos y el decir la verdad verosímil forman parte de las reglas, quizá vestigios de un aparato positivista que norma una estrategia enunciativa. Lo que sucede no es que la cosa, el fragmento, signifique y sea interpretado como la prueba per se, y lo que sigue es obvio, sino que el aparato retórico –al mismo tiempo constantemente negado en plena ilusión de transparencia de un hipotético real– es usado para empujar ese fragmento material (en este caso la foto) a que cobre el sentido que se le exige; hará que encaje en un tour de force como parte de aquel otro todo por un procedimiento que tiñe al todo del color que tiene el fragmento o que tiñe al fragmento del color del todo. Siempre puede haber algo más en una historia como la de Cabezas, yo prefiero esta foto, estas babas del diablo.
* Investigador en Medios Masivos. UNLP, UNLZ, IUNA.
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