ESPECTáCULOS › LEO MASLIAH ACTUA ESTA NOCHE EN BUENOS AIRES
La venganza del zanguango
El músico y narrador uruguayo presenta en el teatro ND/Ateneo su último disco, “Textualmente”, así como algunas de sus creaciones nuevas: “El neoliberalismo” y una adaptación de “El cuervo”, de Poe.
Por Fernando D´addario
La vida cotidiana alcanza en estos tiempos un punto tal de delirio que las inverosímiles creaciones de Leo Maslíah admiten un abordaje realista. Ciertos textos y canciones, ridículos hasta la genialidad, corren serio riesgo de convertirse en crónicas literales de la vida de todos los días. Un relato de 1985 que lleva su firma, “La bolsa de basura”, se descubre hoy como una mueca cruel –políticamente incorrecta, culposamente risible– que resignifica la idea original. El notable músico y narrador uruguayo añade otro ejemplo: “La gente de un programa de radio de La Plata me contó hace poco que leyeron una parte de una novela mía que se llama Tarjeta Roja, del año ‘91, donde en una parte los ahorristas acampan frente a los bancos reclamando el dinero de sus cuentas, que los bancos se niegan a entregar, desconociendo a sus titulares y diciendo que ese dinero siempre fue de ellos, es decir de los bancos”.
A Maslíah no lo guía, al parecer, ningún estímulo de predicción esotérica (aunque sus consejos en el terreno del zodíaco son fatalmente certeros) y mucho menos el ánimo de asumir la traducción artística de la crisis. En ND/Ateneo mostrará algunos temas nuevos: una adaptación de El Cuervo, de Edgar Allan Poe, y “El neoliberalismo”, entre otros. Ambos son, cuando Maslíah está en el medio, enunciados realistas y/o delirios terroríficos. En el aspecto formal, también trabaja como refutador de certezas. Administra el lenguaje (que en él se desdobla en música y texto) con aparente laxitud. Agrede sus pautas lógicas, lo deforma y lo desestructura en función de sus necesidades expresivas.
Sin embargo, las entrevistas –o el particular método que utiliza para transmitir sus respuestas– delatan a un hombre meticuloso, obsesivo respecto de la precisión y la exactitud con que deben reproducirse sus ideas. Sólo contesta vía mail. Dice que se siente mucho más seguro escribiendo que hablando. Inclusive, reconoce, le resulta más accesible abordar un teatro lleno de fans que una comunicación periodística privada. La modalidad electrónica confiere al reportaje una dinámica diferente: limita el ida y vuelta, pero respeta rigurosamente, como si obedeciera a un guión preestablecido, lo que el entrevistado quiere dar a conocer. Sus fans, con menos pruritos, se conforman con saber un par de cosas: que podrán disfrutar de su raro talento esta noche, en ND Ateneo (Paraguay 918); que allí presentará su último trabajo, Textualmente I, grabado en vivo. Aquí va, en definitiva, el cuestionario que respondió a Página/12:
–¿Siente que este es un buen momento para la ironía, para lo corrosivo, o es un tiempo más propicio para mensajes directos?
–Creo que en el nivel poético o literario ningún mensaje puede ser más directo que otro; los mensajes sólo pueden ser diferentes. No existe en el arte diferencia entre “lo que se dice” y el “cómo se dice”, ya que todos los elementos son a la vez forma y contenido. Al no existir esa diferencia, no puede haber diferentes “formas” (directa o indirecta) de decir una misma cosa. Para el punto de vista artístico, lo que en otros ámbitos o lenguajes constituiría formas diferentes, constituye diferentes mensajes. Los cientos o miles de cuadros renacentistas de la virgen con el niño no son cientos o miles de versiones del mismo cuadro, son cientos o miles de cuadros diferentes y todos “dicen” diferentes cosas.
–¿Cómo es un día normal en su vida, cuando no está de gira o grabando?
–Grabar es algo cotidiano para mí, hace años que grabo casi todos los días cosas para radio o para que estén grabadas, nomás. El resto del tiempo compongo, o toco el piano, o leo, o miro TV, o miro el mar. Acá le dicen río, pero él no es como la luna, no muestra siempre la misma cara.
–¿Cómo se lleva con las tradiciones ineludibles del “ser uruguayo?
–Tomo mate, jugaba al fútbol de chico, pero no soy hincha de ningún cuadro ni simpatizo con las zonas del ser humano que cargan esos sentimientos, que para mí son el legado de las antiguas adhesiones e identificaciones de los pueblos con los ejércitos de sus países, cuando entraban en conflicto con otros. Hoy en día los pueblos (los occidentales, al menos) no se enorgullecen de que sus soldados maten a los enemigos (y cuando ocurre se trata de ocultar), pero eso sí ocurría antes y creo que el fútbol heredó una especie de sublimación de ese mecanismo. Sin embargo, siento una profunda admiración por Víctor Hugo Morales, que siempre supo captar y expresar como nadie el modo en que todo el entramado histórico y social se manifiesta en un partido, y hacer de pájaro mañanero que augura una época en que el fútbol, como toda la sociedad, sea un acto de amistad. Igual que Fontanarrosa, que te enseña a ver como un ser querible al energúmeno más insoportable que pueda encontrarse sobre las gradas.
–¿Blanco, colorado o frente- amplista?
–No estoy casado con nadie, pero apoyo al Frente.
–¿La izquierda tradicional, tanto en Uruguay como en Argentina, cómo trata su “incorrección” permanente?
–Durante la dictadura fui (como todos) objeto de censura por parte de la policía, pero también por parte del aparato cultural del Partido Comunista, que manejaba una radio.
–¿Y la derecha?
–Explícitamente, sólo en la dictadura. Pero en materia cultural, izquierda y derecha no están necesariamente alineadas.
–¿Qué cosas convencionales le causan gracia? En sus canciones y textos, parece reírse preferentemente de cosas muy serias...
–No tengo nada preestablecido. Lo que te hace reír siempre es inesperado. Además, las cosas no son ni serias ni risibles, eso es cuestión de cómo se las mire.